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Hay Jueces En Berlín.(suceso Real)

El de «jueces en Berlín» siempre se me ha presentado como un relato abierto, vivo, que deambula en el inseguro espacio en el que confluyen historia, leyenda y fabulación, allí donde opera la recreación literaria y se forjan los mitos, como es, típicamente, el del control judicial del poder que se acaba difundiendo en la cultura occidental como una de sus conquistas y señas de identidad. A pesar de su enorme difusión en esa órbita cultural, a uno y otro lado del Atlántico, el conocimiento del caso lo he confirmado inquiriendo recientemente sobre él, es muy incierto: la frase «hay jueces en Berlín» se adjudica por unos a un rey que la pronuncia en tono displicente mientras que, según otras versiones, es la reivindicación de un humilde y muy digno molinero ante el abuso del poder. Los hechos divergen y, si se indaga en esas marcadas diferencias de tono y enunciado, se acaba por desembocar en el choque, abrupto y desagradable, entre fabulación y realidad. Un choque que evoca, en su protegido entorno literario , al que de vez en cuando nos sacude cuando el mito del control judicial del poder muestra sus reales dimensiones con toda su crudeza.
“ Hay jueces en Berlín" se basa en estos acontecimientos.

La anécdota fue que el rey Federico el grande de Prusia tenía un palacio en el campo para pasar el verano, cuando el tiempo era agradable en aquel país, muy frío el resto del año. En su palacio se celebraban suntuosas fiestas y conciertos musicales. En los bosques vecinos se organizaban grandes cacerías. Acudían muchos invitados de la mejor sociedad: príncipes, nobles, artistas, músicos y hasta filósofos.
Pero había un molinero que tenía su molino muy cerca del palacio. En cuanto se levantaba un poco de viento, el ruido de sus aspas molestaba al rey y a sus invitados. También había quejas porque, decían, el molino afeaba las vistas de los paisajes desde el palacio y ahuyentaba la caza. Un día el rey Federico ordenó que trajeran al molinero a su presencia.
«Tu molino es una molestia para el palacio», le dijo. «Estoy dispuesto a comprártelo».
Pero el molinero se negaba a vender el molino. Entonces el rey le inquirió: ¿«Sabes que si quiero puedo destruir tu molino sin tener que pagarte un solo céntimo?».
Asustado, el molinero respondió: «Eso sería una grave injusticia, majestad»
Entonces el molinero, señalando
con el dedo hacia donde se encontraba la capital
de su reino, le dijo: «Para eso hay jueces en Berlín»

El molinero planteó el caso ante el Tribunal de Berlín, que dictó una sentencia favorable a sus pretensiones. El rey Federico, que había comenzado la destrucción del molino, acató la sentencia: paró al momento la demolición e indemnizó adecuadamente al molinero por todos los daños que le había
ocasionado.
Este hecho es real y demuestra que sin el imperio de la ley no somos muy diferentes a los animales.
Persefoneurana01 de febrero de 2024

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