Y es que el día que te das cuenta de que esa persona te importa más de lo que pensabas, estás jodido. Comienzan las dudas, las esperas, el qué pensará de mi. Ves como sigue sin encontrar lo que quiere, y tú estás esperando, contentándote con cualquier trozo de su atención. Y es en ese día, en el que te das cuenta de que te has dejado de querer a ti misma. Y te preguntas, ¿en qué momento me perdí?¿en qué momento dejé mi vida por la de alguien más?
Entonces te pones tu playlist favorita, y lloras. LLoras hasta que no recuerdas ni por qué lo hacías. Lloras más en las canciones que le enseñaste. Y de repente, no caen más lágrimas, porque en tu mente ves a aquella niña a la que le prometiste que nunca lloraría por nadie, la que sujetaría montañas, la que conseguiría hacer lo que le apasiona, la que siempre sonríe por la tontería más grande, en la que todos sus amigos se pueden apoyar, la niña que estaba destinada a ser una gran mujer. Y entonces, por ella, te levantas, te pones esos tacones negros que siempre te hicieron sentir más segura, y sales a la calle dejando la muda de una piel detrás. Dejando el dolor. Dejando las dudas. Y cuando esos sentimientos vuelven a llamar a la puerta, ya no encuentran respuesta.
