Como todas las tardes, a altas horas llegué al bar de don Julio. Muchas eran las ocasiones en las que ayudaba a poner las sillas en orden para poder comenzar temprano con la velada nocturna. Esta no fue una excepción, así que me quité el saco y comencé a trabajar. Al terminar, me senté en la mesa de siempre, la que da a la ventana cerca de la barra, y observaba como las jóvenes parejas caminaban de la mano bajo la lluvia. Degustaba un exquisito vino mientras comía la pizza que el mismo don Julio preparaba con sus fuertes manos de roble viejo. Al término de la comida, el piano y el bandoneón inauguraron la ceremonia.
Eran ya casi las doce y María se disponía a salir. Era una bella y encantadora camarera a la que nunca le había podido confesar mi atracción por ella. Un soplo del alma (o quizás del bandoneón) me impulsó a seguirla y detenerla frente a la puerta. Una vigorosa tenacidad me invadió y, con escasas palabras, la invité a bailar. El bar hizo sobrios silencios cuando nos acercamos al centro del salón. El truco y el billar debieron hacer su pausa y don Julio sumó su guitarra a la melodía. Entonces, el tango sonó. Reconocí la melódica música de Gardel y a su compás comencé a recitarle a María unos poemas de amor al oído, poemas que me brindaba una excitante inspiración. Comenzamos a bailar, mi mano en su cintura nos guiaban en aquel plácido concierto. El reloj de las doce sonó, pero nadie pareció escucharlo. Todos nos zambullimos en el romance de aquel tango.
Al terminar, los aplausos no esperaron, igual que el beso entre los labios de María y los míos. Me escribió sobre una servilleta de papel su número de teléfono y me la entregó con sensual mirada, sin proliferar palabra alguna que pudiese arruinar ese momento.
Entonces, se estacionó en la salida del local un último modelo alemán conducido por un joven y viril hombre que hizo sonar la bocina. María se despidió de mí sacudiendo sus dedos y salió del bar en dirección al vehículo. Al subirse, besa al viril joven y parten juntos a su lecho.
Miré un segundo la servilleta, la rompí y arrojé sus pedazos al suelo. Me calcé mi saco y salí del bar caminando bajo la lluvia, mientras aún escuchaba adentro la música de otro melodioso tango.
Un relato corto perfectamente bien narrado, puntuaciones y todo en sulugar, eso me gusta porque ademas de expresarte, lo haces de forma "atractiva" para el lector. Para mi es muy importante las divisiones, comas, puntos y demas. Te felicito por ello.
Es triste quiza... me refiero a que un amor no correspondido lo es... o un imposible. Siempre hay otros verdes campos de recorrer... pero esa es tan solo una opinion fria y objetiva... yo no hablo asi en realidad, soy gelido, pero en otro sentido.
Muy buen relato Sinner.
Un saludo.