TusTextos

-hora Punta-

Sentado en un sofá de piel negro, delante de la televisión, aún con el pijama puesto, despeinado, sin afeitar, acabado de levantarse de la cama Ernesto pasaba horas y horas cambiando de canal. Hacía tan solo cuatro meses que le habían jubilado y se había quedado sin nada que hacer. Miraba a su alrededor y casi ni conocía la casa en donde tanto tiempo había vivido. Esos cuatro meses habían pasado lentos, pesados... a su modo de ver, parecían más bien cuatro años. Ernesto pasaba gran parte del día recordando su trabajo. Quizá no era el mejor trabajo del mundo, seguramente no lo era, pero a él le gustaba, lo hacía con dedicación, le encantaba que le absorviera todo su tiempo, de todos modos, no tenía nada mejor que hacer. No se le había conocido relación ninguna con nadie, y no porque fuera una persona reservada, si no por que su vida había sido dedicarse a la empresa. Echaba de menos esos cafes amargos de la máquina, su despacho lleno de carpetas de colores que hacían de aquel cuartucho una inmensa ventana con vistas al arcoiris... y ahora estaba en casa, viendo un programa de cotilleos matutino, descuidado y solo.
Se dió cuenta de su estado. Patético abandonado... no podía ser, tenía que hacer algo con su vida, ahora que ya no podía hacer nada por los demás, tenía que empezar a hacer algo por él.
Más de treinta y cinco años de su vida entregado en cuerpo y alma a que aquella misma empresa que ahora lo había casi obligado a jubilarse, así, de repente.
El agua de la ducha le ayudó a despejarse. Al salir, se topo con el espejo, grande, borroso por el baho. Lo limpió con el puño. Efectivamente, ya no era aquel jovencito imberbe y lampiño, delgadito y guapetón que se iba a comer el mundo, no, ahora se presentaba como casi un setentón, más bien grueso, con el poco pelo que le quedava canoso. Las arrugas de su cara daban muestras de la vida que había llevado, demasiado estress consentido ahora le pasaba factura. El mundo se lo había comido a él. Ya era demasiado tarde para remendar errores, errores como aquel...
Nada más llegar a aquella oficina para trabajar, cuando Ernesto contava con pocos añitos, conoció a Serafín. Trabajaba justo en la mesa de enfrente. Le sacaba unos doce años, pero Serafín era muy alegre, divertido, buen trabajador, y sobretodo atractivo, muy atractivo. Poco poco se fueron haciendo amigos. El roce que tenían diariamente se hacía cada vez más afectuoso, más íntimo, hasta que llegó el día en que Serafín se insinuó casi descaradamente a Ernesto. Eso no estaba bien, no, era antinatural, pecado mortal, una aberración, pero Ernesto había sabido desde siempre el interés que tenía hacia el mismo sexo. Quedaron varias veces durante un periodo de seis meses. Los encuentros eran cada vez más tórridos, mas excitantes, parecían dos niños que estaban comentiendo una travesura. Ernesto se llegó a enamorar de Serafín perdídamente, o eso creía él. Un dia cualquiera, Serafín recibió una carta. La empresa expandía al extarjero y tenía que marchar para comenzar de nuevo en la nueva propiedad. Le pidió que se fueran juntos, pero Ernesto se negó. Aquí tenía su vida, su gente, su familia... No se volvieron a ver más desde que Serafín se fue. Nunca más supo nada de él. A Ernesto le empezaron a fallar su vida, su gente, su familia, y se fue quedando poco a poco solo, hundido. Fue entonces cuando decidió volcarse total y exclusivamente en su trabajo, quizá para olvidar, no recordar, no pensar...
Salió a la calle dispuesto a hacer algo. Paseó por los jardines de la plaza tranquilamente, se sentó a tomarse un café, recorrió algunas tiendas... no tenía un rumbo fijo, ni una hora de llegada.
En una calle decidió coger el metro sin saber a donde acabaría parando. Sus pies no acompañaban a su pensamiento y se rebelavan, iban a donde y por donde querían. Se sentó en esos asientos de plástico duros y grises, como su alma en aquellos momentos. Su mirada se perdía entre las estaciones, que pasaban tan rápido como le habían pasado estos años de su vida, sin darse cuenta de a dónde estaba. La gente entraba y salia del vagón de aquel metro. Parecía que era hora punta, por que no paraba de pasar gente. Gente a su izquierda,a su derecha, en frente...
en frente... justo en frente se había sentado un chico. Le llamó la atención la apariencia de aquel chaval. Era joven, vestía como se visten ahora los jovenes, pero no dejaba de mirarle. Al principio le incomodó que aquel chico estubiera tan pendiente de él. Tanto mirarlo ¿Qué pasaba? ¿Acaso tenía monos en la cara?. De repente una sonrisa salió de la boca de aquel chico. No era una sonrisa normal, no... no se estaba riendo de él, pero qué significaba aquello, esa sonrisita de niño malicioso, y esas miraditas. Ernesto, no acostumbrado a esos juegos se sonrojó. El chico pareció hacerle señas con la cabeza, como haciéndole ver que quería que lo siguiera.
No podía ser. Ernesto no salía de su asombro. ¿Quizá no estaba tan mal después de todo? Al fin y al cabo solo tenia sesenta y pocos años, y no estaba tan gordo y fondón como otros hombres. Además, todavía mantenía algunos rasgos de aquello que llegó a ser de jovencito, era alto, y bueno, para gustos los colores, ¿no?. Hay en este mundo gustos para todos, y a lo mejor aquel chiquillo tenía claro que los hombres maduros tenían más experiencia y eran mejores amantes y todo eso que suelen decirles...
Los ojos azules de aquel chico se clavaron en las pupilas de Ernesto y lo hipnotizaron. El chico se levantó y dejo ver su cuerpo. Era alto, la camisa repegada dejaba un busto firme, duro, marcado. Unos brazos anchos y bien definidos. Un culo prieto y redondo que seguro, gustaba a todo el mundo, sostenido por unas piernas fuertes, atléticas, rasuradas... Ernesto no pudo negarse. Se levantó y comenzó a seguirlo por aquellos pasillos interconectados que parecen laberintos. Salieron a la calle, sin saber en qué recóndito lugar había llegado a parar. El chico se paró delante de un bloque de pisos. Por fin empezaron a hablar. Mario, así se llamaba el chico empezo a decirle que vivía en ese bloque. Que le había hechado el ojo desde el primer momento en que le había visto subir al metro, que le había gustado y que había decidido a 'ligárselo'. Subieron a su piso. Le pidió que se sentara en el sofá y que se tomara algo, mientras se ponía cómodo. Ernesto se sento y esperó como cuando le das una orden a un perro. Quieto, inmovil, alucinado...
Al poco rato apareció Mario. Semidesnudo. Enfundado en un minishort que dejaba insinuar todo su pene, sus testiculos, incluso se podía deducir lo espeso de su vello púbico. Se abalanzó sobre Ernesto. Este no sabía bien qué debía hacer, estaba demasido quieto o no? Lo abrazaba o no? qué debía hacer frente aquel inesperado momento?
Mario decidió llevar las riendas de la situación. Era maravilloso, irreal... aquel cuerpo joven, suave, erecto solo para él, para el disfrute de su cuerpo cansado, mayor... Fueron haciendo el amor por toda la casa, hasta acabar en el dormitorio de Mario. Después de un buen rato, Ernesto quedó exháusto, molido, cansado, sin aire... se quedó dormido a lado de Mario, abrazado, feliz, sonriente.
Sonó el despertador del reloj de su muñeca. Ernesto abrió los ojos buscando a Mario, por toda la habitación, tenía ansia por saber si había sido un sueño o verdaderamente había sido un hecho. Oyó la radio desde el otro lado de la puerta. Salió y lo vió allí, arreglándose, vistiéndose para irse a no se sabe donde. Era realidad, aquel dios romano que le había sodomizado durante casi toda la noche era de carne y hueso, y había sido él el elegido para ser su consorte! Estaba excitado, alegre en gran medida... Necesitaba decirle algo, hablar con Mario, darle un beso, sentirlo una vez más, una y mil veces más.
Mario se levantó de la silla, le besó en la mejilla dulcemente y con voz de niño bueno, pausada y dulcemente le dijo:
_"Ernesto, cariño! Anoche estubiste muy bien, espero haber sido de tu gusto. Por ser la primera vez solo te voy a pedir la mitad del servicio. Espero volver a verte muy pronto. Me has caido muy bien. puedes llamarme cuando quieras. Siempre estaré a tu disposición, y por ser tu, tranquilo, no te cobraré la tarifa habitual, a partir de ahora sé que serás uno de mis mejores clientes. Bueno, Ernesto, cariño, tenemos que irnos, que me está esperando un cliente. Te quiero!"_
Ernesto enmudeció. Se vistió y salió con Mario, que cerró la puerta tras de sí. Le dió la cartera para que se sirviera.Mario cogió el dinero y lo dejó solo en aquella calle, mentras veía como la figura de hombre joven y apuesta del chico se mezclaba con la multitud hasta llegar a perderlo de vista.
Ernesto agachó su mirada. Se sentía más vacio que el dia de ayer, más solo. comenzó a caminar con el rumbo fijo, dirección a su casa. En su interior se mezclaban un sentimiento de sorpresa, enojo, soledad y desilusión, pero sobretodo de vergüenza, vergüenza de sí mismo, de llegar a pensar lo que había deducido el día anterior en aquel metro, de creerse algo que no podía tener sentido. Quería ponerse a llorar.
Llegó a su casa, oscura y solitaria como siempre, se sentó en el sofá, encendió la televisión, inhaló los últimos restos de olor que habían quedado en su piel de Mario. Se sirvió un café, y empezó a hacer zapping.
Nunca más, se prometió, volverá a coger el metro en hora punta.




Benjamin08 de octubre de 2008

1 Comentarios

  • Nigth14

    cuando vi tu avatar y tu texto inmediatamente lo abr?, pues ya sab?a que esperar de tus textos...y este no me ha defraudado...un poco bastante largo...pero como te dije una vez...eres genial con los relatos er?ticos jejejeje...saludos!!!

    09/10/08 12:10

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