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Siete Hombres Sin Piedad.

Sentados en aquella mesa del restaurante donde anónimamente habían sido citados por medio de un telegrama, siete hombres se miraban fijamente a los ojos en silencio; algunos de forma familiar, otros desconociendo la identidad de sus acompañantes parecían interrogarse con la mirada.

Alberto, el padre severo e intransigente que había dirigido su vida desde la niñez, nunca comprendió sus ganas de estudiar, de viajar, de conocer... Le obligó a trabajar desde la adolescencia en la pequeña tienda de ultramarinos familiar y enterró sus sueños bajo cajas de botellas de gaseosa y paquetes de lentejas. Javier, su hermano, quien nunca había dado un palo al agua, cuyas maldades tuvo que sufrir desde su infancia y guardarle el debido respeto que su género exigía en la tradición familiar. Antonio, el que fue su marido, aquel muchacho de quien se enamoró con apenas 15 años y que tras unos meses de feliz relación se convirtió en el ogro más odiado ¡tantas palizas en privado, tantas humillaciones en público! Nicolás quien durante más de tres años fue su amante y confidente, en quien se refugió para escapar del infierno cotidiano, y que mes tras mes le prometía dejar a su esposa para escaparse con ella. Don Leopoldo, el supervisor de planta en la empresa donde trabajó los últimos años, un tirano psicópata que disfrutaba con el sufrimiento ajeno, en especial con el suyo, y sus dos hijos, Carlos y Alejandro, que consumieron sus últimas esperanzas de ser feliz, dos balas perdidas entregados al alcohol y la vida fácil convirtieron las noches en interminables y angustiosas esperas y los días en una esclavitud forzada y exigida en aras al amor maternal.

En ese momento un camarero les acercó unas botellas de aguardiente y un sobre que contenía una concisa misiva. Alberto era un hombre muy mayor, casi 90 años, y sus manos temblaban con un parkinson galopante mientras abría el sobre, se lo entregó a su hijo Javier para que leyera la breve epístola, Javier leyó en voz alta:

“Habéis sido los hombres de mi vida, todos vosotros en mayor o menor medida. Hoy solo quiero deciros que os dejo, a todos; os abandono como se abandonan unos zapatos viejos, sin melancolía ni remordimiento, sin tan siquiera rencor, solo con la indiferencia que me produce vuestra pérdida. También he querido dejaros unas botellas de aguardiente para que me olvidéis pronto, aunque estoy segura que no os harán mucha falta. Me voy con Alicia, mi mejor amiga y la mujer que amo, y como Telma y Louise recorreremos el mundo hasta que nuestras fuerzas nos indiquen el final. No os molestéis en buscarme, estad seguros que los años que me quedan seré una mujer feliz.

Hasta nunca,

Piedad.”
Sparrow21 de agosto de 2008

3 Comentarios

  • Eleazar

    Jajajajaja, buen final para un microrrelato que describe a la protagonista descubriendo a todos los sat?lites que fueron sus hombres.

    Creo que la realidad no es muy distinta a veces de lo que cuentas y algunas mujeres terminan en brazos de otras porque en los de un hombre jamas encontraron esa comprensi?n y esa ternura que buscaban.

    21/08/08 01:08

  • Dama

    Ah? ?? bien hecho con un par de webs...los dej? a todos que se les ca?a el labio inferior ...jajaja, me imagino la escena.

    Sparrow , eres un genio , abrazotes

    21/08/08 04:08

  • Luzazca

    Qu? t?tulo tan bueno, pod?as haber intentado llegar hasta 12 (el cura, el profe, no s?).

    Muy bueno, Sparrow.

    23/08/08 01:08

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