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Fragmentos

Blanco. Al igual que un lienzo sin pintar. Sólo que delante de mí hay un papel. Pero lo miro igual que lo puede mirar un pintor que no tiene muy claro que quiere trazar. Ideas vagas, imágenes que se suceden en tu cabeza desde el exterior o desde tu memoria. Un paisaje. Una foto. Recuerdos. Sensaciones. Experiencias pasadas. Vivencias. Tantas y tantas cosas que se forman dentro de tu cabeza o mueven tu mano para formar letras que corren por el papel, formando palabras que no terminan de encajar, que no terminan de armonizar, que no terminan de gustar. Letras, trazos o colores. O líneas y líneas, pintadas o escritas.

A veces es que no sabes lo que estás haciendo pero necesitas llenar ese espacio vacío que te desafía, que hace que, si lo miras largamente, tu mente se quede blanca. Vacía.

Será por eso que a veces me planto delante del papel escribiendo, escribiendo y escribiendo cualquier cosa que se me pase por la cabeza y sea capaz de ser transmitido a mis dedos, porque otras veces soy incapaz de plasmar todo aquello que se me pasa por la cabeza.

¿Qué has pintado? ¿Qué es lo que has escrito? ¡Qué cuadro tan bonito! ¡Qué historia más dramática! ¡Cuántas expresiones podemos utilizar para expresar lo que la obra que ha concebido otra persona nos ha transmitido! Desde las más sencillas que he enumerado hasta verdaderas tesis, criticas y reflexiones de un sencillo cuadro o un simple poema.
A veces me resulta absurdo que haya personas que pretendan hacer que una obra abarque más de lo que realmente abarca. ¿Qué es lo que se encuentra en la superficie del papel o del lienzo que horas, días, semanas o años antes era blanco? Principalmente IMAGENES.
La imagen de un amanecer en la montaña, de un sol que sale e ilumina la fresca hierba cubierta de rocío, los árboles y por supuesto, la montaña.
La imagen de una noche clara, con un cielo negro estrellado, con una luna llena casi besando la mar no completamente oscura, que refleja a la dama de la noche y sus acompañantes diminutas las estrellas. Una mágica escena que pocas veces tenemos oportunidad de apreciar ¡pero qué bella es!
La imagen de una ciudad en ebullición, gente que viene y va, gente que entra y sale de las tiendas, que baja y sube de coches, motos, autobuses o taxis, gente que corre, gente que camina despacio con la mirada vacía, absorta. Contaminación y violencia.
Ciudades que no duermen, que no paran ni de día ni de noche, presumiendo de la mejor iluminación artificial del mundo y del mejor cartel de actividades nocturnas: cines, casinos, burdeles, dinero que se derrocha, discotecas, desenfreno, coches a toda velocidad, drogas, asesinatos silenciosos...
Pueblos casi fantasmas, con demasiadas casas y muy poca vida para habitarlas. Pero que disfrutan de una paz y armonía que ya no se llevan. Y de una naturaleza que ya es difícil encontrar salvaje, sin que la mano del hombre la haya pervertido.
Millones de retratos de personas, personas que han marcado una época, personas anónimas que nadie conoce pero cuya mirada ha fascinado a un pintor o un fotógrafo, personas que ni siquiera saben que quienes los retratan están ahí, observando. Fotografiando o simplemente guardando en su retina aquello que ven. Una escena cruenta de guerra, una escena de paz, de sosiego.
Escenas de batallas, de personas dando su vida y su último aliento por la bandera bajo la que se reúnen, bajo la cruz o por el dios en el que creen y que tienen fe. Escenas terribles de tristeza, de devastación, de inocentes que caen, de inocentes que los lloran. De ciudades que se convierten en simples esqueletos sin vida... si no quedan completamente destruidos.
Escenas también de milagros, de una vida que acaba de nacer, en un hospital, una casa, en medio del caos de la ciudad (como una luz dentro de la oscuridad)... en medio del océano, en un callejón oscuro, en medio de un bosque, de la selva. Seres tan pequeños como hormigas y tan grandes como siete hombres.
Supervivencia en una tragedia, una respiración entrecortada, dificultosa. De nuevo aliento. De volver a nacer.
Nacimiento, vida, armonía, paz, amor, odio, caos, muerte, tristeza, soledad.

Creación. Destrucción

Tantas cosas que he enumerado y tantas que podría seguir enumerando, describiendo. ¿Qué es todo esto? Imágenes. De todo lo que nos rodea, de lo que vemos y de lo que no llegamos nunca a vivir. Imágenes que se pueden plasmar con total perfección en una prosa, en un poema, en una pintura, en una fotografía. En algo que antes era un trozo de papel blanco, en un trozo de lienzo o en cualquier superficie posible. Imágenes que nos rodean... o fragmentos de nuestra realidad. Esa que personas como nosotros, plasman tal y como lo ven o tal y como la sienten. Describen lo que ven o describen lo que les hace sentir o lo que les despierta dentro. Imágenes, ideales, creencias... pero sobre todo son fragmentos.

Porque todo ello son instantes que entrelazados pueden componer un verso, un poema, una historia, un relato, una novela, una pintura o toda una saga o colección. Todo ello conforma la realidad, tu mundo. O mi mundo. O el de ellos.
Mundos reales o mundos encantados, inexistentes pero que aún así forman parte de nosotros y de nuestra imaginación, con la que también podemos crear nuestro mundo. Nuestra propia vida, nuestra propia ciudad, nuestro propio país y nuestras propias guerras.
Mundos o realidades que con nuestras obras, ponemos un límite, un principio y un fin. Fragmentos del lugar donde nos ha tocado vivir pero que a pesar de ser eso, fragmentos, los perpetuamos hasta la eternidad.
Rosadeplata15 de enero de 2009

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