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Es un Secreto Del Desierto

- Van a entregarlo a esos felinos placientes, - miró a sus espaldas- es lo que se debe hacer con los desconocidos. Detrás de la carne se esconde la verdad.

Aquellos tigres –Su mano acercó hasta la mirada de las doncellas la imagen de unas bestias despistadas- con sus dentales estirparán poco a poco los segundos de su piel en una lucha contra el tiempo, hasta que descubran quién es. Cuando no quepa más dolor en esa vida, entre la sangre nacerá un rostro. Entonces podrá ser juzgado antes de entrar al plano de otra vida.

La dama se adelantó y abrió el telón, rojo y más rojo a pinceladas templadas. Sus pliegues flotaban recorriendo la sala, ya perdí la noción de qué era lo más adecuado. Solo sabía que iban a urgar en mi ser, en mi dolor.

Desde la tribuna, una invidente se pintaba los labios. Olor a carmín, era incienso condensado como hojas de jazmín, avanzaba hasta mis sentidos. Habría recordado a mi madre si en mi cuello hubiese cabido un hálito de mí, pero nunca supe donde me perdí. Abrieron una puerta, ya no recuerdo más.

Con la faz velada y el cuero posándose en mi rostro sentía las miradas, un joven me señalaba ¿qué más debía esperar?

Desdibujado como los periódicos sellados, endeudado con la vida como los muertos sin pulso, dejé que la torpeza naciente guiase mis pasos, y dejé a la puerta crujir, al eco rezar. Había llegado el fin.





Avanzando por aquel corredor una pregunta me asaltó.

¿Quién soy?





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.
"Es un Secreto Del Desierto."





Ya en aquella jaula repleta de carnes, meditando encontré calor. Eran siniestras las escenas que me venían a la cabeza, que se hicieron más tenues cuando dejé de gritar. Ya no sentía dolor, aunque percibí como perdía mi piel por momentos, y esa casa vacía y replegada de barrotes se inudaba de mi vida, tan viva…

El público no dejaba de observar, con los rostros salpicados y sin dejar escapar un segundo. Querían ver el rostro de mi alma.





Terminó la función y allí en el escenario, vida vacía. Retales de un amor. Solo quedaban sobras, y ningún rostro se elevó entre la sangre.

La dama, con el escote salpicado en sangre se acercó a los barrotes y observó el interior. Nada. Se volvió y en mitad del trayecto volvió la mirada. Sus pupilas se dilataron, no hizo falta más.

Tan solo un par de zapatos de cinabrio. Alguien los debió tallar durante años,un loco quizá envuelto en pieles de circo que nunca se asomó al pozo de los sueños. El alma de aquel joven marchó olvidando sus zapatos en aquel infierno. En uno de ellos una inscripción:



-“No llores a la suerte, ya te ha poseído” .
Mi3huella15 de mayo de 2011

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