Al borde del precipicio miró hacia abajo,
no le importaba en absoluto la altura,
el solo pensaba en volar, como una ave libre.
Se dejó llevar, el viento le empujó y cayó.
Estiró los brazos y juntó las piernas,
simulando el vuelo, ansiaba alcanzar el sol.
Cerró los ojos y se imaginó surcando los cielos,
disfrutando de las vistas desde las alturas,
acompañando a las gaviotas junto al
viento de poniente que soplaba con fuerza.
Ignoraba cuanto le quedaba para alcanzar el suelo,
no temía la loca decisión que había tomado
pues vivía en su mundo, en una ilusión que el
había formado en su cabeza despejada.
Una presencia oscura se cernía sobre el,
se trataba de la muerte que iba a llevárselo
por cometer semejante delirio que ningún humano
había conseguido ejecutar satisfactoriamente.
La mano negra tiró de el pero en ese mismo instante,
la esperanza cedió y la fe hizo retroceder
a la inquietante silueta para alejarla del niño
que seguía absorto en sus pensamientos.
La luz retornaba al alma del joven,
abrió los ojos y se vio volando plácidamente
por el amplio mundo que había inventado.
Las gaviotas simbolizaban su felicidad
y las palomas la paz de la que gozaba,
las águilas le hacían sentir fuerte,
al fin alcanzó lo que tanto tiempo
llevaba esperando, ese sueño que se
hizo realidad, el niño que quería volar
había alcanzado su meta.
