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Falkenberg. El Vampiro Libertador

La tiranía imperaba en las calles de la antigua ciudad en ruinas del Imperio. Los Desterrados, huestes de vampiros esclavos, trabajaban sin descanso bajo la noche eterna de la Estación Sombría, sin más esperanza en el horizonte que una muerte horrible a manos de sus amos.

Los tambores marcaban el ritmo del tormento, silenciando con su siniestra percusión los aullidos y gemidos de quienes caían al suelo agotados. Los nuevos juguetes que morían para el placer de sus amos, padeciendo un sufrimiento indescriptible hasta la expiación. Mostrando un ejemplo que mantenía la disciplina de trabajo y la sumisión de los esclavos.

Vivían, sufrían y morían por la construcción de la avenida de bienvenida triunfal dedicada a los Príncipes Demoníacos del Abismo. Una obra monumental que los recreaba con estatuas del tamaño de los mismos rascacielos que les proporcionaban los materiales. Erigidas en dos filas representando poses de victoria frente al Portal Dimensional que algún día uniría Mundo Destierro con el Abismo, El Infierno. El día en el que los esclavos serían sacrificados en honor de sus soberanos.

Cuando su instinto de supervivencia fue derrotado y, meditaban morir luchando en una revolución condenada al fracaso o suicidarse, les llegaron rumores del sur. Los nuevos esclavos juraban a las puertas de la muerte que había estallado una gran Cruzada en tierras lejanas. El Vampiro Albino de la profecía nacido en las estrellas, conquistaba un bastión de opresión tras otro. Se decía que sus fieles se contaban por miles, y que las Sombras le consideraban un hermano. Aquellos que le habían visto con sus propios ojos aseguraban que era un guerrero invicto sin igual. Una fuerza indomable que luchaba en nombre de todos los condenados por su libertad.

La aurora púrpura producida por el choque de partículas de la Estación Sombría con las de Mundo Destierro, se agitaba inquieta palpitando con un brillo cuya intensidad era fuera de lo normal, eclipsando a la profunda oscuridad que se cernía sobre sus cabezas. Los capataces. Demonios menores humanoides y voladores les vigilaban estrictamente, impartiendo castigos brutales; excitados por el clima de energía que se respiraba en el ambiente, ignorando con su nerviosismo y pasiones primarias, su significado.

En el centro de la plaza del templo volador que navegaba por encima de las azoteas de los rascacielos en ruinas. Un regalo de un Príncipe Demoníaco a su guerrero más fiel. El Patriarca de clan de Vampiros Aetheris Mortis. Los Señores de la ciudad. Éste entonaba sus plegarias a la espada rúnica carmesí que le comunicaba con el Abismo, que flotaba inmóvil delante de él, iluminándole con sus runas ardientes, al tiempo que le susurraba palabras prohibidas de hechizos tejidos por los Señores del Dolor. La hora estaba cerca.

Un manto de tinieblas surcaba los cielos de la ciudad a gran velocidad en dirección al templo volador, ensombreciendo a su paso la luz de la aurora púrpura. El tambor interrumpió su percusión infernal por unos segundos, y los demonios miraron al cielo sin comprender que ocurría, aturdidos por una voz siniestra, gutural, rasgada y aguda con un timbre inhumano que penetraba sus mentes. Emprendieron la huída convencidos de que habían ofendido a un Demonio Superior que reclamaba la cosecha de sus almas.

No vieron la reunión de las tinieblas en la plaza central del templo volador. Una figura humanoide la devoraba desde su interior, dando sustancia a su esencia con la materia espectral que componían las tinieblas, justo detrás del Patriarca. Quien no tuvo que presenciar la transformación para conocer su identidad. Lo sabía muy bien.

De las tinieblas se materializó un hombre alto, delgado y musculoso, de rostro afilado y facciones imponentes. Destacaba en él su larga cabellera y piel albina brillante, a juego con sus ojos platino con vetas azul celeste; su antiguo color. Antes de que la mutación reescribiera hasta la última célula de su naturaleza humana. Vestía un traje de combate cuerpo a cuerpo del Imperio cubierto por sus siervos. Seres sombra que se asociaban a él en simbiosis compartiendo un organismo común, bañando su piel y entrañas con una película de sombras, en la que, se iban asomando pequeños ojos verdes. Empuñaba una lanza sagrada más alta que él, coronada por un tridente de punzones serrados, cuyos bordes exteriores imitaban el filo de una espada curva. En dicha lanza habitaba el ser sombra más poderoso de todos, sometido por un encantamiento de servidumbre al Vampiro Albino. Su carne sombría se removía furiosa por la lanza dotándola de nuevas formas afiladas. Ansiaba cortar y saborear carne viva. En respuesta al poder que emanaba del Patriarca, la sombra unida desde el hombro izquierdo, extendió por su lado un esqueleto externo de hueso pálido flexible, por encima del traje de su huésped.

Falkenberg. El Vampiro Albino.

Patriarca: Así que has venido.

El Patriarca se incorporó empuñando su espada rúnica carmesí, clavando una mirada fría y despectiva con sus ojos negros sin brillo a su oponente. Un ser pequeño en comparación a su grandeza y aspecto. Le sacaba una cabeza de altura, y vestía una armadura pesada verde turquesa forjada por hechiceros demoníacos, imbuida por el poder de runas color ébano, dibujadas con arena del mismísimo Abismo. La nobleza de las facciones de su rostro recordaba algunos grandes hombres de la historia. La sangre real que corría por sus venas era tan poderosa, que ni la contaminación de la Estación Sombría lo había diluido. Al contrario, lo había convertido en uno de los Vampiros Superiores más dotados de los Reinos del Norte. Amo y Señor de su propia ciudad. Fiel vasallo del Príncipe Demoníaco más importante.

He venido a impartir tu pena, la muerte.

Patriarca: ¿Cómo osa una abominación ni humana ni vampira profanar este templo con semejante blasfemia?

¿Cómo osa un humano y vampiro profanar con la tiranía a los de su especie en nombre de aquellos que nos odian?

Patriarca: ¡Silencio, abominación! Maldita criatura. ¿Acaso piensas que puedes venir a mi casa a insultarme y amenazarme?. No eres más que una rata sin sangre ni edad. ¿Eres consciente de mis poderes arcanos, insecto? Tardarías siglos en comprender una pequeña parte de mis conocimientos. Engendro.

Tu arrogancia de vampiro noble me resulta aburrida, Anciano.

Patriarca: Tal vez mi magia te resulte más interesante, abominación.

El Patriarca no aguardó respuesta. Se alejó de Falkenberg con un hechizo de traslación, apareciendo frente a las elevadas escaleras de la entrada del templo. Y, blandiendo su espada con ambas manos apuntando al cielo púrpura; encadenó con una voz imperativa, segura de sí misma, de timbre gutural y desgarrador, las palabras de un hechizo de destrucción tan demoledor que hizo temblar la plaza. Mientras, en la hoja de la espada rúnica carmesí, se concentraba un remolino de rayos y fuego.

Fue una demostración de poder estéril que provocó indiferencia en Falkenberg. Que el poder del hechizo una vez desatado fuera capaz de aniquilarlo no lo decía nada. Miraba al Patriarca visiblemente decepcionado. Como si hubiera esperado algo más.

Necio.

La voz de Falkenberg traspasó las barreras mentales del Patriarca que, sorprendido por el poder de su rival no hizo sino acelerar la cadencia de sus palabras. En unos instantes su enemigo dejaría de existir.

Tantos conocimientos te han hecho olvidar los principios básicos de la magia. Una fuerza externa del universo o de un dios, convocada mediante lenguajes de poder, ofreciendo parte de tu energía para dotar de vida a la manifestación de la fuerza.

Eso lleva tiempo.

¿Has olvidado que yo fui un Mentalizador? La fuerza de un Mentalizador proviene de su interior. No hay rituales, no hay palabras, no hay libros de saber. Eres capaz o no.

Si quiero elevarte del suelo, lo hago.

El alarido del Patriarca, entre asustado e indignado, rompió el silencio solemne del templo, cuando Falkenberg lo apuntó con su brazo izquierdo, y cerrando el puño con un movimiento brusco hacia arriba, lo catapultó a los cielos. La velocidad de su vuelo y los continuos giros sobre sí mismo que realizaba, por la voluntad de su enemigo, rompieron su concentración y el hechizo de destrucción se desvaneció de su espada rúnica carmesí.

Si quiero consumirte en una tormenta de fuego psíquico, lo hago.

Un torrente de rayos psíquicos brotó de la Lanza Sagrada en dirección al Patriarca. Impotente y más herido en el orgullo que en su cuerpo, gritaba ultrajado a causa del terrible dolor que inducía a su cuerpo y mente los rayos psíquicos. Cuando la tortura se acabó no tuvo tiempo de advertir su violenta caída al suelo. Impactó brutalmente contra él, en un golpe que le hubiera costado la vida si todavía fuera humano.

Nunca jamás nadie le había humillado hasta tal punto. Se incorporó rápidamente con el rostro desencajado profiriendo amenazas y juramentos de venganza, empuñando su espada rúnica carmesí con una fuerza que no recordaba tener. Entonces le vio a él.

Muere.

Se movía con una velocidad impropia de un vampiro tan joven, girando su Lanza Sagrada por encima de la cabeza, usándola como si fuera una guadaña. Sus ojos platino ardían sedientos hambre y sed de venganza contra los de su especie. No tuvo tiempo de meditar una táctica. Convirtió su estocada ofensiva en defensiva por necesidad, recibiendo un impacto que le hicieron temblar las muñecas. Y antes de que pudiera pasar al ataque le llegaba un golpe descendente por el costado izquierdo. La magia de su armadura verde turquesa demoníaca, no fue capaz de impedir el beso helado de Lanza Sangrada en su cadera. Los instintos acudieron a él cuando más los necesitaba. Expulsó sus temores y se empleó a fondo.

Falkenberg retrocedió unos metros parando con facilidad los ataques del Patriarca. Éste empezó a comprender que había subestimado a su enemigo. Era casi igual de fuerte que él, y más rápido. Por primera vez desde que era Vampiro, sentía su vida amenazada. Ese temor se internó en su memoria buscando hechizos que decantarán la balanza a su favor. Así que mientras resistía el intercambio de golpes, sufriendo heridas leves, iba entonando hechizos rápidos que la fortalecían. Muy pronto estaría a la altura de su rival.

La recuperación de su confianza le empujó a ser más agresivo. Abandonó su actitud defensiva y presionó con determinación a El Albino. Éste le sonreía divertido, ajeno al hecho que hubiera estado a punto de cortarle la cabeza en dos ocasiones, y que ya no era lo suficientemente rápido para herirlo. Y eso le daba más miedo aún.

Pronunció su grito de guerra rasgado y gutural más fuerte que nunca, y lanzó un formidable ataque descendente diagonal de derecha a izquierda contra la clavícula de El Albino. Su velocidad era endiablada. Le iba a alcanzar.

Falkenberg clavó sus ojos platino con vetas azul celeste en él. Sin mirar siquiera su espada. Cambio el peso de su cuerpo e invirtió el ataque de la Lanza Sagrada, bloqueando al borde su cuello la espada del Patriarca. Un hilo de sangre negra manó de la rozadura. El Patriarca empujó el arma dispuesto a rematarlo, pero El Albino se mantuvo firme, sin dejarle de mirar a los ojos.

¿Lo escuchas?. Anciano impotente.

Los Demonios Inferiores que habían recuperado el control de la situación tras su ataque de pánico inicial, haciendo regresar a sus Vampiros Esclavos al trabajo, no dieron crédito a la visión que apareció al principio de la avenida. Una horda de Vampiros Superiores e Inferiores de un número jamás visto, corría hacia ellos empuñando sus aceros y magias exigiendo su muerte, gritando que venían a liberar a sus esclavos.

El primer Demonio importante que se cruzó en su camino para ordenar su rendición fue despedazado en un instante. Los demás Demonios se reunieron en formación cerrada, e hicieron frente a la amenaza, apoyados por sus compañeros voladores. Sería otra victoria rápida. Pero estaban equivocados. Los esclavos se abalanzaron sobre ellos también, y los nuevos enemigos les atacan con una fiereza desconocida sin el menor respeto. Por más que mataran aparecían más a sustituirlos, hiriéndoles con espadas encantadas y magia poderosa. Ni siquiera los Demonios Voladores se libraron. Hechizos de área explotaban en el cielo enviándolos malheridos al suelo, donde la horda los descuartizaba antes de que pudieran ponerse en pie. Cuadrillas de esclavos atacaban los pilares internos de las estatuas Demoníacas que se derrumbaban. La nueva ciudad construida por los Vampiros Aetheris Mortis ardía en llamas.

Es el sonido de la libertad. Es el sonido de tu caída.

Falkenberg no aguardó respuesta. Enganchó la Lanza Sagrada a la Espada Rúnica Carmesí, y tiró de ella con tal fuerza que se la arrancó de las manos al Patriarca. Su protesta murió ahogada cuando la punta de Lanza Sagrada se clavó en su pulmón derecho. Ni había visto el movimiento del ataque.

El atemorizado Patriarca caminó unos pasos hacia atrás, haciendo caso omiso a la profunda herida de su pecho, ensanchada por las sierras de la Lanza Sagrada al extraerla de un modo tan brusco. Y recurrió al mismo hechizo de teleportación, que le devolvió a las puertas del templo.

En la expresión de su rostro se translucía la desesperación que sentía. Derrotado en vida, yo no creía que pudiera vencer jamás a El Albino. Ahora conocía la verdad. Tendría que hacer uso de todos sus recursos y alianzas.

Patriarca: ¡Matadlo, Matadlo, Matadlo!

Un rugido desafiante precedió su salida por las puertas del Templo. Una legión de Vampiros Aetheri Mortis descendía por las escaleras empuñando sus espadas, entonando cánticos de hechizos demoníacos y maldiciones terribles. Sus ojos reflejaban un fervor religioso fanático. Lucharían hasta el último de ellos. El Albino ni ningún otro Vampiro Superior podrían resistir semejante agresión. Al Patriarca no le importaba sacrificar a sus propios hijos en la batalla. Tendría más.

La respuesta de Falkenberg a la ofensiva de la casa de Vampiros Nobles en pleno fue una sonora carcajada siniestra.

Es mi turno.

El Albino se transformó en tinieblas cuando los vampiros se abalanzaron sobre él, y volvió a materializarse cerca del borde exterior de la plaza central, alejado de los guerreros vampiros que corrían de nuevo hacia él.

Indiferente a sus gritos. Clavó la lanza en el suelo de piedra, y alzó sus brazos abrazando los cielos, mirando a la oscuridad por encima de la Aurora Púrpura. Habló con su voz inhumana, rasgada, aguda, gutural y desgarradora con la fuerza de un trueno:

Por los pactos que unen

Por el destino que compartimos

Por el poder que anhelamos

Por el futuro que nos pertenece

Yo os invoco para servir a nuestra causa

Señores de las Sombras

Campeones de la Oscuridad

Acudid a mi llamada

Y aceptad esta ofrenda

Dolor y muerte y almas

Mis hermanos de la noche

Una línea vertical de rayos púrpura rasgó el cielo detrás de Falkenberg. El tejido dimensional se fracturó y la línea se ensanchó, convertida en portal oval al Inframundo. Una tierra remota y ancestral más antigua que el universo, habitada por titanes de la oscuridad hambrientos de calor mortal. La llamada poderosa y familiar de Falkenberg había seducido a seres sombra innombrables de las peores pesadillas. Cíclopes.

Del portal emergieron tres Cíclopes. Seres gigantescos compuestos por materia sombría, semejantes a un pulpo con un cuerpo mayor, y tentáculos más cortos en proporción que, flotaban por el cielo, clavando su gran ojo rojo la Legión de Vampiros. Pasaron por encima de Falkenberg y se abalanzaron sobre los sorprendidos Vampiros. Sus tentáculos barrían mortalmente a la par que capturaban víctimas, mientras concentraban su mirada en el templo incendiándolo. Los Vampiros se reagruparon en formaciones disciplinadas y lanzaron una lluvia de hechizos contra los Cíclopes. El propio cielo se estremecía de la tormenta de energías liberadas en la plaza. Los Cíclopes respondieron escupiendo una niebla de sombras acida que devoraba a quienes tocaba, que luego aspiraban de nuevo arrastrando las almas de los muertos, dándose un festín con ellas.

Falkenberg emergió de la niebla acida masacrando a los Vampiros que se interponían en su camino. El templo ardía en llamas. Columnas, paredes, techos y estatuas quebradas se derrumbaban. Los Vampiros seguían luchando desesperadamente contra los Cíclopes. No había escapatoria. Los pocos que corrieron a los bordes del Templo Volador para saltar al vacío, fueron interceptados por los tentáculos de los Cíclopes y devorados en primer lugar.

El Patriarca asistía paralizado a la destrucción de su casa. No podía creer lo que sucedía. Décadas de poder y supremacía borradas en unos minutos por un mutante, ayudado por criaturas formidables del Inframundo. Seres que ni el mismo se habría atrevido a convocar nunca. Esperó durante unos minutos la muerte. Quería desaparecer en silencio sin más humillaciones. Pero los Cíclopes se limitaban a mirarlo e ignorarlo. La entrada del templo, el lugar donde estaba, era la única parte no atacada. Cuando vio a Falkenberg abrirse paso hacia él supo el por qué. Y no pensaba concederle semejante placer. Morirían juntos aunque tuviera que vender su alma a un Príncipe Demoníaco. Ignorando las llamadas de su rival, se adentró en el interior del Templo. Aún no estaba todo perdido.

Cansando de juegos. Falkenberg saltó las escaleras del Templo en tres tiempos, y cruzó la puerta de entrada sin prestar atención a los bajorrelieves de las paredes, corriendo hacia la sala central guiado por el eco de las pisadas del Patriarca. Era una estancia rectangular bordeada por grandes columnas. Estatuas de nueve metros de Guerreros Demoníacos escoltaba la representación central de un Príncipe Demoníaco imponente. Vestía la armadura demoníaca más barroca que jamás hubiera visto Falkenberg, blandiendo dos cimitarras enormes. Se trataba sin duda de uno de los grandes enemigos de los Eternos, que fue derrotado en la antigüedad, despojado de su forma natural, y transformado en Demonio. Los convertidos siempre buscaban el esplendor perdido de antaño. Contemplaba al teatro de la sala con expresión de odio y poder que, exigía la más devota sumisión a cambio de favores y dones increíbles. El Patriarca se encontraba en un altar bajo la estatua del dios, pasando páginas de un libro de hechizos arcano. La locura se había apoderado de él. Cuando reparó en su presencia extendió los brazos en alto, susurrando las palabras de un hechizo que tan sólo conocía él.

Patriarca: ¡Destruid al Mutante!

Las estatuas de los Guerreros Demoníacos se agrietaron ante el movimiento de sus reencarnaciones terrenales, luchando por romper los barrotes de la prisión que los había confinado durante una eternidad, dispuestos a ganarse el favor de su Señor. Falkenberg no tenía tiempo para eso. Se comunicó con las sombras que habitaban su cuerpo y estás atacaron. Saltaron sobre los Guerreros Demonio envolviendo su piel con una fina película de sombras, que absorbía su esencia vital y devoraba su carne. Los colosos se derrumbaron contra los asientos del teatro, tratando de arrancarse las sombras inmunes a su contacto. Cuando Falkenberg inició el ascenso de los escalones del altar todos habían muerto. El Fuego Sombrío de los Cíclopes se propagaba por la sala central. Fragmentos ardientes del techo y columnas empezaron a caer. Era el fin.

El Patriarca se reía a carcajadas. Seguía teniendo las manos en alto. Un fuego verde las consumía sin que se diera cuenta del dolor. El hechizo que había convocado era a todas luces demasiado poderoso para él. Causando la pérdida de su razón. Le miraba con el éxtasis que sienten los locos cuando van a cometer el acto final que marcará su existencia.

Patriarca: ¡Mi alma! ¡He vendido mi alma por un poder sin igual en este mundo! ¡El Toque Mortal del mismísimo Príncipe Demoníaco! ¡Albino! ¡Muere!

Falkenberg estaba desprotegido sin su armadura de sombras. No tenía escapatoria. En contra de las esperanzas del Patriarca. En vez de huir pronunció su epitafio. Un grito guerrero surgido de las entrañas. Hizo retroceder su Lanza Sagrada tras su espalda y la arrojó contra él. Demasiado tarde. Unió sus manos calcinadas y le lanzó El Toque Mortal. Lo último que vio después de quedar empalado contra la estatua del Príncipe Demoníaco, fue a Falkenberg recibir el fuego verde mortal de pleno. Lo había conseguido. Falkenberg estaba muerto.

Tú.

Despertó presa del dolor que te roba la vida y el alma. Abrió los ojos de nuevo. Falkenberg empuñaba la Lanza Sagrada que absorbía su esencia. Estaba completamente ileso. Los seres sombra regresaban a su cuerpo y aceptaban la simbiosis. No entendía nada. Su mente moribunda divago por su basta sapiencia buscando la respuesta, y deseó no haberla encontrado.

Patriarca: ¡Tú! ¡No puedes ser uno de ellos! ¡Eso es imposible! ¡Quién eres!

Lo sabes muy bien, una abominación.

Patriarca: ¡Mentira! ¡Siempre lo has sabido!

Lo he descubierto ahora, gracias a ti. Me has servido bien. Y en el futuro lo harás mejor.

El Templo se desmoronaba. El Fuego Sombrío lo consumía todo. Mientras, las piezas de la armadura verde turquesa caían al suelo. La Lanza Sagrada ya casi había devorado al Patriarca.

Patriarca: No importa. Cuando muera el templo caerá. Tu envoltura mortal no resistirá la caída.

Muere.

Privado de la magia que lo sostenía. El Templo Volador se precipito al vacío. Colisionó contra varios rascacielos que hundió a su paso, estrellándose contra el portal dimensional en construcción. Una nube de polvo que se perdió en los cielos inundó el centro de la antigua ciudad en ruinas. Los Vampiros escapaban a la periferia entre gritos de júbilo, celebrando la muerte de sus opresores.

Al cabo de unos minutos regresaron a la avenida de la bienvenida. Las estatuas de los Príncipes Demoníacos y el portal dimensional habían quedado sepultados, por los restos de los rascacielos y, de la montaña que había servido de base al Templo Volador. Uno de los clanes de Vampiros Aetheri Mortis había desaparecido por siempre. Los esclavos y sus libertadores hablaban entre susurros preguntándose por la suerte del Vampiro Albino. Cuando un manto de tinieblas emergió de las profundidades del Templo Volador. Falkenberg se materializó en lo alto del techo del Templo Volador. Alzó su Lanza Sagrada en señal de victoria. El rugido de una nación libre le aclamó. Y cuando bajo la Lanza Sagrada guardaron respetuoso silencio.

La ambición de poder nos ha llevado a un mundo estéril que no conoce la luz del Sol. En el que unos pocos nos esclavizan para dominar pedazos de tierra muerta. Fracasamos como hombres. Pero yo digo que no fracasaremos como Vampiros. Se nos han concedido siglos de vida para redimir nuestros actos o pagar por ellos. Y yo digo que ha llegado el momento de cambiar las cosas. No habrá paz en este mundo hasta que expulsemos a la corrupción que lo devora. Los Demonios. Y no los derrotaremos hasta que todos los Vampiros seamos una nación unida. Un millón de los nuestros languidecen en la Ciudad Demoníaca de Ahbab Tel Arinor. A la espera que sus hermanos acudan a su rescate.

¡Quién formará parte de ese ejército de liberación! ¡Quién derrotará a los Señores Vampiros que pactan con los Demonios! ¡Quién me acompañara a las mismísimas puertas del Abismo en la batalla final! ¡Quién luchará a mi lado! ¡Quién!

¡Yo! ¡Aquí! ¡Nosotros! ¡Todos! ¡Cuenta conmigo! ¡Falkenberg! ¡Adelante! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Libertad! ¡Luchemos! ¡Nosotros! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg! ¡Falkenberg!

La leyenda de Falkenberg. El Vampiro Libertador. No había hecho más que comenzar.
Meladius15 de diciembre de 2008

3 Comentarios

  • Mejorana

    Meladius, ?Por qu? no pruebas de dividirlo en partes y te lo vamos leyendo poco a poco?
    El problema es que somos muchos para que nos lean y nos comenten, y adem?s queremos escribir tambi?n lo nuestro, entonces, lo que ocurre no es que no queramos leerte o comentarte. Es que no podemos. No hay m?s tiempo. Igual si no te lo digo yo, no te lo dice nadie. Pero no quiero que te aflijas.
    Un beso.
    Me gustan mucho tu nombre y tu avatar.

    15/12/08 10:12

  • Aroint

    Me parece un buen relato al m?s puro estilo vamp?rico y de fantas?a oscura Meladius....

    En cuanto a cortar el relato en trozos no estoy de acuerdo, y lo siento Mejorana pero te equivocas en este segun mi opinion... hay relatos que se pueden cortar, si el propio relato tiene una pausa en el tiempo que lo justifique o si esta pensado para ser publicado por cap?tulos.... sino es as? cortar un relato es destrozarlo... quien tenga poco tiempo para leer que haga como yo que he esperado poder hacerlo.

    Un saludo.

    16/12/08 10:12

  • Brunno

    Eheeh!!!

    Me parece buenisimo. Oscuro, violento, imaginativo... quiero leer mas!!

    06/04/09 08:04

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