Su don era pintar sentimientos con sus dedos, como jazmines en verano, olían.
A veces estaba dispuesto a entrar en las madrigueras, en el mar, en el espacio sideral solo para verlos y comentarlos con su bella facilidad para narrarlos.
Las cicatrices de la vida hicieron de el, una persona un poco uraña, gustaba de videojuegos, pantalla amarilla.
Tenía un alijo de tabaco, debajo de las tablas del piso, echaba mano de él, cuando se le acababa los que tenía en la mesilla.
El jardín de su casa era chamuscado por tanta suciedad, como sociedad marchita sin seso.
La belleza de la salida del sol, era su ilusión, pero oscurecida por esas gruas.
Quería comprarse un coche rojo, pero alquiló uno azul.
Laberinto emboscador es su mente, que le trae recuerdos y a la vez se los lleva, pobre pobre ser, con corazón sangrante y mejillas sonrosadas.
