Baja por los soles entre olivos y nardos
y alumbra silencios con su palabra.
Y cuando habla, derrama piel y alma
sobre sábanas blancas, y su ventana
se asoma a dulces sueños de amapola.
Su abanico le levanta la falda cuando
desnuda los abriles, raudos torrentes
de lava se juntan con los jazmines
de un camino donde le llora el agua.
En ella se revelan Margaritas y Serenas
cuando anda las calles, rincones y esquinas
de la amante que cela y la infancia sentida.
Es hembra solitaria en la oscura umbría,
musa, licor y mesa en las lunas de estío
cuando el amor la encuentra y la arrebata,
cigarra cantora entre higueras y zarcillos
en la calima de siestas largas.
Es madre que clama, y novia que aguarda,
poeta que acaricia mil albas perdidas,
manantial fresco y claro que lava heridas
de los pies descalzos y los pechos gualdas.
Tecla sonora de arpegios y sinfonías,
paleta de azafrán en auroras y ocasos,
Mejorana entre almendros y naranjos
que perfuman la sombra del pájaro.
El solano, desde las orillas de su sombra,
sopla menta y canela de aroma esenciado;
vuelan así hermanados realidad y quimera,
trigales y pámpanos, mariposas y faunos,
mujer, maestra, y reina de las letras.