Bajó las escaleras de tres en tres, corriendo con una sonrisa en la cara, empujando al aire para llegar lo más rápido posible a aquel lugar, el lugar que le había devuelto la esperanza, y le había mostrado lo que en ese momento necesitaba. La emoción del reencuentro inundaba su cuerpo, y la adrenalina la recorría de arriba abajo. Pasó por la cocina, intentando evitar a su madre, con pasos ligeros y de puntillas. Cuando llegó a la entrada se paró, un obstáculo le impedía salir de su casa, la puerta, estaba cerrada, ¿cómo abrirla sin producir algún ruido que pudiera llegar a oídos de la madre de Silvia? Agarró el pomo de la puerta y lo apretó con fuerza para mantener totalmente su control, y que la puerta no llegara a chirriar, pero su mano, por algún extraño motivo, traspasó la puerta, como si no estuviera formada de materia. Silvia se sobresaltó y la retiró enseguida, confundida. Lo intentó otra vez, y la mano volvió a traspasar la puerta, como si fuera una mera ilusión. No esperó más, la esperaban, luego resolvería ese problema. Probó en hacer traspasar todo el cuerpo por la puerta, y sonrió una vez se vio fuera de aquellas cuatro paredes. Echó a correr otra vez. Por fin, solo le faltaba girar una esquina para situarse en el lugar adecuado, unos cuantos pasos más allá y lo habría conseguido, se volvería a reunir con aquella persona, la cual ella quería tanto, se emocionó, pero pestañeó rápidamente, evitando que sus lagrimas fluyeran por las comisuras de sus ojos. No debía llorar, por lo menos no delante de él, debía mostrarse serena, y feliz, y sobre todo, natural.
Se posicionó justo donde le vio por última vez, sin dar crédito a lo que veían sus ojos
Nada.
Nada más que los hierbajos, y los árboles frutales que, según su madre los plantó su tatarabuela. De repente su euforia desapareció y se situó en un estado bastante alejado de esta. Recorrió la zona con la mirada en busca de algún indicio, algún rastro que le pudiera mostrar donde pudo haber ido Mike. Como era de esperar no encontró nada fuera de lo normal, el césped no mostraba ni una sola huella, como si nadie lo hubiera pisado en mucho tiempo, fue como si Mike nunca hubiera pisado aquel gran matojo de hierba, que comprendía su jardín.
Esta vez no pudo reprimir sus ganas de llorar, y se tiró al suelo, incómoda con esta situación de tristeza y desamparo. Agachó la cabeza y la escondió bajo las manos, hundiéndose, poco a poco, en la miseria.
Tras varios minutos ya se le habían secado las lágrimas, pero seguía sin encontrarse mejor. De repente un trozo de hoja rota cayó del cielo como por arte de magia, Silvia tardó un poco en alcanzarla, todo era muy raro, esto no sucedía en la vida normal. Pero no podía evitar aquel trozo de papel caído de la nada, así que lo cogió, con fuerza, sin atreverse a leerlo. Sus ojos no querían mirar, pero su corazón cada vez bombeaba más fuerte, cómo si se fuera a salir de su cuerpo en cualquier momento. No pudo aguantar más y lo leyó con miedo, pero valentía:
-Lo siento-
No dejaba de pensar en él, le necesitaba más de lo que ella había pensado, fue un golpe muy duro para Silvia tener que volver a alejarse de Mike, y aunque no entendiera el mensaje, agradecía que se lo hubiera mandado desde donde esté, en aquella fortaleza o en cualquier otro rincón del mundo.
Pero no fue capaz de soportar aquel dolor, y cayó rendida, en la fría hierba del jardín de su casa, quedando inconsciente, y ajena a los acontecimientos que más tarde se presentarían en aquel lugar.