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Mundo Dormido

Cuando salgo a la calle, una suave brisa me abraza con sus brazos helados y me estremezco. La gente conduce sus coches dormida, embelesada por la aureola displicente y desquiciante que envuelve el pueblo esta tarde; y los peatones, que no paran de mirar al suelo, se chocan entre sí y se despiden con un vago «¡Perdón!...». La gente entrecierra los ojos, pero no por cansancio, sino por desidia, quizás por la estructura del mundo, que no parece poder seguir sosteniéndose y se desmorona ante nosotros. Nadie nota la suciedad de las calles, que, como papiros interminables, se extienden cubiertas de latas vacías y descoloridas y colillas sin vida que se enterraban en la arena. A veces escucho gritos y no sé si son míos o de otra persona; o de nadie. Sí, seguramente no sean de nadie. Seguramente se hayan quedado impregnados en las paredes y los reproduzcan éstas en forma de ecos, pues en estos días, un grito es algo bonito. Si gritas justo antes de morir, quiere decir, sobre todo, que estuviste vivo (aunque agonizante). Se vuelve todo un reto encontrar personas hoy en día. Y no me refiero a vivas, sino a no-muertas. ¿Una soga sin ningún cuello sobre el que cernirse? Me deberían de dar una recompensa por no encontrar nada en la cubeta de la guillotina. Así, como os lo cuento: el pan de cada día. Salir a la calle y descubrir que los cimientos que me rodean son imaginarios, el simple decorado de un escenario yermo y asolado por la amargura. Sé que si soplo fuerte los acabaré derrumbando, por lo que contengo la respiración y pienso: ¿qué es real? ¿Qué pasaría si algo desapareciese? ¿Lo reemplazaría nuestra mente?
Scissorsdays31 de octubre de 2016

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