A mi Lado
26 de mayo de 2012
por fernandoj
A mi lado, silenciosa, cabizbaja, paralizada de cintura para abajo, una cabeza de blanco pelo comparte escenario, junto con un par de bancos de madera, un jardín bien cuidado y una docena de árboles cuajados de alegres pajarillos.
Desconozco su nombre, mucho menos si casada o soltera es, más sus ojos reflejan una tristeza de infinita profundidad, una tristeza impenitente, contra la que dejó de luchar tiempo atrás, una tristeza que en lugar de ser parte de ella, es ella misma.
Nunca nadie vino a verla, aunque me dicen que sus gastos son sufragados sin problemas, nadie sabe muy bien por quien.
Rumores corren sobre su historia, aunque yo prefiero imaginar la mía, muy probablemente sea tan veraz como las otras, quien sabe.
Su nombre es Margarita, vivió la guerra aunque debido a su juventud a penas recuerda nada, excepto el sonido de la sirena anunciando un rocío de sangre y fuego. Nunca destacó en nada especialmente, tuvo una instrucción si bien muy básica, de gran calidad, pronto tuvo que poner sus manos al servicio de un empleador, un hombre rudo pero justo, con el que aprendió el significado de “ganarse el pan con el sudor de su frente”.
Con él estuvo hasta que se casó, felicidad infinita en un principio, hasta que los desengaños, el egoísmo y el alcohol consiguieron, con esfuerzo, quitarle la venda de los ojos. Para entonces cuatro hijos absorbían, sus fuerzas, sus anhelos, sus ilusiones, su vida.
Problemas económicos la hicieron volver al trabajo, sin abandonar ni un ápice sus anteriores obligaciones, noches sin dormir, cosiendo, después de trabajar como un animal en un bar de mala muerte, para sacar a sus hijos adelante y pagar a su marido las borracheras.
Los años trascurrían, su marido enfermó gravemente, añadiendo una nueva obligación a nuestra Margarita, que no dejó de tratar de dormir en una silla de madera a su lado, ni una sola noche de los seis meses que estuvo ingresado. La tortura terminó en el cementerio de la Almudena.
Pudo dar carrera a los hijos que quisieron estudiar, que no fueron todos, nunca nada les faltó, si bien con la modestia que pueden imaginar. El destino llevó a uno de ellos a una gran empresa en la que triunfó, hoy vive en el extranjero, otro trabaja en el mismo bar en el que ella dejó media vida, los otros dos los perdió de vista y nada sabe de ellos.
El diagnóstico de Alzehimer, cayó como un jarro de agua fría, al principio se establecieron turnos, y cuidados, pero el tiempo es un enemigo terrible y las fuerzas flaquearon, y para aquella a la nunca le faltaron para los demás, pronto se agotaron. Sólo quedaron recibos que se pagan desde el extranjero, y excusas, “si ya ni nos conoce, qué más dá”.
Cada uno volvió a sus obligaciones, y ella, que tanto dio, recibió a cambio la tristeza de saber que su inmenso amor, su entrega sin condiciones, sin restricciones, sin imposiciones, sólo consiguió como premio un talón al portador.
Cansado1105 lecturas, 6 comentarios
Triste historia no por ello menos cotidiana y humana