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Todo Pasa

Me conecto y veo las notificaciones, estás ahí, siempre estás ahí. Sería una hipócrita si dijera que no te busco, que no intento saber de vos, que no intento establecer un contacto cibernético puramente existente en mi mente pero que necesito visualizar como real para sobrellevar la desesperada realidad que no me para de decir que, de hecho, ya no estás.
Pero creo que soy yo la que no está. Lo sé por lógica ya que fui yo la que se fue sin dar ni una explicación precisa (aunque no existen tales). Me acuerdo que ese día hacía calor y tenía que viajar en subte. La línea B a veces está hasta las manos, y había sido la única persona de todo el vagón que se quedó sin asiento. Un tipo se corre contra la pared y me ofrece el lugar. Le agradezco, sos flaca, entrabas, y nos reímos. Siguió leyendo. Algo en inglés, algo de un experimento. Nuestras piernas se rozaban, me pregunté si él lo sentía o solo estaba en mí esa electricidad enfocada únicamente en la parte de mi cuerpo que él estaba tocando. Pero sacó el celular y se puso a chatear con una tal Gia y la electricidad paró. Así, como si nada. Y yo que venía de irme de vos me tuve que, encima, bajar una parada antes porque no podía soportar que haya desaparecido la sensación que venía con el roce. Cuando bajé, una chica que rondaba los 28 tocaba música; el violín. Siempre me gustó la melodía que emana de sus cuerdas, me trae recuerdos de tardes caminando por Cabildo, de plazas y de (des)encuentros. Me habré quedado hablando unos treinta minutos, porque no tenía nada más que hacer más que seguir yendome de a donde fuera, porque era lo único que podía hacer. Entonces le dije y nos fuimos de la estación Malabia, que era en la que me había bajado.
Su casa era muy íntima, como ella. Un monoambiente, chico, el dueño es amigo de mi tío, dijo. Tenía un ventanal que ocupaba toda la pared y daba a la calle, y contaría acerca de cómo estaba la luna esa noche si ella no hubiese interrumpido mis pensamientos. Nos desnudamos con evidente desesperación, y ahí entendí que ella también estaba escapando. Esa noche nos obligamos a querernos, porque si nos queríamos todo era más fácil. Cuando salió el sol, le hice el desayuno porque a mi me hubiera gustado que, si fuese al revés, ella me hiciera el desayuno antes de irse. Le dejé una carta, cuando te sientas sola, llamame. No me llamó, y me alegré, porque sería otro lugar del que debería huir.
Y, sinceramente, me había cansado. Así que fui hasta Belgrano y me acosté en la plaza de Cabildo y Juramento, llena de jacarandás que en esta época del año empiezan a soltar las flores como si nos presumieran que para ellos soltar es fácil. Como si fuese fácil dejar ir una parte nuestra. Y mientras volvía a casa, alcancé a ver en un jacarandá un pimpollo, y medio que sonreí porque mi papá me dice así y porque a pesar de que sueltes algo otra cosa nueva viene, y siempre sigue y no para y si te hace mal corré y si no quedate ya fue no corrás más, total, todo pasa.
Camiladavel07 de diciembre de 2017

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