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Una Segunda Oportunidad

-¡Una maldición!-exclamó mi madre-¡eso es lo que tiene ese maldito peñón!
Desde hace muchos años, siempre ocurría igual en el pueblo donde mi madre y yo vivíamos. Un lugar que nos atrajo por su tranquilidad (aparente), un pueblecito pesquero ubicado en la costa, con una playa de arenas blancas paradisíaca para los amantes del mar que disfrutan escuchando las olas lamiendo la arena y sentir la brisa marina... y también de ese peñón, perfilándose en el horizonte. Es una preciosa vista que disfrutamos desde mi casa. A pesar de parecer un lugar aislado, está muy bien comunicado con la metrópoli, nunca llego tarde a la universidad.
Normalmente la tranquilidad colma el ambiente, siempre y cuando no sean las cinco de la mañana, hora en que siento en sueños el despertar del pueblo, de los lugareños que se preparan para la tarea y salir a pescar en sus barcos, cuyos motores terminan de despertarme. Tradicional y sereno, así es el lugar en el que mi madre y yo vivimos.

La mañana en la que mi madre despotricaba a esa roca de gran tamaño, que vemos desde casa, no fue la actividad la que nos despertó... sino el silencio abrumador del luto y el siniestro sonido de las campanas de la capilla. A un kilómetro del puerto y a medio camino de nuestra casa, se eleva ese peñón de unos ocho metros o más de altura, aproximadamente. Un pequeño gran detalle que diferencia nuestro pueblecito del resto, un “detalle” que ha espantado gran parte del turismo que habitualmente llega. Sin todavía una explicación razonable, escalan ese peñón, pobres desgraciados que no encuentran sentido a su vida y acuden allí para dar fin a su amargura. Algunos vecinos que son además de pescadores, submarinistas, aseguran que al peñón le rodea una serie de arrecifes y salientes rocas que facilitan el trabajo y la intención a esos infelices. Lo que no termina de explicar por qué van allí precisamente incluso personas que no residen en mi pueblo.
Ha habido casos en los que las autoridades han tardado una semana en localizar un familiar de la víctima de la tristeza o en identificarlo. Al lograrlo, se percataban de que no vivía allí, que ha tenido que ser un amigo, un hermano, su madre... quién ha acabado allí, buscando a su ser querido, que ya criaba algas en el fondo del mar.
El ayuntamiento por su parte, se había planteado alguna vez cerrar la playa, algo que no llegó a hacer. Muchos lugareños pensaban que el alcalde no quería dar más mala imagen al pueblo, si cerrando la playa la prensa se hacía eco del cierre de lo más emblemático del lugar o dándole una imagen siniestra
-Algún día dejaran de venir ¿no crees?-me decía mi madre desde la puerta, observando con ojos melancólicos el pasar de los que guardaban luto e iban a enterrar al último. Era una escena verdaderamente desoladora, siempre lo era. Y más nos dolía oír el llanto de sus familiares, después de que intentásemos persuadir al individuo en cuestión, siendo inútil, más tarde o más temprano se tiraban
-Ojalá Dios te oiga, mamá, ojalá te oiga-le dije mientras cogía mi mochila y salía poco después-me voy a clase
Era el único lugar donde podía vivir sin angustias, sin pensar en quien sería el próximo en lanzarse al vacío

Noche lluviosa, tormentosa. Me era imposible conciliar el sueño porque soplaba un terrible viento que sacudía la casa. Las gotas de agua golpeaban con furia el cristal, cubierto de la condensación de mi aliento, del frío extremo que hacía. Un fuerte temporal que azotaba con ira el mar; podía sentir las olas embestir al peñón. Apenas pude conciliar el sueño, dándole vueltas a la idea de que era la noche perfecta para que alguien se tirara
-¡Marina! ¡Despierta rápido!-justo en el momento en que conseguí conciliar el sueño mi madre me llamó muy alterada
-Mamá que me había dormido al fin... -me quejé con voz ronca
-¡Alguien está escalando el peñón!-alegó, con los ojos desorbitados, pálida y sudorosa. Estaba más alterada de la cuenta y sabía la razón, la misma por la que se desvelaba a menudo por las noches. Debió ser en uno de esos desvelos que descubrió a quién allí se subió. Reaccioné, me puse una bata y las deportivas, me acoplé también un chubasquero y salí a adentrarme en la tórrida lluvia que todavía caía. Corrí y corrí hasta llegar al peñón, como alma que lleva al diablo, pensando en qué si me demoraba más, más probabilidades había de que dicho individuo se hubiera partido el cráneo contra las rocas. Me alivió un poco el distinguir una silueta que parecía estar sentada o agachada. Quien fuera no parecía importarle ni el tiempo ni mojarse. No me pensé dos veces el cometer una locura al escalar el dichoso peñón, corriendo el peligro de resbalar y caer, pero una fuerza que desconocía hasta el momento me empujaba a hacerlo. Al llegar a lo más alto, el hombre (lo deduje por su anchísima espalda) estaba ya en pie, preparado para dar fin a todo. Caminando siendo muy cuidadosa en donde ponía mis pies lo agarré con fuerza de un brazo
-¡Espera!¡No te tires!-con la densa lluvia, tenía dificultades para distinguirle la cara cuando se volvió a mirarme, pero me la podía imaginar, como dije anteriormente, no era la primera vez que hacía lo que estaba haciendo
-¿Por qué no?-repuso con voz muy grave, una voz que sin embargo tenía un tono que me resultaba muy familiar
-¡Sé que todos venís a suicidaros aquí, a acabar con vuestra vida! Óyeme bien, sea lo que sea lo que te deprime, no lo hagas ¡no te deprimas y sigue adelante!-fueron unas palabras que surgieron solas de mi boca, como si ya hiciera tiempo que desearan hacerlo, como si hubieran sido reprimidas en aquel fatídico día que mi madre y yo recordábamos a veces con amargura, días o noches como la que estaba viviendo en ese instante. Unas palabras que no había sido capaz de decir a nadie de los que por allí habían pasado
-No servirá de nada, mi vida no tiene sentido-contestó cortante, molesto tal vez por mi repentina intervención. Sacudió su brazo, con una violencia innecesaria y con paso decidido se dirigió al final de las rocas. Me abalancé sobre él, sujetándolo por los hombros; dejaba de llover en el momento en que forcejeábamos, él luchando por liberarse de mí y yo por que no se tirara... hasta que caímos al vacío repentinamente, sin tener tiempo de gritar. Esperaba con horror notar mi cráneo o mi cuerpo estrellarse contra las rocas, notar como mi vida se desvanecía y teniendo como único testigo a aquel desconocido que sólo intentaba salvar.
Para mi sorpresa lo único que noté chocar contra mi cuerpo fue la superficie del agua y la arena del fondo del mar arañando mi cara y mis manos. Después unas manos me sacaban con fuerza a la superficie. Acabábamos de descubrir el punto flaco de aquel lugar
-¿Estás bien?
-Eso creo-respondí cuando dejé de escupir agua y toser. Lo miré y me quedé petrificada. La lluvia había amainado, empezaba a amanecer y gracias a los primeros rayos de sol, pude reconocer al hombre que estaba frente a mí y que no era tan desconocido
-Ah... tú
-¡Profesor!-exclamé con asombro. Era mi profesor Matías, que me daba clases en la universidad. Era un becario que se acababa de licenciar y por entonces llevaba un tiempo de baja
Lo obligué a que entrara en mi casa y se cambiara de ropa. Mi madre lo examinaba de arriba abajo y con razón, estaba irreconocible, parecía cualquiera cosa menos un profesor de la universidad. Tenía un aspecto muy descuidado y su ropa empapada y su pelo mojado no ayudaban en nada. Una de nuestras vecinas nos ofreció ropa de su marido para que se vistiera y mientras me bañaba en agua caliente mi madre preparaba café y leche calientes. Al salir con ropa limpia y seca, ya estaban sentados en la mesa. Pude en detenerme en pensar porque no lo había reconocido: era el profesor más popular de la facultad, por ser el más joven y el más atractivo, trayendo loquitas a todas las estúpidas de mi clase, Al tratar con él perdía todo por la boca, era frío, rudo y muy seco a la hora de pronunciar sus palabras. Si alguna de esas chicas lo hubiera visto como lo vi yo esa madrugada, lo dejarían de adorar y los que ya lo detestaban lo detestarían más... o se compadecerían de él.
Estaba cabizbajo, removiendo su café, así se veía, si cabía, más triste. Tenía una barba de varios días, diría que semanas, estaba demacrado, ojeroso, el pelo descuidado y grasiento, con un aspecto flácido, de no comer bien o no comer. Tenía razón en que no pasaba por el mejor momento en su vida y me preguntaba por qué. Mi madre nos dejó a solas minutos después de llegar yo, quería ir a comprar. El momento oportuno para hablar con él
-¿Se encuentra mejor?-asintió, tomando sorbos de su café con desgana. Me iba a costar sacar algo más que una conversación de besugos. Pensé que seguramente sería mejor ir directa al grano-¿podría saber qué es lo que ha traído a un profesor como usted a un pueblo apartado como este?-pregunté con la mayor delicadeza posible, para no encontrarme con una negativa de respuesta. No dijo nada, terminó de beber el café, como si no me hubiera oído. Cuando creía que no lo haría contestó
-Mi mujer me ha abandonado por otro- francamente era una noticia que rompería el corazón a más de una, a mi gusto no era una sorpresa, lo extraño habría sido que fuera soltero
-¿Y esa es razón para dar fin a su vida?
-Era la mujer de mi vida-zanjó con sequedad. Sentí que me sonrojaba ligeramente, emocionada de saber que nuestro “querido” profesor sabía hablar tan bien sobre sus sentimientos, nadie sería capaz de imaginárselo. De todos modos era un día en que le habían sucedido cosas que ninguna otra persona que lo conociera se imaginaría que le ocurriría
-Esa no es razón para suicidarse. Debería ser más optimista y pensar que la vida le dará otra oportunidad para amar y ser amado, más tarde o temprano-no dijo nada, sus ojos hablaban por él, parecía que me decían “eso es lo que tu crees”. Ojos tristes y desconfiados. Tenía que comprenderle, estaba en una casa ajena, la casa de una alumna suya, cerca del sitio donde pretendía acabar con su amargura, con una ropa que no era suya... y hablando con una chica que no había hecho más que darle reprimendas. Era más que comprensible su actitud.
Mi madre volvió para recordarme que tenía clase y que no se me fuese el santo al cielo. Me recordó que tenía algo más que decirle
-Eres una persona libre de hacer lo que quiera y de hacer o no caso a mi consejo. Yo no soy nadie para obligarlo a hacer nada pero le vendría bien un cambio de aires, cambiar de rutina, es una buena manera para empezar a olvidar. Así que le aconsejaría que diera ese cambio, empezando por volver a las clases
-Tengo pedida la baja-alegó como si aquello bastara para excusarse
-Me es igual. Mis amigos y compañeros le echan de menos, imparte muy bien las clases y nos gustaría que volviera. Nos cansa un poco el sustituto que tenemos, a mí por lo menos-dicho esto hablé con mi madre para que cuidara de él y lo acompañara a su casa cuando se asegurara que estaba en condiciones de volver
Mientras iba hacia las clases pensé que todos mis esfuerzos iban a ser en vano, no era la primera vez que intentábamos que una persona se quitara de la cabeza los deseos de despeñarse y nunca nos había dado resultados. Prácticamente habíamos desistido de hacerlo... más el caso de Matías era especial, era mi profesor y me sentía en la obligación de ayudarle.
Los resultados los pude comprobar al cabo de tres días, cuando nos anunciaron que Matías volvía a las clases. Regresó como si nada, como si lo de varios días antes no hubiera sido a él a quien le hubiera pasado. Volvía a ser el Matías que todo el mundo conocía, con el pelo limpio, afeitado y muy sonriente. Algunas cotorras de la clase murmuraban cosas sobre que estaba divorciado y que por eso estaba más delgado, que había pasado una mala racha. Pero pronto imperó su autoridad y acalló los murmullos malintencionados. Me alegré porque ya se estaba recuperando y que no había tenido necesidad de cometer ninguna locura. Volvía a ser el mismo.

Una semana después de volver, al final de una de sus clases, empezaba a recoger para irme
-¿Marina?
-Sí, profesor...
-¿Tiene clase ahora?
-Eh, no, ahora tengo descanso
-¿Puedo tomar algo con usted? Quiero comentarle algo
Las estúpidas que estaban haciendo como que buscaban algo que se suponía que había caído al suelo o buscando cosas en los pupitres, se quedaron con caras de aleladas, más cuando salimos juntos.
Me llevó a la terraza de la cafeteria de la facultad junto a la nuestra. Sólo empezó a hablar tras servirnos nuestros refrescos (coca cola y zumo)
-No soy muy ducho en explicar mis sentimientos, suelo ser muy brusco... pero haré un esfuerzo. Quería-respiró hondo-quería darte las gracias por lo que ya sabes-estaba azorado, diciendo esas palabras, haciendo que me sonrojase también, sintiendo como se me aceleraba el corazón
-De nada, es lo menos que podía hacer-me sonrío ¡era la primera vez que lo veía sonreír! Y tenía una sonrisa preciosa
-Esos días me sentía acabado-una expresión más seria sustituyó su sonrisa-y no veía otra salida que esa. Hay algo que me gustaría saber ¿por qué me ayudaste?
-Porque no resultan agradables las consecuencias, tras recoger los restos de quienes se tiran
-¿Sólo eso?-guardé unos segundos de silencio, no estaba segura de si debía explicarlo
-Nos trae amargos recuerdos a mi madre y a mí
-¿Amargos recuerdos?
-Sí, ese peñón, no es una simple roca para mi madre y para mí
-¿Y eso?-preguntó sin llegar a comprender. Respiré hondo, debía contarlo todo para que me entendiera
-Mi padre fue el primero en sumarse a la fatídica lista de quienes hicieron lo que no hizo usted-Matías abrió los ojos como platos y murmuró “puedes tutearme”-hace muchos años mi padre se separó de mi madre, para irse a vivir con una amante. Al cabo de seis meses, la vida le hizo pagar el daño que le causó a mi madre, siendo abandonado por su amante, que se fue con uno más joven que mi padre
-¿Qué sucedió entonces?-preguntó cuando yo tomaba aire, aunque podía imaginárselo
-Mi madre lo seguía amando e intentó que volviesen juntos pero mi padre no quería verla ni en pintura. Estaba muy afectado por lo de su amante tanto que... bueno, te lo puedes imaginar
-Sí, lo imagino, lo siento-dijo algo cabizbajo-supongo que ese suceso os marcó ¿me equivoco?
-Digamos que sí, que tenemos secuelas. Un año y medio después de su muerte, otros y otros le siguieron al infierno. Yo tenía catorce años cuando mi padre falleció y siempre me he quedado con las ganas de decirle a mi padre lo que le decimos mi madre y yo a esos pobres a los que la vida les ha dado la espalda. Es lo que pienso... lo que pensaba cuando hablé contigo
-Ahora entiendo porque me hablaste con tanta claridad, sin andarte con rodeos-dijo con una amplia sonrisa pero apenas pude disfrutarla, bajé la cabeza algo avergonzada. Fue una hora muy agradable, empecé a conocer a Matías de verdad y ver que no era para nada una persona ruda y cínica que muchas veces demostraba ser en su papel como profesor
No fue la primera ni la última ocasión en la que nos quedamos a comer o a tomar algo en los ratos libres, entre clase y clase. Su presencia era tranquilizadora y me gustaba estar con él, con confianza y sin tener la presión de pensar que él era un profesor y yo una alumna. Matías se las ingeniaba siempre para que olvidara ese detalle. Era envidiada por muchas de mi clase, que me odiaban por ser la preferida por el profesor. Una envidia que a mí me resbalaba, podría jurar que más de una de ésas querría estar en mi lugar para beneficiarse a su costa, aprovechando su situación de amantes para sacar un aprobado en la asignatura sin hacer nada (bueno). El tiempo pasó, llegando los meses de más calor, de más agobios y de nervios a flor de piel, siendo habituales las discusiones por tonterías. Más de una de esas aprovechadas frustradas me quiso sacar de mis casillas, sin conseguirlo porque acababa zanjando el tema o sencillamente me iba del lugar donde me empezaban a acosar. Me sentía entonces demasiado feliz para perder el tiempo y gastar energías con nadie. Habían pasado varios meses desde que ayudé a Matías, que se recuperó por completo y en el transcurso de ese tiempo nadie había vuelto a subirse al peñón, hecho que se notó en el humor de mi madre, que estaba más contenta y con más vitalidad.
Pasábamos por esa inmejorable situación, que ya no esperábamos la llegada de nadie a ese lugar para otra intención que no fuera la de hacer turismo. Así pues, cierta tarde que mi madre y yo salimos a comprar por la capital, volvimos a casa al crepúsculo. Dejábamos la compra, momento en que irremediablemente debíamos fijarnos en el peñón... mi madre gritó
-¡Marina hay alguien subido!-el miedo y la amargura volvieron a su rostro más envejecido de lo que debiera tenerlo. De espaldas como estaba, me volví y reconocí la silueta de Matías erguido en lo más alto
Si la noche que lo detuve corrí rápido, aquella tarde lo hice más aún, por algo más que se escondía en mi corazón, algo que fue naciendo y creciendo cada hora, cada día, cada semana y cada mes que fue pasando
-¡MATÍAS!-grité a pleno pulmón al llegar y me observó subir desconcertado, no esperé a que respondiera para hacerlo
-¿Qué pasa?-me dijo en cuanto llegué a su lado
-¿Qué pretendes hacer? ¡Estás loco! ¿O qué?-barboteé un montón de palabras incomprensibles y sin sentido, dichas con rapidez y casi sin aliento. Matías se había sentado, comprendiendo la razón de mi alteración comenzó a reírse a mandíbula batiente, sin poder cesar en mucho rato. Sentada a su lado, lo vi como se reía con cara de ofuscada y muy colorada por el ridículo que acababa de hacer
-¿De verás creía que me encontraba aquí porque quería...?-no pudo reprimir más carcajadas
-No le veo la gracia, te conté si no recuerdo mal por lo que este sitio es famoso-repuse con frialdad a pesar de que en el fondo me aliviaba que estuviera allí por gusto
-Muy desagradable por cierto. Mira allí-señalo al horizonte, donde se podía apreciar cómo el sol se ocultaba tras el mar. Pude presenciar esa magnifica puesta de sol con Matías, que aprovechó el mágico momento para confesarme
-No estaba aquí ni para lo mismo de la última vez, ni por la puesta de sol. Tenía ganas de verte pero no estabas. Y, como ahora esta playa me trae buenas vibraciones, quise quedarme aquí a esperar. Pero tan hechizado estaba con las vistas panorámicas que no he percibido la luz que ahora hay en tu casa
-¿Qué quieres decir con que te trae...?-posó sus dedos en mis labios para que no prosiguiese
-Este peñón me recuerda a ti, y si me recuerda a ti, me siento muy feliz
Me quedé embobada disfrutando de esa amplia sonrisa de ensueño y esos ojos que irradiaban una gran ternura, que muy pronto supe que era dirigida especialmente a mí.

De igual forma que sin una explicación coherente se convirtió en una playa maldita, en escenario final de vidas llenas de dolor, se convirtió desde esa tarde en una playa paradisíaca, en la que los turistas subían al peñón para disfrutar de las magnificas vistas. Sin embargo para mí y para Matías era un lugar de renovación, de volver a empezar a vivir... de segundas oportunidades
Rosadeplata03 de febrero de 2008

2 Comentarios

  • Shadow

    A mi juiciop este es tu mejor texto hasta los momentos. Bien arrado, bien manejados los diàlogos, y un tema atrayente.

    06/04/08 11:04

  • Shadow

    Deberìa decir Bien Narrado (me comì la N) Me gustò

    06/04/08 11:04

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