La proa a poniente, siempre a poniente.
Querïendo que el sol no se esconda
y vivir en la luz eternamente
en la mar hundiendo la pena, honda.
Romper con su seno la frágil quilla
las olas viles que su avance impiden,
mascarón al sol que a poniente brilla
antes que sus luces la mar aniden.
El trapo rugiendo al fiero viento
desarbolando va los palos recios.
El timón con firmeza es un lamento,
¡a poniente!, sorteando viejos pecios.
Más allá hay dragones, las cartas dicen,
y el corazón se impone nuevamente,
no hay monstruos que en crueldad rivalicen
con mis oscuras noches,... ¡a ponïente!