Como cada noche se sienta frente a la pantalla y enciende un cigarrillo. Este gesto ya se a vuelto su rutina, el edor del tabaco a impregnado cada centímetro de la habitación, y ella sigue impregnada de él.
Niebla, cuanto llega a odiarla, cuanto llega a frustrarle que le oculten el camino, que le nieguen la dirección, que la ciegue algo tan efímero, sin apenas mas densidad que el humo que sale de su boca.
Sin embargo se siente cómoda en el ambiente, en el interior de esa llama que prende cada noche dentro de ella y que aflora grisáceo hasta el exterior en su habitación. Ella cree que algún día el humo llegue a ocultarle a él.
Ya son mas de las doce, sin embargo sigue frente a esa pantalla, repasando cada palabra, cada línea, leyendo entre ellas sus sentimientos.
Teclea, borra, y enciende otro cigarro. Vuelve a teclear y se sumerge en sus palabras y con ellas en sus pensamientos.
Le quiere, y eso la mata por dentro, el no tenerle, y entonces empieza a odiarle, o eso desearía, por que sabe que le hubiera sido mas fácil para ella, mas ameno.
Repasa una y otra vez sus ojos, los momentos, y se da cuenta de que el cigarrillo se a vuelto a consumir.
Se lleva uno a la boca, y observa como la llama de su mechero prende frente a ella y se interpone entre sus pensamientos.
Debería escribir en los cigarrillos, cuantas historias podrían contar ellos, los que consume frente a la pantalla, los que lo hacen frente al mar, están los de las noches de locura y están los que le devuelven la cordura.
Escribiría en ellos todo lo que siente, y vería como sus pensamientos se consumen, y la tinta a pesar de hacérsele pesada y húmeda se escaparía por la ventana, junto con ese humo que tanto le frustra, que tanto le cuenta, que tanto la acoge y que tanto le mata.
