No sé en qué momento dejé el baile
para irme a llorar a un rincón,
pero lo hice
y perdí gran parte de la noche.
La gente sonreía y bailaba a mi alrededor,
mientras que para mí
la música era un recordatorio
de cómo y cuándo se produjeron las heridas interiores
que no dejaban de sangrarme.
Creí,
sinceramente,
que jamás me invitarían a participar en la fiesta,
que mi papel sería siempre
el de la niña fea del rincón
que todo el mundo obvia,
que fingen no ver.
Pero entre toda la multitud
unos ojos me sacaron a danzar
sin casi conocerme.
Misteriosa y mágicamente,
algún interruptor interno se encendió,
relajando mis músculos y derrochando
dopamina, endorfina y serotonina
por todos los poros de mi piel pálida.
Una parte de mí,
dormida,
triste,
hundida y hecha trizas,
reconoció en alguna parte de él
un alma gemela perdida generaciones atrás,
sintiéndose al fin en su hogar
al rozarse en la pista.
Fue así como nuestras moléculas de óxido ferroso diférrico
se alinearon de manera natural,
dando lugar a nuestro propio e íntimo campo magnético,
uniéndonos en la pista de baile
que antes me rechazaba.
Bastó una simple mirada
y mi pasado quedó atrás.
Más en mi blog: http://myowncarpediem.blogspot.com.es
Precioso, me ha encantado, me has engullido leyendo la tristeza de las realidades que como bien dices obviamos, y el gran desenlace que en la misma realidad siempre no es así. Enhorabuena por tu escrito,
disfruté, un saludo FORYOU1396 DE Chany.