Otro sol. El mismo de ayer. Desde esta habitación oigo sollozos. Mi vecino es un verdugo de pasiones. No deja cabeza tranquila. A su mujer tampoco. Ella sufre. A mi me sobran las horas y no sufro. Pero yo no vivo con un verdugo, ni soy mujer de nadie. Hombre tampoco. De nadie. Ni de mí. En mi casa no hay dueños ni relojes, sólo agua que corre y llena fuentes. Olor a potaje y menta. Puedo dormir, y dormir sin párpados, pero es tan lindo cerrar los ojos y soñar los tuyos. Y es que tienes unos ojos tan grandes y bonitos. Alegres. Y tristes. Las cortezas de un dolor en tus recuerdos. Me despierto y te cuento que sé barrer la hojarasca del corral, y subir y subir escaleras, en la vida, y tender la ropa con olor a tí. Hacer que vuelen tus dolores. Te apretaré fuerte la mano en la montaña rusa, para que flotes y bajes, para que hables con las nubes. Papá está tuerto porque te ve a medias. O no vé lo que yo. Tus ojos y ese dolor en tus pies y brazos, de andar y abrazar tanto. Dile que el sol es amarillo fuego. Como tu amor. Que yo lo sé.
Aqui, desde lo alto al relente, ni verdugos ni tuertos. Sólo lluvias sobre tus hombros, consumidos. En el tejado por un último trago amargo. A los dos nos sobran las horas y abejorreos. Ya no hay esquirlas clavadas en la arena ni hojarascas. Relojes hasta en el agua, tus canciones de cuna, miedo a las alturas. La luz de la vela es encantadora y mamá, tú con vértigo. Miralá. Que cerca está la luna. Me alegro de ser de tí. Del corral y su fuente. Mamá. Lola. Dolores.
Soulka, yo soy tu fiel lectora, la que te sigue a todas partes, con tu madre, con tu mujer con tu hija.
Me gustaría ser una canción para que tu me cantaras algún día.
Me gustaría ser un árbol para dejarte descansar en mi sombra.
Quisiera ser tu noche para cobijarte entre mis estrellas cuando duermes.
Déjame ser tu sueño para que me conviertas en poesía
Y me cantes con la luz de la mañana.