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Suicidio.

María había dejado de verle el sentido a la vida. En realidad nunca lo vio ni lo vivió. Pero estaba completamente segura de que no tenía nada que hacer en el mundo. Se sentía sola, a pesar de la multitud que la rodeaba. Les sonreía a todos y cada uno de los verdugos que la hacían llorar todas las noches cuando las luces de su cuarto se apagaban. María estaba destrozada. El único valor que tenía en sus manos era a sus padres, que sabía, que tarde o temprano los perdería. Su madre, una mujer despechada por la vida, pero que amó y crió a sus hijos, tampoco le veía sentido a la vida. Se sentía sola, como su hija pequeña. Pero no era capaz de hacerle entender que a pesar de todo la vida era una maravilla. Su padre había vivido una vida de pecado perdonada, y ahora sólo se dedicaba a su mujer y su hija pequeña.

Cada vez que María los observaba se preguntaba qué sería de ella cuando sus canosos padres ya no estuvieran. Ella era jovencita, pero a pesar de que todo el mundo le reía sus gracias, nadie la quería en su vida. Ni sus propios hermanos. Ni la propia muerte.

Ya no podía más, tenía mala suerte en todo. Nunca tuvo novio, y sentía que perdía su valioso tiempo en algo que no la llenaba últimamente. Sus amistades se alejaron tanto que no se acordaban ni de ella en su cumpleaños. Sus hermanos mayores... No tenía relación con ellos. Sus padres y ella habían vivido bajo un puente por culpa de la poca vulnerabilidad y ambición de cada uno de sus hermanos.

María no tenía nada, no le veía sentido a la vida. Ni siquiera a ella misma en un futuro mejor. Ni la comida, que tanto le hacía feliz. Así que lo mejor que hizo, fue cojer la navaja de su padre y cortarse las venas en el cuarto de baño. "Qué importa, si nadie me quiere viva, nadie me querrá muerta", se decía una y otra vez tras escuchárselo incontadas veces a su madre.
Cuando comenzó a sentir la punta de la navaja en su muñeca izquierda los ojos se le llenaron de lágrimas. Tanto, que no veía el recorrido de la vena que apenas se le marcaba. Lloró, lloró y lloró hasta que escuchó que sus padres llegaban a casa. Rápidamente guardó la navaja y se metió en la ducha, bajo las lágrimas que la tenían casi deshidratada para después continuar con su vida como si nada.
Lagrimasenelcielo26 de octubre de 2014

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