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Mendigo

Éste era un niño que siempre tenía en su mano izquierda, una piedra; su mano derecha jamás la sacaba de la bolsa de su saco. Si el niño era bello, era moreno, inocente, rizado de cabellos o si era de alguna otra seña en particular, no importa, pues es un niño.
Se le veía siempre tomar la ruta 110 en el centro de la Ciudad, sin saber si iba o venía; el chofer jamás le cobraba y el niño siempre le veía con el entrecejo fruncido: sosteniendo su piedra, lo que inspiraba cierta ternura en los pasajeros. También se le veía cerca del Teatro Degollado, escuchando a los jóvenes estudiantes de música, afinar sus instrumentos y de cuando en cuando carcajear pequeñas melodías.
En una ocación sólo en una, se le vió al niño hablar... cantar. Era una tarde de Julio, había despejado el cielo despues de una lluvia que dejó los típicos charcos de agua sin reflejo. El niño, se acercó a un caballero situado en la ezquina de la catedrál interpretando una canción con su saxofón a cambio de unas limósnas. Una vez, al lado de este caballero, el niñó dejó su piedra en el suelo, cruzó sus piernas y contempló la musica como si fuere plástica para verse, pero eso no importa, los niños siempre contemplan: así que decir como se abrió el cielo en los ojos del niño, o como sus prendas se empaparon, o esto o aquello, no importa... es un niño.
Cuando el hombre terminó su labor, volteó hacia el niño, se inclinó y tomó dos monedas grandes que entregó al niño; éste las recibió pero sin ningún interés. Entonces el hombre tomó su sax; "Una mañana" fue la melodía que comenzó a interpretar al tiempo que el niño comenzó a cantar la letra de esa misma canción. No importa si su voz aplastó el ruido tumultoso del tráfico tapatío, como lo aplasta la voz de la lluvia; no importa si el corazón de todos los que escuchaban esa voz se estrujó en su pecho, como se estruja al amante cuando éste vuelve despues de una larga ausencia. No importa que antes de llegar al verso final, el niñó se levantó con prisa y corrió hacia la avenida hasta donde su piedra había rodado; no importa si ese niño murió aplastado por un camión de la ruta 110; no importa el borbotón de sangre que corría de su cabeza mientras su cuerpo aún convulcionandose era bañado por charcos de agua y su sangre; no importa que se haya descubierto que su mano diestra era en realidad otra siniestra; nada importa pues es un niño.

Hay quienes escuchan esta historia del niño de la piedra que son hipócritas en espera de la ocación perfecta para mostrar y regordearse con su falsa modestia, con su falsa honestidad, son como yo morbosos que dan limosna.
Mendaciloquus16 de junio de 2009

1 Comentarios

  • Mendaciloquus

    Comentando mi propio texto:

    "..."
    (no se me ocurri? nada mejor)

    22/06/09 02:06

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