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Capítulo 11: ¡roma!

– ¿Qué ocurre? – dije nada más llegar. Lo cierto es que estaba asustada y preocupada por Luna y con ganas de verla, pero a la vez me repugnaba la idea de tener que volver a encontrarme con el sabio. La herida aun me dolía, pero por suerte Will tenía vendas en su casa y me había momificado el abdomen antes de salir.
– Menos mal que has venido – me saludó Hiela. Tenía los ojos enrojecidos de llorar y su serenidad se había esfumado - ¿Con quién has venido?
- Con Will e Inés, una amiga.
- Pero no una amiga cualquiera, eh, su mejor amiga - me corrigió ella.
– ¿Dónde está? – preguntó Will.
– ¿Luna? Está detrás, en una cama.
Fuimos hasta allí y la vi. Estaba pálida como la cal, parecía tan frágil como el cristal. Con sus vaqueros claros y camisa blanca, el corte que tenía de la sien por la mejilla hasta el cuello, de un color rojo escarlata, destacaba mucho. Si no fuera por la débil respiración, hubiera dicho que estaba muerta.
– ¿Qué le ha pasado a esta niña? – preguntó Inés.
– En cuanto os marchasteis, Luna peleó con Samuel. Ella es muy fuerte, pero no tanto como para atacar a un sabio. Él la apartó de un manotazo que la dejó inconsciente y con ese corte. Ya han pasado unas horas, desde las once o doce hasta ahora, que son las cinco, así que te llamé.
– Mira que darle así. ¿No ve que podría haberla matado? Será… – decía Will, pero no acabó la frase porque Samuel apareció tras él.
– Seré, ¿qué?
– ¡¿Cómo le has hecho eso!? Que es una niña. A ti te falta un tornillo, bestia. Porque vamos… – empezó Inés pero la paré, pues la cara del sabio estaba cambiando a peor. Ella, resignada, se sentó en la cama junto a Luna.
– Hiela, ¿por qué viene Aqua acompañada? – preguntó Samuel en tono amenazante.
– Ella tenía que venir, pero si le decía que sola, nunca aparecería.
– ¿Cómo me has llamado?
– Verás, Sam, se os debería llamar con vuestro nombre antiguo, en lengua culta. Así Tierra es Terra; Aire, Aer; Luz, Lux; Fuego, Ignus, y tú, Aqua.
– Vale, eso lo comprendo. Y yo traigo a quien quiero – le dije a Samuel.
– Insolente. ¿Dónde quedó la cultura clásica? Antes eran todos más educados y obedientes. Aparecíamos y nos adoraban, nos construían templos… Y ahora osan hablarte como a cualquiera y tenemos que usar nombres humanos. Añoro la época en la que era Marte, grande, poderoso… – decía para sí. ¿Él era Marte, dios de la guerra? Eso explicaba su mal genio.
Oímos gemidos de Luna, se estaba despertando.
– ¿Un ángel? – dijo al ver a Inés. Luego, se giró y vio a Samuel – Y el diablo, por lo que veo…
– Yo no soy un ángel – le explicó Inés –, y por lo que sé, el es un dios.
– ¿Un dios? ¿Eso? ¡Ja!
– No te pases, niña.
Luna se levantó a duras penas y con una mueca de dolor, y fue hasta donde estaba el sabio.
– Creo que me debes una disculpa – le dijo ella.
Iban a empezar otra pelea, pero Will se interpuso entre ellos.
– Basta ya. ¿No creéis?
Luna y Samuel lo miraron y se alejaron el uno del otro.
– Bueno, yo me marcho – avisé. Aun eran las cinco, pero no tenía ganas de quedarme allí.
– ¡Te acompaño! – Me dijo Will – ¿No vienes, Inés?
– No me quedo con Luna, hasta luego.
Nos despedimos de todos y nos fuimos. Will se pegó más a mí y me pasó el brazo por los hombros.
– Vaya día, ¿no? – me dijo.
– Sí, y no sé por qué, pero tengo la sensación de que todo esto aun no ha acabado por hoy.
Caminamos por la amplia avenida, llena de árboles y mil colores del otoño. El momento era precioso, uno de esos que quieres que dure toda la vida. Pero el insoportable pitido de mi móvil lo interrumpió. Un día de esos lo tiraba por la ventana.
– Hola al desgraciado que llama en el peor momento – dije a quien estaba al otro lado de la línea con mucho cabreo.
– Lo siento. Soy Hiela, es que acabamos de sentir otro poder. Poderes más bien.
– Ahora vamos.
– ¡No, espera! Sam, Will no puede venir, recuerda que es del bando contrario. Hasta ahora – y colgó.
Se lo expliqué a Will en cuatro palabras y nos despedimos. Se inclinó para besarme, pero sonó su móvil cuando estábamos a un milímetro el uno del otro.
– Odio estos trastos. ¿Sí? Ah, hola… Ya me quedó claro antes… Sí, bien, voy para allá – contestó – Lo mismo – se inclinó de nuevo y me besó –. Ahora sí. Adiós.
– Ciao – me despedí y soltó una carcajada no sé por qué, pero no me quedé a preguntárselo.

* * *

Roma. Eran las siete y media, más o menos. Íbamos Luna, Inés, Hiela y yo. Teníamos que ir hasta la Piaza di Spagna, y cuando llegamos me quedé con la boca abierta. Era enorme y estaba abarrotada de gente. Una gran escalinata ocupaba parte de la plaza y subía hasta vete tú a saber dónde.
– ¡Esto está lleno! ¿Cómo vamos a encontrar a alguien con todo este barullo? – dijo Inés.
– Ella siempre lo sabe todo – le susurré señalando a Hiela.
– ¡Por allí! – gritó y se puso a correr entre la muchedumbre en dirección a las escaleras. Nosotras la seguimos y paramos después de un mogollón de escaleras. Justo en frente de donde se había parado Hiela había una chica negra y un chico pálido cenizo que tendrían mi edad.
– Chi siete? – dijo el chico – Parlate ormai!
– Io sono Hiela, loro Inés, Luna e Sam. Noi vogliamo aiutare – dijo Hiela, aunque no entendí nada.
– ¿Qué dicen? – preguntó Inés.
– ¿Habláis castellano? – preguntó la chica –. Nosotros también.
– Io sono… Perdón, yo soy Iván y ella mi hermana Leah – se presentó aun con acento italiano.
– No os parecéis mucho, la verdad – observó Luna mirándolos de hito en hito.
– Somos hijos adoptivos de una pareja rica que no podía tener hijos. Nosotros y nuestros padres, Linnet y Alessandro, pasamos aquí los fines de semana. Luego volvemos a Tivoli – explicó Leah.
Giré la cabeza para observar la plaza y vi una noticia buena y otra mala. Buena, que Will estaba bajando las escaleras hacia mí; mala, que el hombre robusto de pelo cano debía de ser Nicanor.
– Hiela, mira – la avisé.
– Por favor, tenéis que llevarnos hasta un sitio sin gente – les pidió a los hermanos.
– Luego nos lo explicáis todo – y echaron a correr escaleras abajo.
Les seguimos durante un buen rato por cientos de calles hasta llegar, sin aliento, a un jardín bastante amplio de una casa enorme en la que no debía haber nadie.
– Es nuestra casa y nuestros padres están de compras por la ciudad – nos informó Leah. A los dos minutos aparecieron ellos.
– Sam, luchas tú – me dijo Hiela.
– Si aquí no hay agua – objeté.
– Hay en esas cubas – dijo Iván.
Will se adelantó unos pasos y yo también hasta estar tan cerca de él que no nos pudieran oír.
– Siempre quise visitar Roma, y me hubiera encantado hacerlo contigo, pero no de este modo – me susurró.
– ¿Tenemos que luchar? – le dije con la cabeza gacha.
– No nos queda otra – murmuró levantándome con suavidad la cabeza por la barbilla.
– ¿Qué les pasa a esos? – oí que preguntaba Iván.
– Son pareja destinada a luchar, por desgracia – contestaba Inés.
Yo no quería hacerle daño y él tampoco a mí. Pero no había otra opción.
Sobras08 de diciembre de 2008

3 Comentarios

  • Sobras

    Esta vez en Roma, que me encanto cuando fui. Los dialogos en italiano tal vez sean un poco vulgares y est?n mal, pero no doy para mucho m?s en italiano.
    Ciao y espero que guste.

    08/12/08 03:12

  • Purple

    tu te cimplicas la vida.. si no te preguntaba no me quedaba claro.. aunque le dio el toque guay el italiano.. es muxo mejor que los idiomas que estudiamos jijiji... mola mucho
    bueno un comnet con respecto al capi.. pos ya lo sabes.. no puedo decirte mas de lo que ya sabes... que ta.. guaaa... super chulo..
    un besototote.. chausss

    09/12/08 04:12

  • Sobras

    Muchas gracias Purple, y ya sabes que estoy para ayudar, sobretodo con los problemas que yo te pongo!
    Besos y ciao!!

    09/12/08 04:12

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