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El Chico de la Arboleda

Acorde pasaban los días, el calor aumentaba con el inicio del verano. Los pueblerinos se la pasaban en sus casas, refugiándose de los fuertes rayos del sol que chocaban el asfalto. Y sin embargo, en una pequeña arboleda, un chico se encontraba sentado debajo de la copa de un árbol bien tupido.
La arboleda se ubicaba cerca de una casa rústica y grande, donde vivía un viudo con su hija. La joven conocía a todos los pueblerinos, excepto a aquel misterioso muchacho que, todos los días, iba a refugiarse del calor ocultándose en la frescura que ofrecía la arboleda.
Por curiosidad, la muchacha salió de su casa para conocerlo. Lo encontró contemplando las hojas, que se mecían suavemente con la brisa veraniega. El muchacho, al principio, no se percató de que alguien lo estaba observando. Luego, cuando ella se ubicó tan cerca que podía sentir su respiración, se despabiló y la miró con sorpresa.
- Siempre te veo aquí- le dijo la joven- nunca, antes del verano, te había encontrado en el pueblo. ¿Eres un viajero?
El joven se levantó y sonrió. Era la sonrisa más hermosa que jamás había visto. Señaló las hojas de los árboles y exclamó:
- Crees que las hojas se mueven con la brisa. En realidad solo sienten su velocidad. Las plantas poseen vida propia y van adaptándose de acuerdo a las circunstancias.
- Eres muy extraño. ¿No te lo habían dicho?
- Para muchos seré un extraño. Para otros soy una vida fugaz.
- ¿Vida fugaz?
- Sí. Soy una vida que se mueve constantemente. Y sin embargo, al estar en este sitio, siento como mi alma se calma y contempla cada detalle de las hojas, las ramificaciones, los troncos y cada grano del suelo.
Desde esa vez, todos los días, la joven se encontraba con el misterioso muchacho. A veces conversaban, otras no se dirigían la palabra y solo se atinaban a recostarse por el tronco de un árbol para contemplar las hojas.
El padre de la chica, desde la ventana, la observó. Así también observó al joven, a quien tampoco conocía. Recordó sus tiempos de juventud, cuando nada de la vida le perturbaba y la muerte le parecía un ser lejano y extraño. Y sin embargo, desde la muerte de su querida esposa, esperaba su visita espectral todos los días para que lo llevase a descansar en paz.
Una noche, mientras cenaba con su hija, le preguntó sobre el extraño muchacho. Ella tardó mucho en responder. Luego de tragar su bocado, actuó con naturalidad y le respondió:
- Es una vida fugaz. O eso me dijo.
- ¿Vida fugaz?
- Sí, porque va y viene. Solo que le gustó la arboleda y decidió permanecer ahí.
- No te ilusiones, hija mía. Pronto ese muchacho se irá.
- ¡Claro que algún día se irá! Viene de otro pueblo.
- No me refiero a que no lo verás más porque regresará a su pueblo. No lo verás más porque, tarde o temprano, la muerte lo llevará a su morada.
La joven soltó sus cubiertos. Empezó a respirar entrecortadamente. Luego se levantó y se marchó a su cuarto.
Al día siguiente, bajó a la arboleda para encontrarse con su amigo. Esperó verlo gravemente herido o, peor, no verlo. Y sin embargo, estaba ahí, con su hermosa sonrisa.
- ¡Por favor, no te mueras!- le pidió la joven.
- ¿Por qué he de morir?
- Papá siempre me dice que no debo encariñarme con nadie porque, cuando se muera, se me rompería el corazón. El problema es que me encariñé contigo. En realidad yo sabía que, algún día, te marcharías a tu pueblo. Pero al menos, sabría que estarías respirando en algún lado. Y sin embargo, mi papá me recordó que, tarde o temprano, dejarás de respirar.
El muchacho se sentó en cuclillas. Dibujó unas extrañas líneas en el suelo. Luego se levantó y le dijo, señalando las líneas:
- La muerte es solo una puerta. Incluso en vida enfrentamos a la muerte. Tu papá solo intenta protegerte, pero olvida que la pérdida de los recuerdos es la peor de las muertes. Si voy a morir algún día, regresaré de alguna forma. Soy una vida fugaz. No lo olvides.
El papá, que otra vez vio a su hija conversar con el muchacho, hizo algo que nunca se atrevió a hacer luego de la muerte de su esposa: salir de la casa.
Salió, fue derecho a la arboleda y enfrentó al joven diciéndole:
- Deja de llenar la cabeza de mi hija con tus extrañas ilusiones. No sabes lo mucho que hemos sufrido desde la muerte de mi esposa. Por eso, te pido que regreses a tu pueblo y nos dejes en paz.
- No puedo irme- dijo el muchacho- al menos no todavía.
La joven se subió al árbol más alto de la arboleda y se acostó por una de sus ramas. Antes de que el padre le pidiese que bajara, ella bramó:
- ¡No podemos ocultarnos de nadie solo porque tememos a la muerte! ¿No te das cuenta de que somos unos zombis, papá? ¡No sabes cuánto deseo vivir y tener una vida larga y feliz!
- ¡Hija! ¡Ni siquiera sabes si vas a vivir muchos años!
- ¡Deseo pasar los sesenta! ¡Y deseo que estés siempre conmigo!
- ¡Eso no será posible!
- ¡Si lo será! ¡Crees que mamá nos dejó, pero no es así! ¡Ella siempre estuvo con nosotros!
La rama se rompió. No soportaba el peso de la joven. Ella cayó de bruces al suelo y, con la caída, se rompió la cabeza.
El padre fue corriendo hacia su hija. No respiraba. Lloró amargamente, suplicando a Dios que no lo castigase de esa manera, que lo llevase a él y no a su hija, que comenzaba a vivir.
El muchacho, lentamente, se acercó. Se agachó cerca de la joven, le puso una pequeña flor en sus manos y le dio un suave beso en sus labios. Luego, empezó a desvanecerse lentamente, delante del atónito y atormentado viudo.
- Soy una vida fugaz- repitió el muchacho- pero ya tengo que marcharme. Espero que seas feliz con tu hija.
Cuando desapareció por completo, la joven despertó. Al principio le costó levantarse, hasta que su padre la ayudó. Era como si nunca hubiese sufrido de esa caída.
- Papá. ¿Qué pasó? ¿Qué hacemos en la arboleda?- le preguntó la joven a su padre.
Él respiró aliviado. Por la conmoción, su hija se había olvidado del muchacho y de los buenos momentos que pasaron juntos.
- A tu madre le gustaba pasearse por la arboleda- recordó su padre, con nostalgia.
- Es la primera vez que me hablad de mamá- le dijo la joven, sorprendida.
- Aunque no la veas, ella siempre estuvo con nosotros. La vida es fugaz, pero la muerte es solo una puerta que pasamos una y otra vez. Sigamos paseando, que tenemos mucho de qué hablar.
La joven y su padre se pasearon por la arboleda, viendo las hojas moverse con la brisa y el sol acariciando suavemente la superficie de una tierra radiante de vida.
Meysahras15 de enero de 2013

1 Comentarios

  • Juanmjuanm

    bueno,, esta muy bueno el cuento. Es de esos que podrian usarse para dar moralejas o para formar a los niños jajaja pero es atrapante de principio a fin. Me gusto mucho!!! te invito a pasar por los mios. un abrazo!

    16/01/13 07:01

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