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Hedor

Es curioso como en la negra frialdad de la muerte una rosa desnuda puede verse aún más bella, pues está quieta, silenciosa, y al igual que una estatua bañada por la tenue luz lunar, misterios sensuales rodean su desvanecida figura y serpientes luciferinas cubren su cuerpo con la esencia maldita de romances pasados.

El día del funeral su rostro pálido se asemejaba al de un ángel triste, sumiéndome en pensamientos extraños que me arrastraban a oníricas praderas ajenas a todo tipo de lógica, pues el bálsamo de la nostalgia ahogaba cada rincón de aquel extraviado lugar, asfixiando las chances de hallarle el sentido a tal efecto causado por tan triste visión. Sus ojos petrificados inspiraban en mi alma una suerte de triunfante y gloriosa tranquilidad, a mi lado una anciana, probablemente conocida de ella, me decía que había emprendido vuelo y que los vientos divinos terminarían por llevarla a sitios majestuosos, donde podría finalmente descansar de una vida llena de callejones sin salida. Su cuerpo estaba envuelto en los pétalos del pasado y sus brazos se hallaban cruzados sobre su pecho, no podía creerlo, era tan joven y hermosa. La muerte se peinaba en el reflejo de sus ojos, que pena más grande para sus seres queridos.

Aún recuerdo haberla encontrado carente de vida, tirada en el suelo alfombrado y cubierta por un aroma a flores, alcohol y sangre. La policía había declarado el asunto como un asesinato, más nunca descubrieron a quien lo perpetuó, pues no dejó rastro alguno, "como un fantasma", recuerdo haber oído a un forense decir. Aparentemente la acuchillaron en el estómago en repetidas ocasiones y a los pocos minutos del ataque se había desangrado, lo que se hacía obvio al ver el gran charco de sangre ominoso que marcaba presencia liberando hedores aborrecibles y gestando pesadillas que jamás abandonarían mi mente. Nunca olvidaré aquél lunes veraniego, pues ese olor nauseabundo permanece en mi memoria, atormentando a mi espíritu con quimeras oscuras que se arrastran bajo mi piel.

Han pasado más de dos años desde que ella murió y la razón por la que bebo no está asociada a la pena, más sí al miedo; durante las noches aquella pestilencia, originaria de los abismos insondables del más allá, inunda mis sueños, despertándome horrorizado, solo para vislumbrar por una fracción de segundo el pútrido cuerpo de aquella mujer, alguna vez mi amada, sentado a los pies de la cama, mirándome, juzgándome y matándome. Hay noches en las que tras los sucesos narrados anteriormente no puedo moverme, por lo que quedo observando la umbra de mi habitación durante horas, hasta que el atroz hedor vuelve mucho más fuerte y siento como algo se acerca a mi oído y susurra: ¿por qué me mataste?
Escritordesolador01 de enero de 2017

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