En ese mirar que esconden tus ojos,
puedo ver que escondido tras la fortaleza del carácter,
se encuentra la dulzura infinita de quien recoge para sí
las migajas que el viento retorna en cada suspiro.
Son aquellas las que dan vida a los temores más profundos,
que danzan al compás de los seres que traen consigo las penas,
junto al vacío de la soledad.
Y te empeñas en abrazar las constelaciones de apariencias,
de sórdidas pinceladas que intentas trazar, quizás, para sentirte vivo.
Quizás para demostrar el baluarte de tu espada.
Mas yo me embriago de tus intentos,
y disfruto el sabor que me provoca saberte al descubierto en frente de mí.
Me bastó mirarte, me bastó besarte, me bastó simplemente tu risa,
para dejarme llevar por el río cautivante de ese ser que quiero para mí,
la lluvia fue la sinfonía que acompañó mis deseos frenéticos de ti.
Entonces todo tu ser se envuelve de tus carencias que arden en el fuego,
en la candela pura de mi cuerpo, el son de nuestras manos
y los colores de la habitación en nuestros encuentros.
Todos uno.
Y es en ese momento cuando me di cuenta que todo tiene sentido.
