Sí, señores, es un hecho: he menguado.
La primera revelación que me puso sobre la pista fue el hecho de que, usando la misma ropa y calzado, ahora me piso el dobladillo de los pantalones. Podría haberlo justificado aduciendo que las puntadas del bajo estaban flojas y por eso se habrían descosido, provocando así tal inconveniente.
Pero, para confirmar mis temores, el otro día, en una visita rutinaria a la consulta del médico, la enfermera me pesó y me midió, dejando clara constancia en mi ficha de que había perdido algo de la escasa estatura que tanto me ha costado lograr. ¡Dos centímetros, ni más ni menos!
No es que quiera ser modelo ni jugadora de algún importante equipo de baloncesto; acostumbrada desde chiquilla a ser la más bajita de mi grupo de amigos e, incluso, de las sucesivas clases en las que estudié, la verdad es que me he aferrado con uñas y dientes (y hasta he llegado a creérmelo) a ese refrán que dice que los mejores perfumes vienen en frascos pequeños.
Ya alguien se encargará de recordarme que lo mismo sucede con los venenos y, dadas las circunstancias, no voy a poder llevarle la contraria. Este amor loco y desesperado se ha llevado lo mejor de mi esencia, me ha hecho perder tanto de mí misma que hasta físicamente se ha notado la merma, y ha dejado en el fondo de mi ser únicamente la ponzoña, la rabia, el odio
Hoy, señores, soy un frasco pequeño lleno de resentimiento y que se siente profundamente vacío.
Nukh
Estoy de vacaciones cortitas(ya muy menguadas) y he pasado a leerte. Ya sabes lo que opino de tu manera de escribir,y el aire de la tierra deja una fina ironía en este nuevo texto con sabor a Kafka...Me ha gustado.
Un abrazo
Carlos.