El crujir de las hojas les recuerda lo solos que están, lo frágiles que les hace sentir el viento helado del amanecer invernal mordiendo sus ojos hasta arrancar lágrimas que, varadas en el rostro, jamás rodarán hasta la quejumbrosa hojarasca.

Caminan muy despacio, de espaldas al mundo, contando los pasos, asegurando los pies en cada movimiento, intentando negar el temor que amenaza con convertirlos en estatuas de sal. Ya no hay vuelta atrás, al girarse, sus miradas se cruzan durante la eternidad de un instante, los índices se precipitan veloces sobre negros gatillos y el fragor de los disparos retumba en el claro del bosque cercenando silencios, recuerdos y voces.

Jucapega1963Seguir Autor Recomendar Texto Agregar a Favoritos