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Ciudad X (4)


-¡Profe, profe! -Era Ani, su mejor alumna del 4o grado, corriendo, atravesando la canchita de deportes, con la alegre sonrisa que solo la inocencia puede dibujar.
-¿Profe por que no venia?
No supo que responder, no obstante de si la pequeña entendiese o no lo que es la muerte, sino que el ya no sabia los motivos reales de su ausencia.
-¡Hola Ani!, ven acá pequeña. -Dijo mientras cariñosamente la levantaba en brazos.
-Estas más grande, espero que hayas seguido sacando dieses eh! No había venido por que estaba enfermo.
-¿Pero ya va a venir verdad?
-No Ani, ya no podré seguir viniendo más, iré a otra escuela a dar clases, pero espero que sigas sacando las mejores calificaciones, eres la niña más inteligente del salón.
Le dio un beso en la mejilla y la bajo lentamente.
-Ya me tengo que ir Anita, dile a los Poliositos que los saludo y que ganen muchos, muchos partidos.
-Si profe. -Dijo la pequeña y volvió saltando al salón donde su maestra la esperaba en la puerta, seguramente para llamarle la atención.

Sintió los pies pesados, negándose a dejar el edificio, enraizándose aferrados al suelo, reteniéndolo, pero ya no pertenecía más a ese lugar.

De nuevo en las calles, el cielo manchado de las nubes plateadas, que golpeándose unas a otras en multitud de formas y tamaños, impidiéndose el paso, estancadas, casi inmóviles, incapaces de retener del todo los rayos de sol que se alcanzaban a colar entre sus cuerpos, observando atentas los andares de las personas, esperaban un viento del norte que las impulsara, que las moviera hasta el momento de precipitarse.
No sabia que sentir, nostalgia, o tal vez enfado, no con las personas, con su suerte y sus decisiones, perdido tal vez estaba pero eso carecía de importancia; la apatía le puso sus grilletes y lo encadenó a su pasado.
Llegó a casa sangrando sus desventuras, ahuyentando sombras con el alarido de las luces de la sala y descorrió las cortinas para sentir el aire helado sobre su piel y saber que al menos, podía sentir el frío. En un silencio sepulcral miraba la sección de anuncios, tratando de imaginar las fábricas y oficinas que ofrecían empleo; tratando de verse en cada lugar. Se acurrucó en la cama con los ojos cerrados, perdiéndose entre las sabanas, y se quedo inmóvil.
-No te rindas... Se hacia presente la voz de Elisa, susurrada tan suave como sus manos, sus caricias.
De un salto se levantó frunciendo el ceño con un enfado que se convirtió en preocupación y luego, lentamente, en una sonrisa.
-No soporto la vida sin ti. -Dijo en voz alta y anduvo hasta la cocina a prepararse su cena. El rostro se le lleno de alegría y entabló una conversación con su etéreo amor.

-Ha sido mas duro de lo que pensaba, Elisa. Te has llevado parte de mí, la parte que me mantiene en pie.
Puso el plato en el desayunador y sirvió la sopa cuidadosamente, acompaño con trozos de pan y continuó su monologo.
-Ah recuerdo como nos conocimos, nunca he olvidado un solo detalle, y no se, realmente que me viste de bueno. La primera vez en que decidí ser valiente y dejarme llevar por el impulso, la vida me dio un enorme premio por tal audacia.
-¿Lo recuerdas?
-¿Recuerdas la frase tan gastada y tonta que te dije? Pues yo si, ay Dios, te la diré de nuevo.
Cerró los ojos, bebió de su café, respiró profundo y amó cada imagen que guardaba en su mente, dio gracias por su estupenda memoria y dijo:
Merthin01 de febrero de 2010

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