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Cuento Sobre un Idioma.

Es costumbre entre los habitantes del pequeño pueblo de Ayapán, que cuando uno de ellos se encuentre en estado de enfermedad, el resto de habitantes acuda a darle la tradicional bendición en Ayapaneco. Es una tradición bastante respetable, pues tal bendición es un símbolo de despedida los que acaban su vida y agradecimiento por lo que en ella hicieron.
No hace mucho tiempo, ya sólo quedaban en el poblado dos hablantes de la antigua lengua, y por alguna lejana disputa o afrenta desconocida, no se dirigían la palabra desde hacía décadas. Sucedió que el mayor de ambos cayó gravemente enfermo, y todos en el pueblo sabían que a su edad ya no le quedaban fuerzas para superarlo, que perecería en poco tiempo. Al poco de hacerse pública su afección, las gentes del pueblo fueron a avisar al otro anciano para comunicarle que debía seguir la tradición y bendecir a su máximo rival.
Largo rato pensó éste que hacer, si debía bendecir a su enemigo, después de tantos años sin dignarse a hablar con él; o por el contrario si debía no bendecirle e incumplir la tradición. Cómo podría él, pensaba, bendecir a la persona que más había odiado en este planeta, después de todo lo que hizo? Pero, se dijo, ¿qué fue lo que hizo? ¿Qué fue aquello tan grave, por lo que no había hablado a esa persona en décadas? ¿Qué pudo haber sido, que ya no lo recordaba?
Y el anciano pensó y pensó, pero no era capaz de recordar la afrenta de su moribundo rival. Al final, armándose de coraje, y por respeto a sus antepasados, decidió acudir a dar la extrema unción ayapaneca al otro anciano.
La mayoría de habitantes del pueblo nunca habían visto semejante ceremonia, y todos acudieron impacientes a la carpa donde se encontraba el enfermo. Éste, al ver entrar a su máximo adversario, se sonrió y se preparó para recibir la bendición.
Una vez bendito, dijo, de forma entrecortada.
-Gracias, hermano, Gracias
-De nada, padrecito. Para mí es un placer reconciliarme con usted. Además, ni siquiera recuerdo qué fue lo que pasó entre nosotros.
El moribundo se sobresaltó, y mintiendo sin demasiado disimulo, dijo:
-Yo tampoco, padrecito. Como ves, todo lo cura el tiempo.
-Dios, que es bueno, no hace nada sin motivo. Estoy convencido de que creó este Alzheimer que me hace olvidarme hasta de mi nombre para que hoy yo pueda estrechar vuestra mano.
El anciano yacente soltó una carcajada que se tornó en una tos fuerte. La sábana se manchó de sangre, y él se dio cuenta de que su fin estaba cerca. El otro anciano continuó hablando:
-Lo que me da pena, padrecito, es que esta tu bendición probablemente sea la última que en nuestro viejo idioma se realice. Ya sabes que intenté organizar una escuela, que lo intenté enseñar a la gente y nadie se interesó. Siéntete afortunado de recibirla, pues yo moriré solo sin que nadie me bendiga.
-Quizá no, padrecito, quizá no.
El anciano tosió, expeliendo por sus fauces una mayor cantidad de sangre esta vez.
De entre la multitud que ya se disipaba, pues su espectáculo había terminado, se alzó una vocecilla tímida. En un vulgar ayapaneco, como el de su maestro, pero en ayapaneco, dijo:
-Quetx, natk te nia crakta dixa oatl mecke quecke huehuetl*
(Yo, en nombre de mi abuelo, te devuelvo el huehuetl (tambor) reparado y pido perdón)
Así, con el sonido de esa voz, el anciano recordó la disputa pasada, y se arrepintió de la importancia que le habían dado a un nimio tambor. Décimas de segundo más tarde se dio cuenta de que la voz del nieto de su moribundo rival no había hablado en español sino en aquel idioma, su idioma que ya creía muerto.
Fue entonces cuando, en el mismo instante en el que un golpe del flamante huhuetl rompió el silencio, cuando una lágrima tocó la arena, un vivo feneció, y un muerto en vida resucitó de entre sus cenizas, viendo cómo aquel al que había odiado había conseguido el sueño que él no había logrado

Basado en hechos reales ( http://www.milenio.com/node/669650 ) y en una idea de M.A Cobos.
PD: para cualquier mejicano: el trozo en Ayapaneco está inventado
Schlange09 de mayo de 2011

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