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Confusión

Mariana buscaba respuestas en un vaso vacío... todo el mundo afuera andaba de un lado a otro, el humo y el transito de la noche la empezó a aturdir y decidió volver a casa. Era una noche extremadamente fría, apretó el paso hasta llegar a la avenida Esmeralda donde estaba ubicado su departamento. Entró algo mareada, sin encender la luz se deshizo de su abrigo y se dejó caer en la cama queriendo soñar con el que se había ido.
El viento silbaba y los sonidos se volvieron más lejanos, hasta desaparecer sin darse cuenta. Se rindió al cansancio de tantos fantasmas que de repente aparecían con la muerte de su padre, el silencio la obligó a callar, las luces giraban a su alrededor, su respiración se volvió más lenta. Necesitaba abandonarse a unas horas de sueño profundo y se dejó llevar hasta sentir alivio en cada célula de su cuerpo.
Cuando por fin la noche terminó y el movimiento de la calle tomaba su forma empezó a volver a su conciencia y con los ojos entreabiertos... la luz del sol... Sus ojos parpadearon varias veces antes de abrirlos totalmente: era hora de levantarse.
Se incorporo con pereza y descubrió que todo había cambiado, sus muebles fueron reemplazados por unos pocos de estilo antiguo y sus paredes dejaron de ser de ese color violeta que tanto le gustaban pero... ¿acaso había llegado tan desorientada que había equivocado su departamento?...
Pegó un salto de la cama algo asustada, tomó sus pertenencias y salió corriendo a la calle. No podía entender su equivocación, su cabeza iba a mil por hora, sintió una opresión en el pecho que la hizo parar en seco. Algo estaba mal pero no lo entendía, camino dos cuadras hasta encontrarse en una plaza donde se sentó en un banco y respiró hondo... no podía dejar de sentir que algo había cambiado, lo sentía en el aire.
- Calmate solo te confundiste de departamento... nadie te vio salir así que no hay porque estar nerviosa. ¡No!... todo esta perfecto.
Sus manos temblaban, sentía la adrenalina correr por sus venas. Buscó en su bolso un par de lentes tratando de esconderse y al otro lado de la calle vio que un hombre cruzaba en su dirección. La opresión en el pecho volvió y cada vez que se acercaba era más fuerte. Vestía unos jeans oscuros, un gabán, el pelo ondulado y revuelto, en sus espaldas una guitarra. Sus ojos la miraban al acercarse pero por más que quisiera hacer memoria Mariana no podía saber de donde lo conocía. A cada paso su corazón latía más fuerte, cuando lo tuvo delante él se arrodilló para mirarla a los ojos. Sonrió. Ella sorprendida no podía pronunciar palabra, todo era muy extraño.
- te estaba buscando. –Le dijo despacio acariciándole la mejilla.
Mariana cerró los ojos para disfrutar de la caricia de aquel extraño hasta que despertó.
-Soltame! Vos... vos...
-jajajajaja –su risa era familiar, sabía que no era un extraño pero... ¿Quién era? – Ya sé que estas enojada pero tenemos que hacer las pases ¿no te parece?... Mariana yo
-Llevame a mi casa ¡por favor!... –Ya no encontraba una explicación lógica para todo eso y empezaba a tener miedo, pero sentía que con él estaba segura.
-Esta bien vamos –la tomó de la mano y sin decirse nada caminaron hasta un edificio de ventanas de madera que Mariana reconoció inmediatamente. Había vuelto al mismo lugar del que había escapado hacia unos minutos.
Se quedó mirando la entrada mientras su mente se empezó a nublar hasta quedarse en la oscuridad. Él se abalanzó para evitar que se desplomara en el medio de la vereda, la tomó entre sus brazos y pidió ayuda al encargado del edificio. Ambos subieron hasta el segundo piso y depositaron el cuerpo de la joven sobre la cama.
-Gracias Don Francisco esta bien yo me encargo...
-No es nada, va tener que llamar a un medico ¿no? – El portero era un hombre de unos sesenta años siempre de buen humor y dispuesto a la hora del trabajo como así también a los chusmerios de los que habitaban el edificio.
-sí, ella va a estar bien...
-Cualquier cosa que necesite Sebastián me avisa eh
-No se preocupe, gracias.
Mariana escuchaba sus voces algo lejanas. No podía moverse, todo su cuerpo pesaba mucho y su cabeza no lograba devolverle su estabilidad.
-Sebastián... Sebastián... -Ese nombre que escuchaba era lo único que recordaba como familiar. Su mente se empezó aclarar y todo en la habitación tomó de vuelta su forma. El hombre del pelo revuelto se acercaba después de cerrar la puerta.
-¡Aca estoy mi amor!
-¿Sebastián?... yo... yo no... -La angustia y la soledad más absoluta la envolvía por no poder recordar.
-Tranquila, tranquila acordate lo que dijo el doctor Sigma tenes que descansar la medicación que estas tomando es fuerte y tenes que cuidarte. – Él se acostó a su lado y la abrazó sintiendo lo frágil de aquel cuerpo que tanto amaba.
Mariana se sentía aturdida pero segura entre los brazos de aquel joven. Se quedó dormida tratando de encontrar una respuesta a tanto desconcierto.
Sebastián se levantó despacio para no despertarla, se prendió un cigarrillo y fue hasta la cocina a llamar al doctor Sigma. Se sentó en el piso con el teléfono y el cenicero uno de cada lado tratando de tranquilizarse antes de hablar.
-Hola necesito hablar con el doctor Sigma por favor... no, no tengo cita... por favor dígale que soy Sebastián Costas... ¡No, no quiero una cita! – Estaba muy nervioso, últimamente las cosas no andaban bien.
Colgó el auricular con bronca, apoyó su cabeza en la mesada que tenía a sus espaldas y suspiró hondo cerrando los ojos un segundo.
Mariana sintió frío y buscó el calor de aquel hombre con ese perfume tan particular y una imagen la asaltó de repente... era Sebastián vestido con ropa de fajina que reía a carcajadas mientras bailaba con un rodillo de pintura en la mano persiguiéndola hasta tenerla acorralada en una pared donde le dijo que la amaba mientras la besaba apasionadamente. Era ese mismo departamento y aunque intentó seguir recordando era inútil su mente parecía un ovillo de lana enrredado.
Se levantó con la garganta seca y descubrió a aquel muchacho sentado en el piso de la cocina, sentía algo extraño cada vez que lo miraba. Necesitaba hablar con él.
-Mariana, ¿estas bien? –Se levantó como un resorte y le ofreció una silla para que se sentara por miedo a que sufriera una recaída.
-Sí...
-¿No queres... - Ella lo interrumpió desesperadamente.
-Por favor escuchame!... Yo no sé quien sos, no me acuerdo de nada... yo no sé... -Y su voz entrecortada ya no pudo seguir.
Sebastián la miro con resignación y ternura, se arrodillo junto a ella sujetándole las manos.
-Tuviste un accidente hace un tiempo, te golpeaste la cabeza esto es normal...
La joven no pudo evitar las lágrimas. Y como un niño asustado se refugió nuevamente en los brazos de aquel hombre que la trataba de tranquilizar con palabras dulces.
-Quedate tranquila, va a estar todo bien... Ya esta, lo peor ya paso no llores, por favor... Yo estoy acá con vos... tranquila...
-¿Tengo miedo... qué me pasa? ¿Por qué todo de repente es tan distinto?...
-Escuchame... escuchame esta todo bien tuvimos un accidente muy fuerte, te golpeaste la cabeza y hay cosas que no te acordas pero el médico dice que vas a estar bien... tenes que estar tranquila ¿entendes?...
Un accidente... ¿tan mal estaba que no lo recordaba?... Mariana se sentía perdida en un mundo distinto con personas que no conocía, con lugares que ya no eran los mismos... estaba sola. Y aun así en medio de tanto desconcierto confiaba en ese hombre que la cuidaba como si la conociera de toda la vida.
Se dejó consolar hasta hacer desaparecer las lágrimas que descaradamente habían salido al exterior, cerró sus ojos y se perdió entre los brazos fuertes de Sebastián. Él la observaba con un amor infinito y profundo.
La llevó hasta la cama para más comodidad y se acostó a su lado. Se miraron a los ojos como dos desconocidos, escucharon su respiración silbar bajito y se sintieron en paz.
Sebastián le acariciaba el pelo para calmarla y disfrutaba la suavidad extrema de su piel. Se acerco despacio y se sumergió en su boca calida, ella lo acepto sin pensar ni cuestionarse. El calor iba cubriéndolos y Mariana se estremecía ante el roce de las manos de él debajo de su ropa. Le ofreció aquel cuello blanco y femenino el cual acepto de inmediato. Se desvistieron sin apuro y el placer no tardo en llegar a todo su ser. Se recorrieron con detenimiento y pasión contenida. Se olvidaron del mundo por un rato y se elevaron a los rincones de su conciencia dormida.
La noche oscura los encontró desnudos durmiendo abrazados. Una fría brisa colada de una ventana intentó despertar a Mariana quien se acurrucó aun más a el cuerpo que dormía a su lado.
Tuvo sueños de luces de colores y sombras que se movían pero no podía despertar, los sonidos eran graves e inaudibles, molestos, raros. De repente sintió miedo de no poder abrir los ojos, quiso gritar, moverse pero su cuerpo estaba extraño.
Luchó durante horas hasta que una luz se empezó a abrir y los sonidos de apoco tomaron forma... varias personas hablaban, cuando por fin pudo abrir los ojos y miro a su alrededor se encontró en una cama de hospital fría y dura. Dos enfermeras y un doctor salían de su habitación, se incorporó con dificultad y se encontró conectada a unos aparatos que hacian toda clase de ruidos. Se asustó y se los arrancó uno por uno como si fueran sanguijuelas horrendas.
Una alarma empezó a sonar y dos personas corrieron a su habitación, Mariana al verlas quiso escapar pero al tocar el piso su cuerpo calló débilmente.
-Déjenmen!... Basta!... – Trataba de defenderse de las garras de esas mujeres que no la dejaban ir. Una de ellas hizo una seña y la otra le aplicó una inyección que le hizo perder la conciencia otra vez. Vago entre recuerdos olvidados y al despertar vio a su madre que se incorporó para hablarle.
- Hijaa... shshsh tranquila, tranquila... esta todo bien
- No, no esta todo bien. ¿Por qué estoy aca?... ¿es por lo del accidente? Sebastián dijo que...
- ¿Quién?... – La cara de su madre había cambiado de alegría a miedo y no entendía por que.
Mariana se quedó quieta y la miro tratando de encontrar respuestas.
- Sebastián... - Dijo despacio como si dijera una mala palabra.
- Tranquila... tranquila...
Lloraba desconsolada por no poder entender nada pero por sobre todo por haberlo perdido anda saber en que universo. Su madre la acunó como cuando era un bebé y se volvió a quedar dormida. Se sentía cansada, perdida.
Una noche Mariana se las arregló para dar un paseo mientras su madre dormía incómodamente en una silla. Era muy de madrugada y casi no había movimiento en aquel sector del hospital, caminó despacio hasta encontrar los sanitarios. Las lágrimas volvieron a recorrer su rostro, en el espejo ya no encontraba su imagen sino a una mujer de ojos tristes y extremadamente delgada que la miraba desahuciada.
Ahí parada sintió el esfuerzo que había hecho al llegar hasta allí, salió y tomo asiento para descansar sus piernas. Sus ojos no paraban de empañarse y llorar... las pocas personas que caminaban por ahí parecían no verla. Sintió unos pasos a su lado y una mano de repente le ofrecía un pañuelo. Vio las iniciales S.C... pestañó y volteó para mirar y ahí estaba con esos ojos grandes mirándola como aquel dia en la plaza, como aquella noche en su cama.
En realidad nunca lo había perdido solo había cambiado un poco... como en un sueño... como en otra vida...
Emme20 de agosto de 2010

1 Comentarios

  • Indigo

    Excelente el desarrollo, lograstes que me sumergiera de lleno con interés, me gusta y aprecio la buena ortografía, cuidastes todos esos detalles. Un verdadero placer haberte leído. Saludos.-

    03/09/10 06:09

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