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Papeles al Viento, En El Aire Ii (pienso, Pensamos Juntos)

Ella no lo sabe, la lluvia me encanta. Las noches de tormenta suelo salir a caminar, como si el sólo hacerlo me fuese a lavar las culpas o, al menos, curar las heridas. No disfruto las lloviznas. Y la palabra garúa la aprendí en una canción de los caballeros de la quema.

Eso último me hace recordar a un autor del que no creo haberle contado. Ricardo Abdhallah es un escritor colombiano que publicó el libro de cuentos titulado La noche de quema. El nombre se debe a una tradición celebrada todos los octubres y que consiste en realizar una lista con todos los sucesos malos del año en la vida de uno para luego arrojarlos en una hoguera que se prende en la plaza de los pueblos. Ese libro, además de enseñarme una tradición, incluye otro cuento “El desierto”. Ese cuento relata la extraña relación entre el protagonista y otro personaje central que recorre todo el libro, Alejandra de Merak o Alejandra de la lluvia.

Sinceramente, yo nunca le hablaría de un escritor colombiano. A lo mejor le recomendaría el cuento, pero sería egoísta de mi parte. No es el mejor cuento del mundo, aunque me gustó mucho la primera vez que lo leí. Quizás, porque yo por esas épocas buscaba una Alejandra de la Lluvia o, a lo mejor, porque me sentí identificado con el joven protagonista. Por esas épocas yo también quería vengar a Ícaro.

Vaya texto, se supone que debería hablarle de lluvia, de mi relación con la lluvia. Yo quería contarle que una vez salí de un recital, de esos recitales under a los que solía ir de pendejo, y comenzó a lloviznar. En ese momento no estaba tan preocupado por la lluvia, sino por cómo haría para volver a mi casa. Eran las tres de la mañana, no tenía plata para un remís y los colectivos comenzarían a circular al amanecer.

Mientras pensaba en la mala noche que había pasado —Paola, la chica que creía amar…, esa es otra historia ¿para qué mezclar?— caminaba sólo para la distancia aliviara esa sensación que a uno le produce saber lo idiota que se puede llegar a ser. A veces uno realiza algunos actos por el simple afán de no vivir lamentándose al preguntarse “¿y qué tal sí…?”. Pero esa pregunta siempre va a estar, “¿y qué tal si no hubiese ido?”.

En definitivas, al llegar a la estación de Banfield se largó la tormenta y decidí no quedarme en medio de la estación a esperar que la lluvia pare. Podría no parar nunca. Pero había algo peor: todos mis conocidos podrían salir del local y verme ahí esperando, solo. Entonces decidí volverme a casa caminando. La lluvia no podía hacerme daño, a lo sumo podría resfriarme.

Una vez ahí, caminando bajo la tempestad recordé un tema de A.N.I.M.A.L. (Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar) que dice más o menos así: “Siento caer la lluvia en mí mojando las heridas que dejó marcado el tiempo hoy, parece que el dolor se fuera con el agua, purificando mi soledad”. Desde ahí tengo ese tema como himno, un himno personal que a veces es reemplazado por “Vistiendo” de Catupecu Machu. Ambos me recuerdan que tengo que estar mejor.

Yo no suelo contarle estas cosas a ella, ¿para qué? Lo mejor será no hablarle de mi predilección por la lluvia, de las caminatas bajo las más fieras tormentas, de mi cantar bajo la ducha. A veces siento que me encantaría poder hacer como Shiryu, el caballero del Dragón: bañarme en una cascada.

Hay algo que sí puedo contarle, yo no uso paraguas. No me gustan, me resultan incómodos y jamás sé dónde guardarlos una vez que llegué a destino. Sé que podría relatarle eso, pero me parece poca cosa. Mejor será contarle que aquí no llueve.

Son demasiadas las cosas que pensamos para jamás decir…

Emiliano.
19 de marzo de 2012.
Irina22 de marzo de 2012

1 Comentarios

  • Davidlg

    ¡Cuántas cosas no nos llevamos a la tumba! Igual de bueno que el anterior. saludos!

    22/03/12 05:03

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