Al otro lado de la ventana el viento brinca danzando alegre entre las ramas de los abedules, la lluvia juega al escondite con cometas de colores que echan a suertes su destino, la luna se apoya en el quicio de la noche a la espera de los enamorados que, a escondidas, entre las sombras, se buscan como lobos hambrientos de deseo.
Pero a este lado, pinceles dorados, puntiagudos como espinas, dibujan, parsimoniosos, un nuevo y triste amanecer contra el siniestro paredón que, muy pronto, con la primera luz del alba, se teñirá otra vez de alaridos, de sangre y de silencio.