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Mientras Llega MaÑana 64

No esperamos una semana para comunicar nuestra decisión a Gines, sino que al día siguiente Daniel le llamó para decirle que queríamos iniciar los trámites de adopción. Enviamos toda la documentación que nos solicitó y fuimos informados de que para obtener el certificado de idoneidad, probablemente recibiésemos en casa la visita de algún funcionario que tendría que informar si nuestro modo de vida era adecuado para la crianza de los niños. Por supuesto, se presentaría sin avisar. No me preocupaba; nada teníamos que ocultar. No éramos perfectos, pero tampoco había en nuestras vidas nada tan terrible como para que debiésemos mantenerlo oculto.
Elia y Diego decidieron que aplazarían su boda hasta Navidad; ahora estaban demasiado ocupados preparando la nueva consulta, y a principios de septiembre toda la familia tendría que viajar a Estados Unidos, al enlace de mi hija y Mark. Una tarde que estábamos solos Carlos y yo, le comenté que parecía que a todos nos había dado la fiebre del emparejamiento. Yo hacía la cena, y Carlos estaba sentado en la mecedora de la cocina, con una taza de te en la mano, saboreando esa hora de la tarde-noche, tan agradable, cuando el día ya va quedando atrás y se acerca la hora de cenar en familia, de relatar como han ido las cosas, de hacer sobremesa con la gente que nos importa.
-Sólo falta que a ti también te alcance la fiebre, suegro.
Se echó a reír. Y yo le miré con cariño y di gracias a Dios por permitirme seguir disfrutando de su compañía, por hacerle abierto de miras y generoso.
-No, querida. Para mí esa época ya ha pasado. Fui muy feliz con Leticia, con la salvedad de ese asuntillo que en otra ocasión te conté.
Asentí. Recordaba perfectamente la conversación que habíamos mantenido; al día siguiente de su llegada, cuando intentó que Arturo y yo arreglásemos las cosas.
-Carlos-le dije tocándole el hombro. No te preocupes demasiado por tu hijo. Creo que él y la niña acabarán arreglando sus diferencias. Y no está solo; parece que la relación con la Barbie, quiero decir, con Paula-rectifiqué-sigue por el buen camino.
Pero él sacudió la cabeza, con tristeza. Sorbió un poco de té, y mirando a un punto indefinido a través de la ventana, habló en voz baja.
-Ojala tengas razón en lo referente a Úrsula. Sobre el otro tema, ya te he dicho lo que pensaba. Creo que ella le utiliza para medrar profesionalmente en el despacho. ¿Has olvidado que Arturo es uno de los socios fundadores?
-No seas tan malpensado. Yo prefiero pensar que le quiere de verdad.
-¿Y entonces por qué no quiso conocer a su hija? ¿Por qué ahora no ejerce su enorme influencia sobre él para que vaya a su boda y acepte a su novio? Yo te lo diré; es una snob, y le sabe mal que su hijastra tenga un marido negro; por eso no hace nada por suavizar las cosas.
-Bueno, Carlos, seamos justos; no creo que la culpa sea de Paula. Arturo es como es, tú lo sabes, yo lo se, y todos los que le conocemos un poco.
-Si, tienes razón, pero ella es igual que él. Y de ahí nunca saldrá nada bueno. Son demasiado interesados los dos. Las relaciones así no suelen ser largas.
Me encogí de hombros. Quizá me había equivocado sacando el tema de Arturo; pero sabía que Carlos se preocupaba por su hijo, y quise darle a entender que yo seguía estando a su lado, aunque de hecho ya no fuese su nuera. Para mi lo importante es que él seguía siendo el abuelo de mi hija, y parte de mi vida.
-Elena-me llamó. Te has ido muy lejos. ¿En qué estabas pensando?
-En todo y en nada. Pensaba que me alegro de que seamos personas civilizadas, de que aún después de que tu hijo y yo nos hayamos divorciado, sigamos siendo parte de la misma familia.
-No podía ser de otra manera. Te confieso que antes de conocer a Daniel tuve mis dudas, porque aunque yo te quiera como a una hija, y eso nadie lo pueda cambiar, quizá a él no le gustase tenernos cerca a Elia y a mi.
-Sabes que no es así.
-Si, lo se, porque lo veo todos los días, y sobre todo porque él se encargó de que me quedase claro.
-No entiendo-le dije.
-¿No te contó que tuvimos una larga charla el día que fuimos a pescar?
-No, pero me imagino que hablasteis, porque pescar, lo que se dice pescar, más bien nada. Menos mal que hice la cena, si espero por lo que me prometisteis traer, haríamos dieta.
-No pescamos, pero la tarde fue productiva. Me dejó bien claro que sabía que tú nos querías, que nos considerabas tu familia, y que por tanto, éramos también la suya. ¿Sabes que tienes un gran hombre a tu lado?
-Si, suegro, lo supe desde el día en que le conocí. Y día a día descubro nuevas cosas que me lo reconfirman.
Como faltaba poco para la marcha de los chicos, decidimos pasar un día cerca del río, porque a Mark también le gustaba la pesca, como a Daniel y a Carlos. Me insistieron en que no era necesario llevar comida, que asaríamos lo que pescasen, pero no me fiaba. Recordaba la última vez, así que cuando salimos en el todoterreno de siete plazas, el maletero iba repleto de comida que había preparado el día anterior: dos tortillas de patatas, filetes empanados, una tarta de manzana, sándwiches y una empanada. Suficiente para alimentarles a todos, aunque los pescadores fallasen.
Le dije a Daniel que yo conocía un atajo para llegar antes al río, aunque la carretera era estrecha y con muchas curvas. Le ofrecí conducir, pero entonces mi hija empezó a despotricar, en el asiento trasero.
-Barbas, no le dejes conducir a Mamá. No puedo pensar en nada más surrealista que ir por una carretera peligrosa con Mamá al volante. Si es una dominguera, que parece que va pisando huevos.
Todos se echaron a reír, hasta Daniel. Pero yo me defendí.
-No es verdad. Soy prudente, simplemente. Pero después de lo que ha dicho la mocosa esa, y de que todos le habéis reído la gracia, no pienso conducir. Arreglaos como podáis.
Y para demostrarle a Daniel que sus burlas también me habían molestado, me senté en el asiento trasero, lejos de él. Al fin llegamos sanos y salvos, aunque usásemos el atajo. Los pescadores se fueron a lo suyo, y nosotras nos quedamos con Diego, al que pescar le parecía demasiado aburrido. Les propuse subir a un monasterio que se alzaba en lo alto de la montaña; eran apenas dos kilómetros, pero tía y sobrina declinaron la propuesta. Preferían tumbarse en la hierba y leer. Fuimos solamente Diego y yo. La cuesta era empinada, pero no me costaba subir. Me encontraba mucho más fuerte, y Diego se dio cuenta del cambio.
-Si, estoy muy bien; creo que no me encontraba tan fuerte desde hace mucho tiempo. ¿Sabes? Todavía no te he dado las gracias por apoyarme el otro día. En lo de la adopción-le aclaré.
Le quitó importancia, diciendo que había hecho lo correcto, porque médicamente no había ningún impedimento.
-Es que-le confié agarrándome de su brazo-cuando ví a esos dos pequeños a los que si no nos llevábamos probablemente separarían o se quedarían en el centro para siempre; pensé en lo que a nosotros dos nos robaron y que ya nunca podremos recuperar.
No me contestó. Seguimos caminando, subiendo la cuesta y parando de vez en cuando para ver el hermoso paisaje, el río discurriendo tranquilo entre las verdes montañas, pobladas de pinos, y los puentes colgantes que cruzaban la corriente en varios lugares.
-Nuestro padre me confesó poco antes de morir-me dijo después de un rato-que intentó varias veces verte y contártelo todo, darse a conocer.
-¿Y por qué no lo hizo?
-Por tu madre. Ella se lo prohibió.
-Si, la creo capaz-asentí, con la cabeza gacha. Todavía no entiendo porque se creía con derecho de negarme conocer a mi padre, a mi hermano.
-Creo que no era a ti a quien quería castigar, Elena, sino a nuestro padre. El no me contó exactamente lo ocurrido, pero creo que cuando tu madre se quedó embarazada, él se negó a abandonar a mi madre, y ahí empezaron los rencores y los problemas. Me parece que a su modo, las quería a las dos.
-¿Se puede querer a dos mujeres a la vez?-le pregunté.
-Ya sabes, en la canción de Antonio Machín se decía que si-bromeó él. Pero a mi no me parece posible. Me imagino que no las quería a las dos de la misma manera. Cuando yo nací el parto fue muy complicado, y mi madre estuvo grave; se temía por su vida. Se salvó, pero a raíz de eso, siempre estuvo delicada. Padecía del corazón y le recomendaron no tener hijos, pero ella insistió; quería darle un hijo a mi padre. Y creo que por eso él nunca se atrevió a dejarla.
-Y mi madre no le perdonó. Así que le castigó impidiéndole tener contacto conmigo. Si, ella haría eso. No era mala persona-aclaré, porque no deseaba que se hiciese una idea equivocada. Pero tenía un extraño sentido de la justicia, quiero pensar, aunque tal vez fuese venganza.
-En cualquier caso, aunque tarde, nos hemos reunido-añadió Diego, abrazándome.
Beth28 de agosto de 2011

9 Comentarios

  • Norah

    o se quedarían en el centro para siempre; pensé en lo que a nosotros dos nos robaron y que ya nunca podremos recuperar.

    29/08/11 08:08

  • Norah

    o se quedarían en el centro para siempre; pensé en lo que a nosotros dos nos robaron y que ya nunca podremos recuperar.

    29/08/11 08:08

  • Norah

    Como siempre estupenda, besos mil.

    29/08/11 08:08

  • Norah

    Como siempre estupenda, besos mil.

    29/08/11 08:08

  • Norah

    Como siempre estupenda, besos mil.

    29/08/11 08:08

  • Vocesdelibertad

    Cuánta convivencia natural se percibe, haciendo dolores, penas y sentimientos de lado para respirar, cargarse de energía y continuar, que más que una descarga familiar.

    Espero con ansias la autorización del centro,

    Abrazos y más abrazos

    29/08/11 10:08

  • Beth

    queridas Norah y Voces, en estos casos es cuando uno se da cuenta de la importancia de la familia y quizá porque Elena ha tenido que ir haciendo la suya de retazos, no quiere dejar a esos pequeñitos sin padres. Besos a las dos

    30/08/11 12:08

  • Endlesslove

    Me agrada la relación de helena con su ex suegro. A Carlos también le has regalado muchas cualidades que permite al lector quererlo.
    sigo...

    15/09/11 06:09

  • Beth

    No siempre es verdad que nueras y suegros o suegras se lleven mal y Carlos es un encanto

    15/09/11 09:09

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