La brisa marina mecía la gasa del vestido
su piel se estremecía a su tacto
la dorada arena subía a contemplarla con el viento
formando un huracán que la envolvía por entero
su cuerpo de diosa dejaba vagar su sombra sobre el agua
que reflejaba la silueta de una mujer enamorada.
Como al verla de cerca el mar se quedo prendado
de tanta juventud y lozanía desprendida
marinas lágrimas saladas disueltas llegaban en las olas
que derramaban sus fulgurantes y azules ojos
las blancas nubes se volvían reflejos apasionados
de tantas y tantas noches a la luz de la luna.
Los cantos de sirena envolvían mar y cielo
y mecían su pelo que sinuoso se movía
cual algas marinas en eterno movimiento
simulando una serpiente deslizándose sigilosa
confluian mujer y mar, amor y cielo en un mundo rumoroso
en el cual solo se percibía el débil y acompasado canto de los grillos
que venia envuelto en aroma a sándalo desde lejanas tierras
donde pequeños pajaritos entonaban su melodía mañanera.
Mientras cangrejos violinistas daban su serenata a la luz lunera
brillando en el firmamento como si fuera un diamante que nadie alcanzaría jamás
al tiempo que un bello pez lira soltaba al aire arpegios sentimentales
que mientras ella los escuchaba se iba sumiendo en sus pensamientos
el Mar evocando dulces y reparadores sueños venia a morir alegre a sus pies
y en cada uno de los roces le hacía sentirse viva.
El clamor de las olas aplacaba su verdadero amor por ella
sumergiendo su corazón en un largo viaje a su mente
el verdor del mar el azul del cielo y el blanco de su piel
animaban a las olas a mecerse en un baile sensual y calmado
mientras murmullos incesantes de caracolas marinas decían de su amor
que tan rápido se había escapado entre sus frágiles dedos
y volvia aleteando entre bellos cormoranes y grises gaviotas.
Pero las dudas se agolpaban en su cabeza sin descanso
por que quizá lo mejor tal vez para los dos fuera
salir de aquel laberinto que juntos habían construido y volar solos
muriendo cada uno en la contemplación de tan ardoroso amor
que tan lejos les había hecho llegar cada una de las noches en la arena.