Me dormía, inevitablemente. Esa lucha por arrancarme del sueño y persistir en la lectura suele ser lenta y fatigosa y transportarme en una superposición de planos donde el sueño y la vigilia pugnan por plantar bandera. Unos mínimos recursos mentales resisten al apagón y procuran llevar adelante la comprensión que avanza pesadamente, prescindiendo de detalles, sin dejar tras de sí vestigios en la memoria. Cómo un mero funcionar automático, que inútilmente avanza sobre puentes de palabras (que difícilmente, a grandes costos, genera explosiones de sentido para nada estentóreas) cuyo trayecto no puede sino olvidarse tan pronto como se deja atrás. Cómo si todo el esfuerzo estuviese puesto en el empeño por deslizar sucesiva y descendentemente los ojos por las líneas del texto, que a menudo se duplica por efecto del sueño, sin restar reservas para fijar aquello en una memoria que, a la postre, permita recuperarlo

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