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Los Cimientos de una Vida

El suceso que da inicio a esta historia ocurrió al despertar de una larga siesta un caluroso martes de enero en alguno de los mil barrios porteños.

No había terminado aún de despabilarme cuando, aún algo perdida, mi mirada fue a dar a la esquina más lejana de la habitación y allí los vi, pegué un grito de terror cuando se pararon, sacudieron sus ropas y al unísono me saludaron fuerte y claro.
- ¡Buenas tardes che´ patrón!
Eran tres hombres, eran tres albañiles, eran 3 hombres albaniles naci-dos en la hermana República Bolivariana del Paraguay.
Los primeros días de convivencia fueron algo duros, debo reconocer que acostumbrarme me tomó algo de tiempo, pero pasado el mes ya me había habituado a su presencia incondicional y constante sea donde fuera que yo estuviese.
Había optado por no ponerle nombres ya que me había parecido algo grosero de su parte no presentarse en una primera instancia. Estaba claro que no trabajaban, porque vivían siguiéndome de un lado a otro, aunque tenían comportamientos extraños como mojarse la cabeza todos los días a las 17:23 o robar madera de encofrados para hacerse un buen asadito. Si bien conmigo no cruzaban palabra, cada vez que nos subíamos al auto propiciaban piropos a todo ser que caminara erguido y tuviera un largo de pelo tal que superara la línea de los hombros. (incluyo en este grupo a paseadores de perro, inegrantes de bandas de death metal, y esos señores raros que andan con jardineros naranjas la cabeza rapada un librito en la mano y le dicen co-sas confusas a la gente por la calle), todos ellos conocieron los azares de su poesía. Entre ellos se comunicaban en ese chino de Latinoamérica que es el guaraní, y no mostraban intención alguna de integrarme; aunque debo decir que los entendía pues no debe ser nada fácil para ellos acostumbrarse a una casa nueva y rutinas tan ajenas a las suyas. Aunque con Filadelfia, mi gata siamesa, las cosas eran distintas, recuerdo claramente una mañana en que encontré a uno de ellos jugando muy distendido con ella en la alfombra del living. Este hecho debe de haber molestado a sus pares en aquel entonces porque estuvieron sin hablarse a lo largo de 3 días no consecutivos.
Aunque lamento aquella fatídica decisión que tomé cuando tuve que amurar un aparador y por no querer molestarlos con pequeñeces decidí contratar un albañil. Creo haber oído sus corazoncitos crujir de dolor en el mismo instante en que ese hombre muñido en sus ropas caqui, cruzó el umbral de la puerta de la cocina. Quise explicarles días después que lo había hecho para no incomodarlos, pero después de aquel suceso, la relación jamás volvió a ser igual. Los notaba más distantes, menos piropeadotes e incluso uno me recha-zó un tereré un sábado a las 15:37.

Ocho martes atrás no fue un martes cualquiera, me levanté y no esta-ban en el cuarto, pensé que quizás desayunaran, tampoco estaban allí, en toda la casa no había rastros de ellos.
Desde aquel día los sigo buscando, llevo siempre conmigo una polaroid que tomé sin que se dieran cuenta mientras dormían a la sombra de una parra, un domingo tipo siete en el jardín de mi madre en Turdera.

Recorro obras por la mañana viendo si logro encontrarlos buscando trabajo, pero en lo que va, no he tenido suerte.

Adjunto comprensivo lector la foto que tanto atesoro. Si llegara a encontrarlos, dígale a estos tres hombres sólidos como un perfil de tres pulgadas, que yo (José Fratacho), los sigo esperando donde siempre, para que sigan construyendo la historia fraterna que alguna vez nos hizo uno.

Sudasudaca12 de enero de 2009

4 Comentarios

  • Mejorana

    A eso le llamo yo aprecar una amistad de verdad.
    Buen relato Sudasudaca.
    Me alegra leerte de nuevo.

    12/01/09 05:01

  • Sudasudaca

    Gracias Mejorana, saludos para vos tambi?n.

    12/01/09 06:01

  • Elhistoriador

    buenisimoooooooooo

    12/02/09 02:02

  • Sudasudaca

    Gracias Historiador!

    18/02/09 01:02

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