No pudo seguir adelante sin ella. Cómo hacerlo después de todo lo gozado, de todo lo sufrido, de morir y renacer juntos una y otra vez. La buscó día tras día. Desesperado, removió cada rincón de su ser. Lloró amargamente al recordar el hechizo de mil y una noches sin dormir, encadenados en una mágica cópula. Anheló las caricias y los besos de aquella sombra que se debatía entre las olas de turbios amaneceres. Pero todo fue inútil, había desaparecido para siempre, jamás volvería; su alma de escritor se había extinguido. Ya solo atesoraba desiertos de tinta.