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De Vuelta 4

Amanda no durmió bien aquella noche aunque estaba muy cansada. El colchón no era cómodo y a pesar del albornoz y los calcetines, seguía teniendo frío. Por fin, cuando vio que por la ventana se filtraban los primeros rayos de sol, se levantó con alivio y volvió a ducharse para entrar en calor. Recoger sus cosas apenas le ocupó cinco minutos y se sintió más ligera cuando se vio de nuevo en la calle y de camino a la casa de su tía. Había al menos un Kilómetro pero la mañana, fresca y luminosa, invitaba al paseo. Por fortuna la maleta era pequeña y no pesaba demasiado. Anoche apenas se fijó en nada al llegar, estaba demasiado cansada; pero ahora se dio cuenta de que el pueblo apenas había cambiado desde que ella era pequeña. Las casas seguían estando pintadas cada de una de su color, a cada cual más chillón. Su madre le había explicado que las casas de pescadores solían pintarse así para que cada cual, cuando llegaban en el barco, distinguiese ya la suya desde lejos. No sabía si era cierto o no, pero resultaba pintoresco y hacía pensar en una postal escocesa. A aquella hora había movimiento de barcos que llegaban, mujeres que cosían redes, trasiego de cestas de pescado, alguna pequeña camioneta que cargaba cajas…La vida de siempre de un pequeño pueblo sin importancia. Ella había vivido siempre en la ciudad. ¿Esto le bastaría, en caso de que decidiese quedarse? El aire olía a mar, a sal, a brisa y también, ligeramente, a aceite de motores y a pescado. Se dio cuenta de que la gente la miraba de reojo a su paso y murmuraban los unos con los otros. Eso era lo que peor llevaba de los pueblos pequeños; la curiosidad, los cotilleos, el carecer de vida privada. En la ciudad apenas se conocía al vecino de al lado y cada uno iba a lo suyo. Dudaba que pudiese soportar tanta cercanía.
Cambió la maleta de mano; el brazo empezaba a dolerle; pero no podía arrastrarla por aquellas calles con adoquines irregulares y rotos en muchos sitios; acabaría destrozada antes de llegar a la casa de su tía. Había quedado a las doce en la notaría, pero antes debía pasar por el estanco de la esquina, en la plaza del ayuntamiento, para recoger la llave de la casa.
La dueña de la tienda parecía estar esperándola. Era una mujer de baja estatura, delgada y seca como un sarmiento, con la cara surcada de arrugas que se entrecruzaban formando mapas y surcos. Estaba limpiando una estantería de lo que parecía polvo de años, y al verla entrar dejó el trapo sobre el mostrador y se pasó las manos por la falda de cuadros; en un gesto nervioso o tal vez para limpiarlas.
-¿Usted es la sobrina de Irene?-le preguntó mirándola fijamente.
Amanda estaba posando la maleta en el suelo y se quedó a medio camino. Esperaba un recibimiento algo más cálido; pero se llamó tonta a sí misma. La buena mujer no la conocía de nada y tampoco tenía motivos para recibirla con fiestas. Al fin y a cabo, ya le estaba haciendo un favor al darle la llave.
Beth25 de noviembre de 2012

4 Comentarios

  • Elmalevolico

    Creo que la decisión fue correcta, todas las decisiones son correctas... algo bueno nos dejan a pesar de lo dolorosas que puedan ser...

    un beso amiga y cuídate mucho...

    25/11/12 09:11

  • Beth

    Gracias mi querido David. Intento cuidarme, aunque me falta práctica, tengo más experiencia del otro lado. Un beso

    25/11/12 10:11

  • Kc

    Me guar como lo llevas el puente que haces de los tiempos el pasado el presente sigo pendient, alerta cada vez con más intriga.
    Un fuerte abrazo.

    26/11/12 07:11

  • Beth

    Gracias Karla. Siempre que escribo relatos intento mezclar los dos tiempos porque creo que todos somos, de alguna manera, producto y esclavos de lo que hemos vivido. Besos

    26/11/12 08:11

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