No. Tu nombre no es ceniza de un fuego antiguo, cuyas llamas extinguidas, quedaron atrapadas en el papel de un libro.
No. Tu ser no es de tinta, y tu palabra no es una macha absurda, que aborrece a las mujeres, por ejemplo, renegando de su creación, o permite la esclavitud, por ejemplo, sepultando la igualdad de tus creaturas.
No. Tu amor no es algo que alguna vez pasó, para crear un mito, cuya repetición incesante y vacía, pueble iglesias y enriquezca a pastores y al banco Ambrosiano.
No. Señor. No.
Tu eres distinto y mejor, que esa cruel caricatura tuya, que las religiones formaron, para espantar a los creyentes sinceros y atraer a crápulas, y para darle la razón completa a nuestros hermanos ateos.
Tú eres el que es, no sólo el que fue, y eres sencillamente el que será, cuando te encuentre en el corazón triste del oprimido, y ayude a liberarlo. Entonces, leeré tu tercer testamento, en una sonrisa. Y buscaré el quinto y el sexto y el séptimo, y seguiré así, hasta el volumen del libro que tú quieras
hasta que me llames al epílogo, que se llama también, en tu paz, descanso.