Cartas de Amor En la Distancia
27
La anciana se reclinó en su silla y trató de relajar los hombros. Le dolÃa el cuello de soportar la tensión de rememorar aquellos lejanos dÃas, y después de hablar de ello se sentÃa tranquila, como si hubiese cumplido con un deber que ella misma se habÃa marcado. Le gustarÃa ser capaz de explicarles mejor a estos chicos que la miraban exigiendo más, lo que habÃa significado para Natalia el amor de VÃctor Medina. Cuando el camarero que les servÃa el café se marchó, ella decidió proseguir con su relato. Se fiaba de su memoria aunque muchas veces le costaba recordar por la noche que habÃa tomado para almorzar; pero las cosas de antaño las recordaba siempre con una nitidez tal como si estuviesen pasando en ese mismo instante.
-TÃa-la apremió Isabel, tirándole ligeramente de la manga como hacÃa cuando era pequeña para que le prestase atención o le doblase la ración, estrictamente tasada, de golosinas.
-SÃ, impaciente. Ya sigo. Aunque me ayudarÃa que me dijeses lo que quieres saber de manera algo más exacta.
-Pues fundamentalmente cuándo y cómo te contó Mamá lo que sentÃa.
-Fue una mañana de viernes, lo recuerdo muy bien. Era dÃa de fiesta, no habÃa clases y tanto tu tÃo Luis como Leandro se habÃan ido a pasar el fin de semana al pueblo de al lado; iban de caza o algo asÃ, no recuerdo bien. El caso es que yo me fui a pasar el fin de semana con Natalia y estuvimos prácticamente solas. Tu abuela todavÃa vivÃa sola en su casa, y tus hermanos, en plena adolescencia, iban y venÃan pero aparte de comer como limas y criticarlo todo, no nos prestaban mucha atención. Asà que las dos tuvimos el largo fin de semana para nosotras solas. Nos levantamos tarde, desayunamos en la cocina, ambas en camisón y sin peinar ni preocuparnos de nuestro aspecto, y hablamos, hablamos mucho.
-¿De qué?
-De todo; de su vida, de la mÃa, del amor y el desamor, del destino. Ya hacÃa unos dÃas que yo habÃa intentado avisarla sobre aquello que estaba viendo incluso antes que sus protagonistas. De todos modos-añadió, como dándose cuenta de algo importante-¿no lo cuenta tu madre en esa especie de diario? Yo no lo he leÃdo, pero seguro que lo ha dejado todo registrado.
Gabriel sacó el librito, apremiado por la mirada impaciente de Isabel, y después de rebuscar durante unos minutos, adelantó la página hacia las dos mujeres, y de común acuerdo pidieron el segundo café para que se lo sirviesen en una especie de salón biblioteca que el restaurante tenÃa en la parte delantera del edificio. Era un lugar agradable, pues combinaba el lugar de descanso con el de lectura y relación, pues estaba decorado como si fuese un invernadero, con sillones de mimbre, alfombras ligeras y muchas plantas que se diseminaban aparentemente al azar, aunque el sitio de cada una habÃa sido perfectamente estudiado. El resultado en un dÃa frÃo aunque ligeramente soleado, era el de una inyección de paz y Naturaleza, que hacÃa todo más sencillo. Gabriel apartó sendos sillones para que se sentasen las mujeres y luego lo hizo él; aclarándose la voz antes de empezar a leer en voz alta. Isabel cerró los ojos; le resultaba más sencillo escuchar la voz suave de Gabriel de esta manera. Esther en cambio, estaba como en tensión, con la cara atenta y el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, para absorber mejor las palabras que su amiga habÃa escrito tanto tiempo atrás. Gabriel dio inicio a su lectura.
"Recuerdo perfectamente el fin de semana que Leandro y LuÃs, el marido de Esther, se fueron juntos de caza y nosotras dos nos quedamos tranquilas y aliviadas de librarnos de ellos por dos dÃas. El tiempo estaba agradablemente fresco, pero no impedÃa que saliésemos a pasear en las horas centrales del dÃa. Sin embargo, por la mañana era agradable quedarse durante más tiempo en la cama. Recuerdo aquella mañana de viernes. Me levanté a eso de las nueve, y la casa estaba todavÃa sumida en el letargo que le proporcionaba el descanso de los que la habitaban. Mis dos hijos todavÃa dormÃan; y lo harÃan al menos durante un par de horas más. Pero desde la habitación de Esther me llegaba el sonido de su pequeña radio, que solÃa encender en cuanto se despertaba. Por eso decidà bajar a la cocina para preparar zumo de naranja, café y tostadas; que llevé en una bandeja mantenida en precario equilibrio mientras intentaba tocar a su puerta y empujarla a la vez con el hombro. Esther estaba sentada en la cama, leyendo y oyendo las noticias.
-Buenos dÃas-me sonrió. No sabÃa que el servicio de habitaciones venÃa incluido en el precio.
-Sólo hoy, no te acostumbres. Hazme sitio y comamos algo tranquilas antes de enfrentar el dÃa con ese par de tarados adolescentes que duermen en las habitaciones de al lado.
-Madre desnaturalizada-me acusó riendo, al tiempo que abrÃa la cama para que me acomodase a su lado. Ambas éramos muy pudorosas y solitarias, pero nuestra amistad venÃa desde tan lejos y era tan profunda, que gestos como estos nos resultaban de lo más natural.
Tomamos el zumo en silencio y solo cuando Ãbamos por el segundo café, me atrevà a contarle lo que me bullÃa en la mente desde hacÃa ya tanto tiempo.
-Tengo algo que decirte-le anuncié, apartando la taza y la bandeja para poder mirarla bien a los ojos. Pero lo malo es que no sé muy bien por donde debo empezar.
-Pues no estarÃa mal que lo hicieses por el principio; pero de todos modos si se refiere al Páter, ya sé por dónde va la cosa.
Abrà la boca con asombro. ¿No habÃa manera de ocultarle nada? Y entonces recordé que habÃa intentado decirme algo en relación a VÃctor, pero yo no se lo permitÃ.
-No le llames Páter, no me hace ninguna gracia.
-Pues lo es. Bueno, déjate de milongas y cuéntame lo que has venido a contar, aunque te anticipo que ya me lo imagino. Os habéis liado-resumió en su estilo cáustico.
-Sigues siendo una completa bruta ignorante. ¿No hay otra manera de decirlo?
-Supongo que sÃ, y no dudo de que vosotros dos lo disfrazareis con un tono almibarado hasta volveros diabéticos, pero el resultado es el mismo. ¿Dónde ha sido? Espero que no en la iglesia, por lo menos os habréis retirado a la sacristÃa.
-No seas burra, no ha habido nada de eso.
-De momento-vaticinó cáusticamente, extendiendo mermelada de arándanos sobre la tostada y masticando de manera remilgada.
-No sé para qué te cuento nada si lo único que te interesa es el puro morbo. Y aquà no hay de eso, ya te lo aviso.
Esther la miró de reojo, torciendo la boca en un gesto de incredulidad y desacuerdo.
-¿Cuánto hace que nos conocemos?
-Yo que sé, ¿treinta años?
-Año arriba, año abajo-acordó Esther. Y por eso, guapa, a mà no me la das con queso. Ni yo soy idiota de nacimiento ni tú eres la Virgen MarÃa. Puede que te hayas enamorado como una colegiala y todo lo que tú quieras decir, pero no me niegues que también te quieres beneficiar al Páter.
Y se echó a reÃr a carcajadas al ver cómo Natalia enrojecÃa. Le hacÃa gracia que una mujer ya madura siguiese poniéndose colorada como cuando eran unas quinceañeras.
-Los años pasan, te han salido canas, alguna que otra arruga, pero sigues siendo tonta como cuando te conocà en el patio del colegio-dictaminó; y Natalia se levantó de la cama, enfadada.
-Déjame en paz, y recuérdame que no te vuelva a contar nada en lo que me quede de vida. Tú te lo tomas a broma pero desde que ha llegado al pueblo ese puñetero cura mi vida está patas arriba. No como apenas, duermo mal y ando vagando por la casa como un alma en pena. Hasta Leandro, que vive en la inopia y hace la tira de años que ni me mira, se ha dado cuenta de que algo va mal.
Esther la agarró por el brazo y tiró de ella hasta que se quedaron las dos sentadas en la cama, frente a frente, con las piernas plegadas en la posición de Buda, como si estuviesen pidiendo alguna intersección divina en la extraña situación que se habÃa creado.
-Venga, déjate de bobadas y cuenta.
-No hay nada que contar. Me he dicho mil veces que es una locura, he intentado echarle de mi mente y de mi corazón, pero le veo delante de mi todo el dÃa y sueño con él cada noche. Invento mil excusas diarias para verle, a solas si es posible. Y por mal que me encuentre me basta una sola mirada suya o el sonido de su voz para encontrarme en la gloria. Y no importa que el dÃa amanezca frÃo y gris; cuando me mira, se vuelve luminoso como un domingo del mes de mayo.
-Cursiladas aparte, a las que siempre has sido tan aficionada, te entiendo a la perfección. El caso es que tú tienes un marido y dos hijos y él tiene a Dios.
Natalia asintió, mirando fijamente por la ventana, hacia la montaña cercana. Anudó entre sus dedos un hilo que habÃa sacado de la colcha y quizá de tanto mirar al frente, los ojos empezaron a picarle y a llenarse de lágrimas. Natalia le dio unas palmaditas en la mano, en señal de comprensión y de consuelo.
-¿Qué vais a hacer?
-No lo sé; nada, supongo-contestó, negando al tiempo con la cabeza. ¿Qué podemos hacer? Supongo que tendré que aprender a olvidarle o a verle cada dÃa sin que me duela el alma. No lo sé-repitió.
-Pero, ¿sabes cuáles son sus sentimientos? ¿Él te quiere como tú a él?
-Me quiere, eso lo sé. Primero porque me lo ha dicho, y no sabe mentir, se le transparenta todo en los ojos. Y también porque me lo ha demostrado muchas veces. Pero no creo que él me quiera tanto o de forma tan incondicional como yo a él.
-¿Por qué? ¿En qué te basas?
Ella se encogió de hombros. En su interior tenÃa las cosas muy claras, pero le resultaba difÃcil, y sobre todo doloroso, decirlo en voz alta. Era como reconocer un enorme fracaso personal, el mayor de su vida.
-Para mà él se ha convertido en la razón de mi vida, y menos dejar a mis hijos, harÃa cualquier cosa para estar a su lado.
-¿Y él no?-le preguntó Esther, con la mirada dejando traslucir la pena que sentÃa por la situación de su amiga.
-No, estoy segura de que él no. Pero no le acuso, al contrario; lo peor de todo es que le entiendo y eso hace que cuando a veces tengo ganas de mandarle a hacer puñetas para dejar de sufrir, no pueda. Somos muy distintos los dos, Esther. Yo soy una mujer normal, con más defectos que virtudes, y bastante egoÃsta, si hemos de ser sinceras. Y eso ya lo sabes tú, que me conoces tan bien.
-¿Qué tratas de decirme? ¿Es que él es una especie de santo?
-No, no es que sea un santo, es un hombre. Pero un hombre especial, que ha hecho unos votos y unas promesas, y que no las variará por nada de mundo. Se sacrificará él mismo y lo que tenga que sacrificar.
-¿Incluso a ti?
-Incluso a mÃ-asintió Natalia, dejando traslucir en su cara todo el dolor interior que esta afirmación le producÃa. Se torturará, sufrirá horriblemente, pero sé que se sacrificará y me sacrificará a mà también en aras de las cosas que él ha prometido.
-Pero tú no has hecho esas promesas-le rebatió su amiga.
-No, he hecho otras; al hombre que es mi marido. Y aunque de momento no he roto nada, dentro de mà ya está estropeado. Realmente creo que hace muchos años que he roto con Leandro, por más que las cosas siguiesen adelante. Pero yo soy de otra manera y no me importa reconocer que me he equivocado y tratar de remediarlo. VÃctor nunca lo hará. Es más, creo que en el fondo no piensa que se haya equivocado en sus votos y en su vocación, por más que diga quererme.
-Y entonces, ¿esto a dónde nos lleva? ¿Qué harás?
-No tengo ni idea de lo que haré. Creo que bien poco puedo hacer. Y tampoco sé adónde me lleva esta situación. FÃjate que estoy hablando en singular, porque sé que en esta guerra estoy sola. Él seguirá adorando a su Dios y dándole su vida, y supongo que yo tendré que hacer acopio de toda mi fuerza para apartarme de él. No se cómo ni cuándo, ni de qué manera podré hacerlo; pero si sé que si no quiero consumirme en las llamas de su sacrificio, de una hoguera que yo no he encendido; algo tendré que hacer, aunque sea lo más doloroso que jamás haya hecho; y será guardar en mi corazón lo que siento por él, y seguir levantándome cada mañana, aunque no sepa por qué ni para qué lo hago."
Beth04 de noviembre de 2011
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Laredacción
Esta Natalia...¿no habrá más hombres?
12/11/11 06:11
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Beth
Madre mÃa, no me des esos sustos. ¿Tú crees que se guarda un as en la manga y es una especie de Mesalina a la deriva?
12/11/11 09:11
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Endlesslove
Que encrucijada la de Natalia, duro momento pero me encanta sus cursiladas, también me he divertido con la claridad de Esther, a esa no la podÃan envolver, ella le daba el nombre a cada cosa como correspondÃa.
Me encantó este dialogo de estas dos mujeres.
Un abrazo
15/11/11 12:11
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Beth
Ay amiga es que las cosas desde fuera y cuando no te afectan siempre se ven más sencillas. Esther lo ve todo de manera sencilla porque ella no está en el meollo de la cuestión y la otra pobre tiene la mente obnubilada por el cura este del demonio
15/11/11 09:11
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Serge
Beth:
"Natalia asintió, mirando fijamente por la ventana, hacia la montaña cercana. Anudó entre sus dedos un hilo que habÃa sacado de la colcha y quizá de tanto mirar al frente, los ojos empezaron a picarle y a llenarse de lágrimas. Natalia le dio unas palmaditas en la mano, en señal de comprensión y de consuelo.
Amita, aquà me parece que fue Esther la que le dio palamaditas en la mano.
¿Serán capaces de renunciar a sus sentimientos?
Un gusto volverte a leer.
Serge.
Pd. Amita, disculpa el retraso es que ando un poco ocupado.
17/11/11 11:11
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Beth
Nada tengo que disculpar, gatito. Y si tienes razón, otro de mis errores, ha sido Esther la de las palmaditas. Gracias. Un beso
18/11/11 10:11