Cartas de Amor En la Distancia
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Sin embargo, a pesar de que la sangre le hervÃa en las venas, se sentó tranquilamente ante la mesa de pino de Mamá, tantas veces fregada y refregada, y en donde les habÃa dado de desayunar, comer, merendar y cenar todos los dÃas de su vida. Si aquella mesa hablase contarÃa historias de amor, de charlas al calor de la cocina de leña, de olor de ropa húmeda secándose en el invierno en aquel viejo tendal que se bajaba y subÃa con poleas. Cuando ella era jovencita siempre discutÃa con Mamá para que cambiase la cocina de viejos armarios de pino por otros modernos, pero afortunadamente nunca le habÃa hecho caso. Ahora, al pasar los años, Isabel se daba cuenta de que esta cocina habÃa conservado el calor del hogar que su madre habÃa creado para ellos. TodavÃa lucÃan en las ventanas los viejos visillos, ya un tanto amarillentos, con los bordados hechos por la abuela en las tardes de lluvia. Si cerraba los ojos era capaz de oler todavÃa el aroma del chocolate haciéndose en el fuego, o de la sopa de verduras, del pan tostado en el hornoÂ…SentÃa como los ojos se le llenaban de lágrimas. Lágrimas de nostalgia, de dolor, de pena por el tiempo perdido y por lo que ya nunca podrÃa volver a tener. Tragó saliva como pudo y disimuló haciendo que buscaba el móvil en las simas más profundas de su enorme bolso. Como toda la gente del norte era muy parca en demostrar sus sentimientos y morirÃa antes de que su hermana mayor la pillase en un momento de debilidad.
-¿Cuánto tiempo te vas a quedar? –le preguntó Eulalia.
-Espero que con dos dÃas sea suficiente para poner orden en el batiburrillo que Mamá guardaba por toda la casa. No puedo quedarme más, estamos en una época muy mala en el despacho y ya me ha costado mucho tomarme estos dÃas.
-Bueno, no eres la única que tiene problemas y trabajo. Las mujeres que trabajáis fuera tendéis a pensar que todo el campo es orégano, pero te aseguro que llevar una casa y criar a dos hijos la deja a una agotada…
-Eulalia, basta-la atajó, con cara seria. No me des la charla sobre tu mala vida y lo que sufres con un marido que no aprecia tu enorme trabajo. Ya se me la canción de memoria.
-Qué insensibles eres, Isabel. No tienes ni idea de lo que tengo que soportar cada dÃa.
-Tú lo has dicho. No tengo ni idea ni quiero tenerla. Déjame que siga en mi ignorancia. Y ahora, si no te importa, quizá sea hora de ir pensando en la cena. He hecho algo de compra, para estos dos dÃas. PodrÃamos hacer una sopa para cenar, ¿te parece?
Eulalia se encogió de hombros, dejándole a su hermana pequeña la decisión y de paso el trabajo de preparar el condumio de las dos. Pensaba que ella ya hacÃa bastante ocupándose cada dÃa de dar de cenar a su familia.
Isabel empezó a trajinar por la cocina, sacando viejos pucheros, abriendo aquel grifo de latón que no encajaba del todo bien y que habÃa que saber como cerrar con precisión para que no gotease luego. A Mamá, siempre tan ahorrativa, le molestaban tanto los grifos que goteaban como las luces encendidas sin necesidad. Ella se habÃa criado en tiempos complicados, cuando se carecÃa de lo más imprescindible y cuando los zapatos se llevaban al zapatero las veces que fuese necesario hasta poder renovarlos, y se cogÃan los puntos de las medias o se arreglaban las cazuelas de la cocina cuando cada mes llegaba con su carro, avisando con su triste pitido, el afilador. Mamá contaba que ese hombre alto y flaco, con nariz afilada y ojos negrÃsimos, le daba mucho miedo cuando era pequeña, quizá porque siempre llevaba pegadas a la barba grisácea unas hebras de tabaco que le daban un aspecto siniestro, o por sus manos enormes y descarnadas, con unos nudillos blanquecinos y siempre llenos de arañazos. Y quizá también porque en aquel entonces los niños se asustaban los unos a los otros en el colegio, en las aburridas tardes de invierno en que la maestra cabeceaba en torno a la estufa, con truculentas historias del Sacamantecas; esa especie de monstruo horrible que amenazaba con acabar con la vida, o algo peor, de aquellos que se portaban mal. Cuando Isabel le preguntaba a Mamá qué o quién era realmente el mÃtico Sacamantecas, ella solÃa encogerse de hombros.
-Nunca lo supe, hija. Ni yo ni ninguno. ¿Qué es el Coco? Nadie lo sabe tampoco. Supongo que son figuras, arquetipos, que dirÃan ahora los muy sabidos, que usaban los mayores, sobre todo las madres, para mantenernos lo suficientemente asustados y que no diésemos demasiados problemas. En mis tiempos no habÃa videojuegos ni esas porquerÃas con que se entretienen ahora mis nietos. Quizá eso explique, por otra parte, su siniestro carácter-acababa siempre por decir Mamá, torciendo el gesto.
Isabel, al llegar este punto, siempre se echaba a reÃr.
-Mamá, que cáustica eres. Con la dulce pinta que tienes de Abuelita y resulta que no quieres a tus propios nietos.
Entonces Mamá solÃa ajustarse las gafas sobre el puente de la nariz, porque tendÃan a resbalársele, y se atusaba el pelo, antaño rubio oscuro y ahora blanco como la nieve.
-Yo quiero a mis nietos, claro que les quiero. Al igual que he querido y quiero a mis hijos. Pero siempre he visto los defectos de la gente que quiero, quizá precisamente por eso. Y tus sobrinos están muy mal educados, querida, tengo que decirlo. ¿Qué puedes esperar de unos niños que no saben como llamar por teléfono correctamente?
-¿No saben marcar? JurarÃa que se pasan la vida con el móvil en la mano.
-No seas obtusa, Sabela-le decÃa Mamá, aunque sabÃa que ella odiaba ese diminutivo y de hecho era la única que lo usaba. Claro que saben marcar y llamar, y mandar mensajes y hacer cosas con ese aparato del demonio que yo no seré capaz de hacer aunque viva mil años, Dios no lo permita. Lo que no saben-continuó después de dar otro sorbo a su te-es la manera correcta de contestar cuando se les llama o de saludar cuando son ellos quien llaman. Y eso es culpa de Eulalia y del imbécil ese con el que se ha casado, a quien Dios confunda.
-Ay, Mami, nunca pensé que fueses una suegra al uso que odia a sus yernos y nueras.
-Es que no lo soy. Sabes que quiero mucho a tu novio o lo que sea tuyo, a Gabriel, en suma. Me cae bien ese chico; siempre me han gustado los hombres con barba. Y en cuanto a BlancaÂ…
-Si, ya se que a tu nuera, en contra de todo lo que dice siempre de las suegras, la adoras.
-Me gusta y le gusto. Ha habido siempre, desde el primer dÃa, buen entendimiento entre nosotras. Es lo que tienen estas cosas, que a los amigos los eliges tú y la familia te viene dada. Y a veces hay que hacer enormes esfuerzos para aguantarles.
-Ay, Mamá, eres tremenda. Nunca he conocido a nadie que diga tan a las claras, en cada momento, lo que piensa.
-Es algo que me he ido permitiendo a medida que me iba haciendo vieja, hija. Y ahora, con un pie cerca de la tumba, comprenderás que ya no tengo por qué callarme absolutamente nada. Hablar claro es la licencia de los viejos, siempre tenemos la posibilidad de decir luego que es la inevitable chochera que llega con la edad.
Y, como cada vez que decÃa algo asÃ, Mamá solÃa hacer un guiño de sus ojos grises y entonces se le formaba todavÃa aquel delicioso hoyuelo en la mejilla y su cara volvÃa a tener el aspecto de cuando era joven y criaba a sus hijos en esa misma cocina desde donde ahora emitÃa esos sinceros dictámenes sobre su propia familia.
Beth28 de septiembre de 2011
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Serge
Beth:
"En mis tiempos no habÃa videojuegos ni esas porquerÃas con que se entretienen ahora mis nietos".
Se han extinguido los juegos que se practicaban en las calles y eso es lamentable. Me da pena no ver a ningún niño jugando los juegos de antaño.
Un gusto leerte amita.
Sergei.
28/09/11 05:09
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Laredacción
Bueno, pues hoy me he leÃdo dos capÃtulos; mañana más.
Un placer.
Esteban.
28/09/11 08:09
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Endlesslove
ja, nunca habÃa oÃdo esto de sacamanteca , que divertido, pero me imagino que de niños debÃa dar sustillo.
Gabriel, ahà viene un hombre con barbas... no sé porque creo que nuestra escritora tiene esta preferencia. ¿O no?
¡Me encanta!
28/09/11 09:09
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Beth
Gracias Esteban, por eso, por tu tiempo y comentarios
28/09/11 09:09
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Beth
Ay mi querida Endless, si, las barbas me dan un puntito si, aunque lo que importa es la persona, con o sin barba. A mi de niña también me han asustado con lo del Sacamantecas
28/09/11 09:09
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Beth
Ay mi querida Endless, si, las barbas me dan un puntito si, aunque lo que importa es la persona, con o sin barba. A mi de niña también me han asustado con lo del Sacamantecas
28/09/11 09:09
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Vocesdelibertad
Beth:
Hay una palabra que escuché para las personas que son francas "claridosas", desde ya la reporta la máquina como error, pero queda calzada a la abuela, conozco a una persona como ella ama a sus hijas y adora a sus nietos, pero en el afán de expresarse dulce, cosa difÃcil para ella, termina por agradarlos con la comida o con su rudo cuido jeje
Gustazo de estar contigo, aquÃ!
05/10/11 04:10
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Beth
Es que yo hoy un poco asÃ, querida Voces, claridosa, entonces. Me cuesta mucho no decir lo que pienso. Hay alguien muy importante para mi que me llama "Santa Clara" y me dice que cuando deje mi humor negro, no seré la misma. No sabe el pobre que nunca lo dejaré
05/10/11 09:10
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Danae
Me gusta cómo has logrado trazar con precisión la fuerza de carácter de esa madre antigua y entrañable, pilar de la casa.
Sigo leyendo, querida Beth. Sé que llevo mucho atraso, pero no me perderé esta historia.
Un beso.
11/10/11 11:10
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Beth
Te agradezco no sabes cuanto que quieras acompañarme en esta nueva andadura, con personajes nuevos también, a los que me está costando tanto dar la vida. Es un parto de lo más doloroso pero con la ayuda de todos vosotros, lo conseguiré. Un beso
11/10/11 11:10