Los rostros se vuelven en los códigos de un universo, y por los poros entran los años, como aire a un globo. Nuestro cuerpo crece como un árbol, y como un árbol se estanca, en el silencio eterno de los atardeceres y amanecer, y nuestras cicatrices huelen a nostalgia que recuerdan a mi padre alejarse en el cantar de una mañana de día lunes, mientras le sonrió a la vida en un espejo roto, yo me levanto a incendiar el mundo, para que lo apague con sus suspiros y sus lágrimas de arrepentimiento y frustración. El pasar del tiempo, tiene el sabor a viento del norte y suena como un bosque en otoño, nunca me eh atrevido a quebrarlo para ver y sentir que tiene adentro, intento no pensar en ello, para que el día de mañana, el aire se transforme en cemento, para convertir el mundo entero, en la lápida del único ser existente de la verdadera realidad, que cayó en la demencia más cruda y repugnante, creando el mundo en el que vivimos, y hoy ha muerto, por que descubrió que una creación lo creo a él.
