Me había dicho que no me preocupara, que las cosas volvían.
Pero ocurre que la suya había sido una de esas frases que se marean en mis concavidades y hacen resonar ecos
porque las enrosco, desmadejo, desmenuzo y me hago añicos en el proceso.
Porque él me habló de después, de ahora, de antes, pero ocurre que en mis vivencias el tiempo se entrometía en los sucesos y tejía hilos conductores no solidarios, ramificaciones de tela frente a las cuales solía encontrarme absorta. Y no es que renegase yo de sus buenas intenciones, ni de la posibilidad de que haya querido transferirme su sereno parecer en el cual las cosas reposan con lugar fijo en la línea recta, esa idea suya en la que las repeticiones forman periodos ordenados como si se tratase de números binarios y su tajante dualidad de blanconegro . Sin embargo no, resulta que no me resulta así.
A mí siempre me costó ver ese lugar determinado al cual él se refería con tono de certificado de garantía, a mí la incertidumbre me corría del eje, el piso temblaba haciendo que yo perdiese las asas a las que aferrarme y la caída terminaba por volverse un sacudido viaje de ausencias.
Yo necesitaba saber cómo y cuándo para cubrirme del efecto que conlleva el no, para imaginar y nombrar y renombrar, para esbozar trazos.
Claro que para él las cosas volvían, o tal vez no, pero quiso que yo escuchara que sí. Libre asociación de mi parte, pero las vueltas implican esperas y las esperas conllevan desgaste. Nada de aprendizajes. De las esperas no necesariamente se desprenden cuestiones fructíferas que asimilar, porque a veces es todo amilanamiento, sólo la sensación vuelta somatización de que papel lija comienza a fregársele a uno al punto de que los huesos pueden sentir el viento que entra por las hendiduras de las ventanas siempre cerradas.
Tus textos, Blaureiter, son como pasajes encriptados de una vida vecina que lo ponen a uno en la ventana del voyeur, que sin entender muy bien que esta sucediendo, ni el porque ni el fin de las situaciones, disfruta de ver sin ser visto.