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Metal y óxido

La nieve iba cubriendo lentamente los oxidados tejados de las gigantescas fábricas abandonadas, que se erigían solitarias en un desolado paraje ubicado a cientos de kilómetros de la ciudad más cercana.

Si antaño fue fácil identificar a que sector se dedicaban o que productos fabricaban, hoy, el paso del tiempo era demasiado pesado como para diferenciar simples escombros y ruinas de color metálico-cobrizo de otros prácticamente idénticos.

La luna no reflejaba su luz, pues no quedaba ningún cristal en las ventanas suficientemente grande como para proporcionarla un espejo con el que engalanarse.

Grandes planchas de metal, que un día fueron puertas estaban enterradas casi por completo, entre ruinas y nieve, ninguna cumplía su designio ya.

Hileras de farolas recorrían las rectas calles, algunas habían optado por descansar y yacían recostadas en el acolchado lecho blanco, otras se mantenían orgullosas e imponentes intentando disimular su vergüenza, pues cuatro eran las que aun seguían iluminando, y superiores a sus hermanas, reinaban el lugar.

El invierno había vuelto a derrotar al triste y nostálgico otoño, que con la miel de la victoria aun en los labios, debía preparase para la contienda contra su peor y más odiada enemiga, la coqueta y creída primavera, no había tiempo que perder.

La nieve no dejaba de caer, tampoco disminuía su intensidad, y a veces, cuando se acumulaba una capa de gran grosor en alguna superficie, esta no solía aguantar su carga y se derrumbaba creando alboroto en la fantasmagórica urbe, que junto con el sonido de algún animal que otro (sobretodo maullidos de gatos que buscaban cobijo desesperadamente) era lo único que rompía el silencio.

Pero justo, en esta noche, apareció un elemento externo dispuesto a acabar con la familiar monotonía.

El eje temporal eterno se rompió cuando la luz de una de las cuatro reinas, mostró a sus conciudadanos algo que llevaba mucho tiempo sin existir allí.

Un sombrero fue lo primero en vislumbrase, este, hacia de corona a un hombre alto, una gabardina negra demasiada ancha para tan enclenque figura le llegaba hasta las rodillas de unos descosidos y grises pantalones que desembocaban en unas botas gruesas y largas, en las que unicamente se podía apreciar el marrón con el que fueron concebidas si uno miraba a conciencia.

El hombre sostenía un paraguas deshilachado hasta tal punto, que las varas que sustentan la membrana de tela, proporcionaron por primera vez en mucho tiempo un espejo para una luna inundada de lagrimas de felicidad.

Cuando el hombre abandonó el circulo amarillo, la emoción de los silenciosos edifico dio paso a un desgarrador suspense.

La figura volvió a recibir la ovación del público cuando la soberana del reino Mitad volvió a mostrarle a su emocionado pueblo.

Pero otra vez despareció el causante de tal revuelo, y la desesperación y la ansiedad volvieron a poseer el lugar.

Mucho tiempo pasó hasta que el hombre apareciera por el tercer reino de luz. Ahora cubierto casi por completo de nieve y sin paraguas, sus brazos se apretaban furiosamente contra el pecho en espasmos.

Se detuvo repentinamente y murmuro algo inteligible, miró a su derecha hacia donde se encontraban los restos de un edificio que conservaba el número de su dirección, aun borroso y desgastado, situado encima de donde un día hubo una gran puerta pensada para transportes era visible, el 3.

La figura volvió a fundirse con las sombras y desapareció bajo el brazo de silencio. Todo parecía volver a recobrar el sentido.

Un chirrido atronador resonó en todo el lugar y por un momento reinó sobre todo lo allí existente y el método que usa un ciego para ver, el sonido, fue lo que hizo capaz de seguir los movimientos de la extraña figura.

El desconocido entró en una habitación cuya oscuridad era tal, que era incapaz de ver un centímetro más allá de sus ojos. Asustado, toqueteo nerviosamente la pared en busca de algún tipo de interruptor.

Algo aterrador sucedió, un objeto que se creía extinto se manifestó y mostró su poderío. Una bombilla salió de su prisión olvidada e iluminó la sala causando más impresión que una supernova.

Un despacho con una mesa de madera podrida y astillada sostenía una copa de cristal, pulida a la perfección transparentaba algún tipo de licor de color marrón muy fuerte para el olfato que dañaba a los sentidos casi tanto como los rubís de color sangre de su empuñadura.

Custodiando la reliquia, había un hombre joven cuyos rasgos era de una belleza sin igual, indescriptible y dolorosa su visión. Se tocó la coleta que recogía sus cabellos de color oro, hizo una mueca mientras sus aterradores ojos enfocaban al recién llegado y sus dientes color perla iluminaron la sala cuando sonrió.

-Me complace verte, llevo mucho esperándote- dijo una voz aterradoramente melódica mientras levantaba la preciosa copa- ¡salud!
Quiensoyyo23 de noviembre de 2015

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