Es una mañana silenciosa, el sol aún no ha salido. Hace frío fuera, las farolas siguen encendidas. Son las 6 de la mañana y suena el despertador. Unos ojos cansados, ojerosos y sin brillo se despiertan, se abren. Una chica joven se levanta de la cama cansada, sin esperanza, triste, desganada. Se dirige a la ducha. Mientras se ducha rompe a llorar y a llorar, pero las lágrimas parecen insignificantes al juntarse con los torrentes de agua que recorren su cara cansada. Lo que no es tan insignificante es ese gran dolor desgarrador que tiene acunado en su interior que cada vez la asfixia más. Mientras se viste se pregunta si le va a ir bien el día o no. Ella misma se responde. Se hunde y tiene que estar calmando esas tremendas ganas de llorar a cada instante. Llega a ser incluso estresante. Ese dolor que siente dentro cada vez tiene menos piedad con ella, la va consumiendo poco a poco pero muy severamente.
Pasa las horas del día con la mirada triste, perdida, en la cual se puede ver con bastante claridad ese grito silencioso de dolor.
Acaba el día y se acuesta lentamente en la cama. Se encuentra boca arriba mirando hacia el techo y vuelve a romper a llorar. Ella misma se acuna intentando calmar a ese pobre corazón roto sin esperanza, sin luz, totalmente hundido en la soledad. Siente angustia por él, siente su enorme dolor. Entonces, en un amago de calmarlo, se hace el silencio y se queda dormida entre sus lágrimas, con la esperanza de que al volver a despertar todo quede en una pesadilla. Pero no, es su infierno real.
