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Divagaciones Sin Número

Fecha: Día desconocido, aunque me huele a Jueves. Creo que mes Marzo, segunda o tercera semana. ¿Año? Dejémoslo en pasado el segundo milenio después de Cristo (o al menos esa es la última convención que usé)
Hora: Tarde, casi noche.

Divagaciones (sin número)

La muerte es un límite insalvable. Todo lo que abre sus ojos y ha de sentir correr la vida por sus venas lo hace para morir algún día. Ni los dioses son inmortales, pues nacen de la inspiración de los iluminados para morir en las violentas manos del paganismo. No, ni tu dios en el cuál hoy depositas tu fe va a vivir para siempre.

Ni nosotros, nocturnos sobrevivientes de los tiempos, podemos escapar al tiempo y su implacable paso. Algún día nuestro cuerpo no podrá soportar más el agobiante peso de la existencia y nuestros espíritus serán liberados y por fin veremos los horizontes de la verdadera eternidad. No como esta farsa, esta agonía perpetua, la muerte prolongada cada noche que pasa, cada año, decenios, siglos… Siempre viviendo en el profundo telón de la noche.

Desterrados de los dominios de Apolo, parias del mundo mortal, espectros escabulléndose entre secretos pasajes de las sombras, los hijos de Caín aún no hemos abandonado este plano terrenal. Nuestros huesos apenas soportan el cuerpo a medio secar, a medio secar el cuerpo no deja escapar el espíritu hacia el horizonte infinito. A veces eso quisiera…

¿Cómo será morir? Pues hasta hoy he conocido nada más que la agonía. A tal punto que ya he olvidado qué significa vivir. No esta ficción, sino vivir de verdad, sentir, respirar bajo el suave calor del sol acariciando tu rostro. Ya no recuerdo la vida, mas vivo. Sumido en una larga agonía, aún no he de morir.

¿Y qué queda? Este cuerpo prestado, esa sensación de que no es mío, como si fuera una marioneta que se mueve por los impulsos de, lo que podríamos llamar, mi mente.

¡Oh, mi mente! Quisiera a veces terminar con esto, con el destierro nocturno, con la dieta de sangre, con vivir con el corazón apagado y el instinto encendido. Mataría por una vida nueva, sólo que ya he matado lo suficiente por esta que hoy llevo. No hay acuerdo, decreto, alianza ni pacto que pueda contra el insaciable llamado de la sangre fresca corriendo por las venas. No piensas, sólo te abalanzas y no paras hasta haber acabado con la última gota: ése instante, ese preciso instante se convierte en un indescriptible éxtasis, por unos pocos segundos sientes que la vida retorna a tu cuerpo, regresa esa sensación olvidada, hasta llega a ruborizarse en tibio temblor la otrora fría piel.

¿Eso es vivir? Qué clase de fenómeno arrebata los largos años de vida que le restan a otro, para poder robar esa sensación por sólo un segundo. ¿Subsistencia? Patrañas, cualquier sabandija puede servirnos de alimento. Sólo se trata de simple y animal placer. Si estos pobres tienen suerte poco les habrá valido morir, pues despertarán convertidos en uno más de los nuestros, jóvenes y arrojados. Muchos excesos cometerán antes de que aprendan a contener su naciente instinto.

En el patetismo de este juego absurdo, hoy me siento a reflexionar y a repasar mis pecados. No haré cuenta de ellos, pues llenaría inagotables páginas de atrocidades y bestialidades. Pero aún sigo siendo humano, a pesar de haber “evolucionado”, cómo dicen los más optimistas. Y aunque siento que no siento, por fin he encontrado esa parte de mí que hacía siglos daba por perdida. Y, si viviera, daría asco. Porque no siento nada, como si una gruesa capa de hielo me separara de los últimos retazos de humanidad.

A veces vago por las calles y pienso en todo esto que hoy plasmo en estas líneas. Camino y veo en cada rostro una víctima, un pobre cordero que tarde o temprano será festín entre mis colmillos. Y deseo la muerte, la verdadera. ¿Qué te detiene? Me pregunto, dejo de caminar, observo con pavor mis manos. Y tiemblan, de verdad si hay algo que se puede acercar a la sensación de miedo es ese temblor en el cuerpo. Sin duda más fuerte que la razón es el instinto. Y sigo caminando por esas calles, las mismas que cubren los huesos de mis ancestros, si es que no descansan en algún museo.

Mis pies me llevan a menudo, sin quererlo, hacia el cementerio. Salto la reja y me paseo raudo entre sus pasajes sin que los guardias me descubran. Igual logran ver mi sombra desplazándose, se persignan y rezan. Alma en pena creí escucharles una vez.

Y me paseo entre esos huesos a medio polvorizar, muchos de los cuales me hicieron compañía en tiempos pasados. Amigos, desconociendo mi naturaleza o fieles protectores, bajo la égida de nuestra sociedad. También, nunca faltan viejos enemigos. No pocos cayeron tratando de exterminarnos, aunque hoy en día son menos quienes van por nuestras cabezas. El mundo parece habernos olvidado, relegados en la larga lista de seres míticos nuestra existencia parece más apacible. Pero huelo que no será por mucho.

Veo sombras inquietas, disconformidad, caos. Crecen en gran medida el fanatismo, la efervescencia, la impaciencia de aquellos que están cansados de transitar por un mundo que no les pertenece, incluso aquellos privilegiados que pueden influir en la sociedad humana con sus marionetas. En cualquier minuto estallará el conflicto, sólo basta que alguien cometa una estupidez. Y no dudo que así será.

La muerte es un límite insalvable. Todo lo que abre sus ojos y ha de sentir correr la vida por sus venas lo hace para morir algún día. Ya sea hoy, mañana, en un par de años o unos siglos más. Y hoy el mundo huele a sangre, a desenfreno, a parca perdida a punto de desbocarse.

Llegará entonces el día en que caerá el sol por última vez, antes de que el mundo que conocemos se desmorone en una noche. Antes de que el final llegue, antes de que las mentiras comiencen a desvanecerse. Sólo una noche, para el despertar de la sangre, el instinto y el eterno deseo de dominación. Sólo una noche para el despertar de los hijos de Caín…

Creo que ya anocheció, y aún escribo. Tal vez intento calmar mi creciente insomnio. O sólo es la chochera de un viejo amargo y con los colmillos a medio caer. O será hambre nada más. Mejor iré a buscar algo de beber…
Espectro13 de marzo de 2009

3 Comentarios

  • Voltereta

    Perfecta tu enso?aci?n de ser eterno de la noche, muerto viviente que de sangre se alimenta, descendiente de habitantes del los C?rpatos, que sigue el camino vacilante, de la eterna vida en ag?nico destino y con rumbo incierto.

    Me lo guardo en favoritos para desmenuzarlo como merece.

    Un saludo Espectro.

    13/03/09 08:03

  • Harmunah

    Hasta la eternidad, tiene su lado malo...

    Me ha encantado tu texto. V?vido, sentido, como si realmente hubiese sido escrito por un hijo de la noche. Ese vivir que no es vivir, pero tampoco morir, ese deseo insaciable de sangre, esa repulsi?n por uno mismo. Fascinante.

    Un beso.

    14/03/09 07:03

  • Espectro

    Gracias por sus saludos. Un gusto que est? en sus favoritos Voltereta, es s?lo un fragmento de otro concepto de historia inconclusa.

    Hamurnah, es f?cil llegar a esa sensaci?n como simple humano, s?lo que en otros campos y circunstancias. Es parte de nuestra oscuridad intr?nseca. Me alegra que os guste.

    Saludos!

    25/03/09 01:03

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