Hace meses el trayecto del colegio a casa y de casa al colegio era uno de los momentos más divertidos del día. Tú hablabas, yo me reía, y viceversa. Nos parábamos a la plazuela a fumarnos un cigarrillo, y seguidamente comprábamos unas chuches para zamparnos de camino a casa. Las tardes en mi casa haciendo fotos o en tu casa cantando eran pura diversión. Me encantaban las noches de aburrimiento viendo pelis o contándote capítulos de mi vida, mientras tú me escuchabas y me dabas esos consejos tan útiles. Eras un gran amigo, P. Hace un mes que los caminos del colegio a casa y de casa al colegio no son lo que eran. Básicamente porque tú ya no estás. Pero, ¿sabes que es lo que odio de esto? Que no estás porque quieres, pues yo no te eché de mi vida. Te fuiste tú solo… y sin motivo. Y aunque me cueste aceptarlo y me muera de rabia por hacerlo, debo confesar, con lágrimas en los ojos, que te echo mucho de menos y si vuelves te voy a volver a aceptar con los brazos totalmente abiertos. Echo de menos tus sonrisas, tus emocionadas, tus “ayúdame a conseguir a esa”, tus bromas, tus consejos, a ti. ¿Dónde se ha ido todo? ¿Qué ha sido de nosotros? O, lo que es mejor, ¿vas a volver algún día?

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