En los malos momentos solía acurrucarse al lado de la estufa de leña y recordaba los días de su infancia, cuando las cosas eran sencillas y siempre se sentía protegida y a salvo. Se ponía una bufanda que había tejido hacía unos años para alguien a quien quiso mucho, a quien amaba todavía, pero al que nunca podría tener. La había terminado hacía ya muchos años pero no se la había enviado, aún sin saber a ciencia cierta por qué motivo no lo hizo.
En algún momento las cosas se torcieron por motivos que no recordaba claramente pero que en todo caso habían sido ajenos a ellos. Son esas cosas de la vida que hacen que de repente todo se vuelva complicado y que la gente no es capaz de superar. Sus caminos se separaron y no había vuelto a saber nada más de él.
Y ahora, en su noventa cumpleaños, siguió haciendo lo mismo que había hecho siempre; se sentó al lado del fuego, se rodeó el cuello con la bufanda y puso aquella música que les había unido, que siempre había sido la suya y que le traía tantos recuerdos agridulces. Cerró los ojos para concentrarse más en la canción y se fue quedando adormilada. En los últimos tiempos, como todos los viejos, velaba de día y dormitaba por la noche.
Estaba cansada desde primeras horas de la mañana y al irse amodorrando soñó con su padre tal y como era en la infancia, cuando la llevaba de la mano a pasear por los bosques cercanos a su casa y le enseñaba el nombre de los árboles. Su padre, alto, rubio y fuerte como entonces, sin arrugas y todavía con todo su pelo, la esperaba con una enorme sonrisa y los ojos abiertos. Y ella sin pensarlo caminó hacia él, hacia la luz...
Se cogió de su mano y así, con paso firme y seguro llegó a aquel lugar donde reinaba el silencio y la paz. Todavía llevaba la bufanda al cuello y cuando le vio se la quitó y se la puso a él.
-Has llegado-le dijo besando sus labios. Yo también acabo de hacerlo y hasta ahora estaba muy perdido. Vamos, dame la mano,ya estamos por fin en casa.
Precioso, cargado de imagenes y momentos
Un placer leerte
Antonio