Cuando éramos jóvenes queríamos crecer deprisa, cumplir sueños como años, mirar a la vida cara a cara, probarlo todo, vivir cada segundo como si se tratase del último. Bebíamos a tragos largos y profundos lo que solo debe saborearse, devorábamos nuestro futuro en un acto de canibalismo infantil, feroz y despiadado.
Hoy, sin embargo, reprimimos cada sentimiento, cada suspiro, cada mirada que nos devuelve un triste espejo; y agarrados de la mano, paseamos muy despacio y hablamos en silencio, con cuidado, temiendo despertar aquel pasado atronador, aquel incendio de risa y llanto que se agiganta con una brizna de viento.